La plaga del Caballero

Capítulo 15

Edric y Hakon avanzaban apresuradamente por los pasillos de piedra del castillo, con Aelith entre ellos, intentando sostenerla mientras la joven luchaba por mantenerse en pie. El dolor en su brazo era insoportable, y sus lamentos resonaban con ecos angustiosos, rebotando en las paredes sombrías y frías. El corte profundo y la carne desgarrada mostraban el salvajismo de la mordedura de Oswin, y la sangre seguía brotando a pesar de los intentos desesperados de Hakon por detenerla con paños y vendajes improvisados. Aelith jadeaba, cada paso era una agonía, y su piel pálida comenzaba a tomar un tono enfermizo.

—Aguanta, Aelith, ya casi llegamos —le decía Hakon, su voz cargada de urgencia mientras avanzaban con rapidez hacia la cámara del maestre.

El maestre Alhred, un hombre de edad avanzada, de semblante severo y ojos agudos que denotaban una vida entera dedicada al estudio de las artes curativas, los esperaba en la puerta de su cámara. Al ver a Aelith, no hizo preguntas, solo señaló una camilla cercana donde Hakon y Edric la depositaron con cuidado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Alhred, su mirada fija en la herida del brazo de la criada. Sin esperar respuesta, comenzó a inspeccionar la carne desgarrada, sus movimientos rápidos y seguros, aunque un atisbo de preocupación atravesó su rostro curtido.

—Oswin… lo encontramos en las caballerizas. Estaba... devorando un caballo, y atacó a Aelith —explicó Edric, todavía sin poder creer las palabras que salían de su boca.

Alhred no levantó la vista, concentrado en limpiar la herida con un paño empapado en agua y vinagre. Aelith soltó un gemido de dolor mientras el líquido ardía sobre la carne expuesta.

—Esto no es normal —murmuró el maestre para sí mismo, con el ceño fruncido. Sin embargo, su mente trabajaba rápido. Vio los bordes irregulares de la herida, la profundidad y el tejido arrancado. No era solo una mordida; era un ataque salvaje, casi como si Oswin hubiera perdido toda racionalidad humana.

Alhred se volvió hacia Edric, con la expresión más sombría que el joven había visto nunca en el rostro del maestre.

—Escuchadme bien —dijo Alhred, su voz baja pero cargada de autoridad—. Esta herida es profunda y sucia, podría infectarse de manera muy grave. Pero no es solo eso lo que me preocupa. Si Oswin estaba como decís, no podemos correr riesgos.

El maestre continuó limpiando y suturando la herida de Aelith lo mejor que pudo, con manos firmes y precisas, utilizando los pocos recursos que tenía a su disposición: ungüentos de hierbas, vino para desinfectar y vendas limpias. Cada movimiento suyo era un intento desesperado por frenar lo que parecía inevitable. Mientras tanto, la respiración de Aelith se volvía más errática, y su piel adquiría una tonalidad enfermiza que hacía estremecer a los que la rodeaban.

—Necesita reposo, pero más que eso, debe estar aislada hasta que sepamos más —continuó Alhred, dirigiéndose a Edric y Hakon—. No sabemos qué efecto puede tener esta mordida. Todo esto... no es natural.

Edric asintió, entendiendo el temor del maestre. Aunque todo parecía apuntar a algo más oscuro y desconocido, todavía había la esperanza de que, al menos con Aelith, las cosas no fueran tan graves como con Alric y Oswin.

—Hay celdas vacías en el ala este del castillo. Serán más seguras que cualquier otra parte, y podremos vigilarla —dijo Edric, su voz firme pero con una leve sombra de duda.

—Así es. Llevadla allí, pero que nadie entre salvo yo. Le cambiaré las vendas y monitorearé su estado, pero no podemos arriesgarnos a que esto se propague —sentenció Alhred, su tono implacable.

Hakon y Edric levantaron a Aelith con cuidado, y, con la ayuda del maestre, la llevaron por los pasillos hacia las celdas de aislamiento. Eran estancias pequeñas, apenas iluminadas, con gruesas puertas de madera reforzada y pequeñas ventanas enrejadas que dejaban entrar poca luz. Edric sintió una punzada de culpa al ver a la joven criada entrar en aquel lugar sombrío, pero sabía que no había otra opción. Habían visto demasiado, y el riesgo era demasiado grande.

Una vez que Aelith estuvo dentro, el maestre le ajustó las vendas una vez más y le dio algunas hierbas calmantes para ayudarla a dormir. Ella los miró con ojos vidriosos, todavía aturdida por el dolor y el miedo. Edric trató de sonreírle, pero el gesto se sintió vacío.

—Estarás bien, Aelith. No te dejaremos sola —le prometió Edric, aunque la incertidumbre de sus propias palabras le pesaba en la garganta.

La puerta de la celda se cerró con un crujido metálico, y el sonido del cerrojo resonó en el pasillo, marcando el aislamiento de Aelith del resto del castillo. Edric y Hakon permanecieron un momento más frente a la puerta, en silencio, sintiendo la gravedad de la situación.

—Esto está fuera de control, Edric. Ya no estamos ante simples coincidencias —murmuró Hakon, finalmente rompiendo el silencio, con el rostro sombrío y la preocupación reflejada en sus ojos.

—Lo sé —respondió Edric, apretando el puño—. Y temo que solo estamos empezando a entender la magnitud de lo que enfrentamos.

El maestre se acercó a ellos, limpiándose las manos ensangrentadas en su delantal. Su rostro era una mezcla de cansancio y resolución.

—Si Aelith muestra signos extraños, lo sabremos rápido. Pero tened claro esto: lo que le ocurrió a Alric, a Oswin... esto está más allá de la medicina. Algo oscuro está en marcha, y debemos estar preparados para lo peor.

Edric asintió, con la sensación creciente de que el destino de Bredewald pendía de un hilo. No solo debían enfrentarse a la enfermedad, sino a algo más profundo y aterrador, algo que amenazaba con consumirlos a todos desde dentro. Mientras se alejaban de las celdas, solo una cosa quedaba clara: la seguridad de Bredewald se estaba desmoronando, y la oscuridad avanzaba más rápido de lo que ellos podían entender.



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En el texto hay: zombie, medieval, caminante

Editado: 06.09.2024

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