La plaga del Caballero

Capítulo 17

La mañana avanzaba con un cielo cubierto por nubes grises que presagiaban lluvia, envolviendo Bredewald en una atmósfera fría y sombría. Edric, con el ceño fruncido y una sensación de urgencia clavada en el pecho, se colocó su capa y se ajustó la espada al cinto antes de salir del castillo. Había dejado a Aelith en la celda, bajo la atenta mirada del maestre Alhred, pero la preocupación por su estado le pesaba como una losa. Necesitaba respuestas y, sobre todo, encontrar a Roderic antes de que algo peor sucediera. El ataque de Oswin seguía fresco en su memoria, un recordatorio cruel de lo que podría estar aguardando en algún rincón oscuro.

Mientras atravesaba el patio del castillo, Edric se cruzó con varios sirvientes y soldados que lo miraban con respeto y cierta aprensión. El rumor de la muerte y resurrección de Alric ya se había extendido, y la noticia del ataque de Oswin había dejado al pueblo en vilo. Edric montó a su caballo y salió hacia el mercado, el lugar más concurrido y donde más fácilmente podría encontrar alguna pista sobre el paradero de Roderic.

Las calles de Bredewald, normalmente llenas de vida, parecían extrañamente silenciosas. Los aldeanos se movían con cautela, como si temieran que algo terrible pudiera ocurrir en cualquier momento. Las puertas de las casas estaban entreabiertas, y los comerciantes atendían a los pocos clientes desde dentro, sin el habitual bullicio que solía caracterizar las mañanas en la plaza. Era como si una sombra invisible se hubiera asentado sobre el pueblo, enfriando el ánimo de todos.

Edric desmontó y comenzó a caminar entre los puestos de mercado, deteniéndose para preguntar a cada persona que encontraba. Conocía a la mayoría por nombre, y aunque sus respuestas eran siempre respetuosas, nadie parecía tener las noticias que buscaba.

—¿Habéis visto a Roderic? —preguntó Edric a una anciana que vendía manzanas en un pequeño puesto—. Necesito hablar con él, es importante.

La mujer negó con la cabeza, sin mirarlo directamente a los ojos.

—No, mi señor. No lo he visto desde hace días. Estaba aquí el día antes de... bueno, antes de lo de Alric. Pero desde entonces, nada.

Edric suspiró y siguió su camino, acercándose a un grupo de hombres que discutían en voz baja cerca del pozo del pueblo. Uno de ellos, un molinero llamado Leofwin, levantó la vista al ver a Edric aproximarse. Su rostro estaba marcado por la preocupación y la desconfianza.

—Sir Edric, ¿alguna noticia de lo que está pasando? —preguntó Leofwin, cruzando los brazos—. La gente está asustada. No sabemos qué pensar de todo esto.

Edric asintió, entendiendo el miedo que se respiraba en cada rincón. No podía culparlos; él mismo se sentía perdido en medio de esta cadena de eventos sin explicación.

—Oswin atacó a una criada anoche, y ahora ella está enferma. Roderic también podría estar en peligro, y necesito encontrarlo cuanto antes. ¿Le habéis visto? ¿Sabéis algo de él?

Los hombres se miraron entre sí, intercambiando miradas preocupadas antes de negar con la cabeza.

—No desde hace dos días, Sir Edric. Estaba en la taberna hablando con algunos de nosotros, pero luego se fue. Desde entonces, ni rastro —respondió otro de los hombres, un herrero llamado Wulfgar.

Edric sintió una mezcla de frustración y desasosiego. Había esperado que alguien hubiera visto a Roderic o tuviera alguna pista sobre su paradero, pero las respuestas siempre eran las mismas: nadie lo había visto, nadie sabía nada.

Continuó su búsqueda durante toda la mañana, recorriendo las calles del pueblo y visitando cada lugar donde Roderic solía frecuentar: la taberna, las caballerizas, incluso el pequeño puente de piedra al sur del pueblo, donde a menudo se reunía con amigos para pescar o simplemente pasar el rato. Sin embargo, cada rincón parecía vacío, y cada pregunta quedaba sin respuesta.

En la taberna, el posadero, un hombre robusto y de aspecto cansado llamado Arnulf, lo recibió con una expresión seria. El lugar estaba más vacío de lo habitual, con apenas unos pocos clientes sentados en silencio, como si el peso de los últimos días hubiera drenado la alegría habitual del lugar.

—¿Alguna noticia de Roderic, Arnulf? —preguntó Edric mientras se acercaba a la barra.

El posadero negó lentamente, limpiando un vaso con un paño desgastado.

—Lo vi hace dos noches, Sir Edric. Estaba tranquilo, bebiendo un poco con Oswin. Pero después se marchó, y no lo he vuelto a ver desde entonces. Ninguno de los chicos sabe nada tampoco.

Edric frunció el ceño. Era la misma historia que había oído una y otra vez: nadie había visto a Roderic desde el día después de la muerte de Alric, y la última vez que lo vieron estaba en compañía de Oswin. Era como si ambos hubieran desaparecido sin dejar rastro.

—Si llegas a verlo o escuchar algo, mándame un recado al castillo de inmediato. Es vital que lo encontremos —dijo Edric, tratando de mantener la calma a pesar de la creciente ansiedad.

Arnulf asintió solemnemente.

—Así lo haré, mi señor. Espero que esto termine pronto… lo que sea que esté pasando.

Edric salió de la taberna con la mente revuelta, sintiendo que cada paso lo alejaba más de las respuestas que necesitaba. Regresó al centro del pueblo, observando a los habitantes con una mezcla de preocupación y responsabilidad. Había crecido en Bredewald, conocía cada calle, cada rostro, y ver a su gente sumida en la incertidumbre lo llenaba de una impotencia abrasadora.

El sol ya estaba alto en el cielo, pero su calor no era suficiente para disipar la frialdad que envolvía a Bredewald. Los ojos de Edric recorrieron las calles una vez más, buscando cualquier señal de Roderic o de algo que pudiera darle una pista, pero solo encontró más preguntas. El pueblo, que siempre había sido un lugar de camaradería y seguridad, ahora se sentía extraño, como si estuviera al borde de un abismo que nadie alcanzaba a ver.

Edric montó de nuevo en su caballo y, con un último vistazo al mercado, se dirigió de regreso al castillo, sin haber obtenido ninguna noticia sobre Roderic. Cada paso de su caballo sobre los adoquines resonaba con el eco de su frustración y la sensación de que algo terrible estaba por desatarse. Con cada minuto que pasaba, la sombra sobre Bredewald parecía crecer, y Edric no podía evitar sentir que el tiempo se les acababa.



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En el texto hay: zombie, medieval, caminante

Editado: 06.09.2024

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