La perdición de Zakarius

25 La Constitución imperial

Elior, el Emperador Imparable, observaba desde lo alto del Invictus cómo sus dominios se extendían por lo que una vez fueron los vestigios de la civilización primitiva del plano helado. Aunque su poder era indiscutible, sabía que gobernar solo por la fuerza no era suficiente. Los ciudadanos imperiales, antiguos habitantes de las Repúblicas, seguían aferrándose a los principios de libertad y autonomía que habían definido su forma de vida durante siglos. El equilibrio que buscaba no solo residía en la guerra y el poder militar, sino en la habilidad de consolidar su imperio sin provocar un levantamiento interno.

Tras largas reuniones con sus ministros, Kael y Myrta, Elior decidió adoptar un enfoque estratégico. No rompería del todo con el legado de las Repúblicas. En su lugar, presentaría un Imperio Constitucional, una estructura que retendría gran parte de los principios que los ciudadanos conocían, pero con modificaciones que garantizarían su autoridad absoluta en tiempos de crisis conocida como la cláusula imperial.

-Necesitamos que el pueblo sienta que este Imperio no es un enemigo de sus tradiciones- explicó Elior a sus ministros mientras trazaba los primeros puntos de lo que sería la nueva constitución imperial. -Quiero que sigan viendo las antiguas leyes reflejadas en sus vidas- pero deben comprender que cuando los tiempos aciagos vuelvan a amenazarnos, yo y solo yo, estaré al mando”.

El anuncio se dio a través de todos los medios imperiales, una combinación de solemnidad y pragmatismo. Los ciudadanos fueron informados de que los principios de libertad de expresión, la propiedad privada y los derechos de las personas serían preservados, pero con las modificaciones necesarias para asegurar la estabilidad del Imperio.

Uno de los puntos centrales fue la introducción de un nuevo artículo que permitía la suspensión temporal de la constitución en caso de amenazas externas o internas. Durante esas situaciones, el poder pasaría íntegramente al Emperador y sus ministros, quienes tendrían la capacidad de suprimir los derechos civiles y tomar las medidas que considerasen necesarias para garantizar la supervivencia del Imperio.

Elior lo presentó como una medida de emergencia, destinada únicamente a preservar el bienestar de los ciudadanos y la unidad del Imperio en momentos de crisis. No era una dictadura, explicaban los medios imperiales, sino un mecanismo de protección frente a los riesgos que los acechaban.

Además, se introdujeron nuevas leyes para proteger los símbolos imperiales. La bandera del Imperio, las estatuas de Elior, el Invictus y otros monumentos se convirtieron en patrimonio sagrado. Cualquier daño o falta de respeto hacia estos símbolos sería castigado con severas multas o incluso con trabajos forzados en las minas o fábricas imperiales.

El Imperio quería asegurarse de que su imagen, su identidad, se mantuviera intacta. Cada ciudad imperial tendría una estatua de Elior en sus plazas principales, recordando a los ciudadanos su grandeza y las hazañas que había logrado para unirlos bajo una sola bandera. Este nuevo orden visual consolidaba el poder del Emperador, haciendo que su presencia fuese sentida en cada rincón del Imperio.

Si bien se mantenía la libertad de expresión, Elior no era ingenuo. Sabía que el control de la información era esencial. Por eso, aunque permitió la existencia de medios independientes, estos serían rigurosamente vigilados. A su lado, los medios imperiales oficiales narrarían las gloriosas hazañas del Emperador y sus ministros, destacando su liderazgo y la prosperidad que habían traído al Imperio.

-El pueblo debe saber quién les da esta nueva era de estabilidad- comentó Myrta, la ministra de comercio y desarrollo, durante la discusión sobre la prensa. -Es una cuestión de enfoque- No se trata de suprimir todas las voces, sino de asegurarse de que las historias correctas sean las más escuchadas-.

Kael, como ministro de guerra, estuvo de acuerdo: -El pueblo necesita héroes. Si les damos esos héroes, seguirán nuestra causa sin dudar-.

El anuncio del Imperio Constitucional fue recibido con una mezcla de sentimientos. Muchos ciudadanos, especialmente aquellos más cercanos a los ideales de las Repúblicas, sintieron alivio al saber que gran parte de su vida cotidiana no cambiaría de forma radical. Las instituciones académicas, las propiedades y las pequeñas libertades personales seguían intactas.

Sin embargo, algunos miraban con recelo las nuevas cláusulas que permitían la suspensión de la constitución. Para estos sectores, la promesa de Elior de protegerlos no era suficiente para disipar el temor de que, en cualquier momento, el poder absoluto podría caer sobre ellos como una tormenta.

Los medios críticos expresaron su preocupación, aunque con cautela, conscientes de las nuevas leyes que protegían la imagen del Emperador. Comentarios sutiles sobre la posibilidad de que el Imperio se convirtiera en una dictadura disfrazada comenzaron a circular en ciertos círculos intelectuales. No obstante, la influencia del poder imperial mantenía estas voces limitadas a pequeñas audiencias.

Por otro lado, los sectores más leales a Elior, especialmente entre los militares y los altos funcionarios imperiales, vieron la nueva constitución como una medida necesaria. Para ellos, Elior no solo era un líder, sino una figura casi divina, un protector que haría lo que fuera necesario para mantener la paz y el orden.

A medida que las leyes entraban en vigor, Elior se encontraba satisfecho. Había logrado lo que pocos antes que él habían logrado: crear un Imperio sólido, que mantenía la esencia de las Repúblicas pero que, a la vez, lo consagra a él como el máximo poder. Sabía que su Imperio aún tenía enemigos internos y externos, pero con la nueva constitución en su lugar, tenía el control necesario para enfrentarlos cuando fuera necesario.

Al observar el horizonte desde el puente de mando de su coloso Invictus, Elior no pudo evitar sonreír ante el pensamiento de lo que había logrado. El Imperio estaba cimentado. Los antiguos republicanos no podrían detenerlo, y ahora el futuro de los celestiales estaba, sin duda, en sus manos.




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