La plaga del Caballero

Capítulo 19

Edric descendió por la estrecha escalera de piedra que conducía a las celdas, su mente ocupada por la misma pregunta que lo había atormentado durante horas: ¿qué era lo que realmente estaba ocurriendo en Bredewald? El viento seguía ululando fuera de las gruesas murallas, y la lluvia azotaba con fuerza, llenando los pasillos subterráneos de un eco inquietante. Las antorchas en las paredes lanzaban sombras que se movían con un temblor incierto, como si reflejaran la propia duda que se anidaba en el corazón de Edric.

Había pasado gran parte del día tratando de reunir información, de dar sentido a la extraña enfermedad que transformaba a sus víctimas en bestias inhumanas. Sabía que lo que estaba ocurriendo no era una simple dolencia; era algo mucho más oscuro y maligno. Y la única manera de entenderlo era enfrentarlo, observarlo de cerca. Por eso había vuelto a la celda de Aelith, decidido a estudiar cada momento, cada síntoma, y calcular el tiempo que transcurría desde el ataque hasta la muerte.

Al llegar frente a la celda, encontró a Aelith tal como la había dejado: inerte y pálida sobre el catre, los restos de su humanidad desdibujados por la enfermedad que la había consumido en apenas unas horas. Edric se apoyó contra los fríos barrotes, observándola con la mirada fija y una mezcla de tristeza y determinación. Sabía que su presencia no cambiaba nada, pero estar allí, con la mirada fija en Aelith, le daba una tenue sensación de control sobre lo que, en el fondo, sabía que era incontrolable.

La tormenta rugía con fuerza fuera, sus truenos hacían vibrar los muros, pero Edric apenas escuchaba el estruendo. Todos sus sentidos estaban concentrados en Aelith, en los pequeños detalles: el sutil cambio en el color de su piel, la quietud inquietante de su cuerpo, el silencio absoluto que llenaba la celda. Se obligó a recordar cada detalle de lo que había visto en Oswin, cada minuto transcurrido antes de que su amigo se convirtiera en una criatura sin razón ni control. Ahora, frente a Aelith, Edric quería comprender cuánto tiempo llevaría hasta que sucediera lo mismo.

Cuando Aelith exhaló su último aliento, Edric se acercó más, conteniendo la respiración mientras observaba cómo su pecho se hundía por última vez y luego quedaba inmóvil. La muerte había llegado de forma brutal y rápida, como un ladrón en la noche, llevándose lo que quedaba de la joven. Edric cerró los ojos por un momento, intentando asimilarlo, y luego hizo lo que había venido a hacer. Comenzó a contar.

Uno, dos, tres...

El sonido de la tormenta afuera se mezclaba con la cadencia de sus números, un metrónomo siniestro que marcaba los segundos en los que la vida y la muerte parecían fundirse. Edric no apartó la mirada del cuerpo de Aelith, observando cualquier signo, cualquier cambio. Cada segundo que pasaba, la tensión en su interior aumentaba, pero él se obligaba a seguir contando, a no dejarse llevar por el miedo.

A los cien segundos, el cuerpo de Aelith permanecía inmóvil. La rigidez de la muerte parecía haberse apoderado de ella, sus ojos cerrados y su piel cada vez más cenicienta. Edric contaba en voz baja, susurrando los números como un rito macabro, como si, al hacerlo, pudiera controlar lo que estaba a punto de suceder.

Ciento cincuenta… ciento ochenta… doscientos.

Edric tragó saliva, el pulso acelerado por una mezcla de anticipación y terror. Y entonces, al llegar a doscientos diez, lo vio. Los párpados de Aelith comenzaron a temblar levemente, un movimiento casi imperceptible que hizo que Edric se tensara de inmediato. Los ojos de la joven se abrieron de golpe, pero ya no eran los mismos. Las pupilas habían desaparecido, sustituidas por un blanco lechoso, inyectado en sangre, sin vida ni humanidad.

Aelith comenzó a moverse lentamente, con movimientos torpes y vacilantes, como una marioneta que intenta recordar cómo caminar. Su cuerpo parecía haberse vuelto ajeno a sí mismo, y cada gesto era errático y forzado, como si respondiera a un impulso desconocido y salvaje. Edric no dijo nada; simplemente observó, incapaz de apartar la vista de la terrible transformación que estaba ocurriendo ante él.

La respiración de Aelith, antes apenas un susurro, se convirtió en un jadeo ruidoso y espasmódico. Se levantó, sus piernas temblando como si no pudieran sostenerla. Sus manos se aferraron a los barrotes, y sus ojos vacíos se fijaron en Edric con una intensidad aterradora. No había reconocimiento en esa mirada, solo un hambre primitiva, una rabia ciega que parecía desbordarla.

De repente, Aelith se abalanzó contra los barrotes, lanzando un rugido gutural que resonó en la estrecha celda. Sus dedos se crisparon alrededor del hierro, intentando atravesar la barrera que la separaba de Edric. Su rostro, antes frágil y sereno, estaba ahora deformado por una mueca de odio y desesperación, y su boca se abrió en un grito desgarrador que mezclaba dolor y una furia inhumana.

Edric retrocedió un paso, con el corazón latiendo desbocado. No pudo moverse, atrapado por el horror de ver a Aelith, esa joven que había conocido y protegido, convertida en algo monstruoso. Sus manos se aferraron a la empuñadura de su espada, pero no la desenvainó. En lugar de actuar, se quedó quieto, obligado a ser testigo de ese espectáculo macabro.

La criatura que una vez fue Aelith golpeaba los barrotes con fuerza, cada embestida acompañada de gruñidos y gritos que se mezclaban con los truenos de la tormenta. Sus movimientos eran descoordinados, pero llenos de una intensidad voraz que parecía no conocer límites. Los ojos de Edric no se apartaban de los suyos, de ese vacío blanco y sangriento que lo observaba con un odio irracional.

Aelith se había transformado en algo que Edric apenas podía comprender, un ser impulsado por un deseo implacable de destruir. La joven había muerto, pero lo que quedaba de ella, esa sombra de lo que una vez fue, no estaba dispuesta a descansar. Edric, paralizado por la incredulidad y el temor, solo podía mirar, sintiendo que la realidad se desmoronaba ante sus ojos, llevándose con ella cualquier atisbo de esperanza.



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En el texto hay: zombie, medieval, caminante

Editado: 06.09.2024

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