La plaga del Caballero

Capítulo 20

Edric permanecía inmóvil, con la mirada fija en la criatura que una vez fue Aelith. Los golpes constantes y frenéticos contra los barrotes llenaban la celda de un sonido metálico y repetitivo, como una campana siniestra que anunciaba la presencia de algo antinatural. La figura de Aelith se tambaleaba, impulsada por una energía frenética y sin propósito más allá del hambre y la rabia. Los barrotes temblaban, pero no cedían, resistiendo el asalto de aquella sombra de la joven que ya no existía.

El golpeteo era rítmico y obsesivo, una y otra vez, con una cadencia incansable que desafiaba toda lógica. Edric observó cada movimiento, cada intento fallido de Aelith por abrirse paso entre los barrotes que la confinaban. A pesar de la furia con la que se lanzaba, su fuerza no era desmedida. No había en ella la potencia de una bestia monstruosa; su capacidad física seguía siendo la de una joven delgada y febril, pero lo que la hacía peligrosa no era la fuerza, sino la insaciable perseverancia con la que se lanzaba una y otra vez contra su objetivo.

Edric se dio cuenta de que no se cansaba, que no parecía detenerse ni por un momento a pesar de la dureza de los golpes. No había en ella fatiga ni duda, solo una voluntad imparable que impulsaba su cuerpo más allá del dolor o el agotamiento. Cada embestida era tan violenta como la anterior, sin un solo instante de descanso, como si Aelith estuviera atrapada en un ciclo interminable de rabia y hambre. Edric sintió un escalofrío recorrerle la espalda al darse cuenta de que esa criatura no se detendría jamás, no por voluntad propia.

Los ojos blancos de Aelith no mostraban ni un atisbo de reconocimiento, solo el vacío absoluto y una ira inexplicable. Golpeaba y golpeaba, gruñendo con un sonido gutural que resonaba en la pequeña celda, sus manos ensangrentadas por el roce con el metal, pero ella no parecía darse cuenta o, si lo hacía, no le importaba. No había dolor en esos movimientos, solo una implacable necesidad de alcanzar a Edric, de atravesar la barrera que los separaba.

Edric respiró hondo, intentando contener el impulso de retroceder ante cada embestida. Era como estar ante un animal rabioso, uno que no entendía de razones, de palabras, o de compasión. Aun así, intentó lo imposible; habló, no porque esperara una respuesta, sino porque necesitaba intentarlo, porque dentro de él aún había un atisbo de esperanza de que algo de la verdadera Aelith pudiera estar atrapado en ese cuerpo que ahora se movía como un ser salvaje.

—Aelith… ¿me oyes? —dijo Edric, su voz tensa y cautelosa, como si con sus palabras intentara tender un puente sobre el abismo que los separaba.

La criatura no mostró ninguna señal de haber escuchado, sus ojos vacíos seguían fijos en Edric, como los de un lobo hambriento observando a su presa. Aelith no titubeó ni un momento, continuó golpeando los barrotes, con los labios retraídos y los dientes a la vista, en un gesto de pura hostilidad. Edric se quedó quieto, esperando una reacción, cualquier señal de que Aelith podía escucharlo, pero lo único que recibió fue otro rugido de furia, seguido por un nuevo embate contra los barrotes.

—¡Aelith! Soy yo, Edric —insistió, aumentando el tono de su voz, casi rogándole a esa criatura que recordara, que reconociera su nombre, su presencia.

Pero Aelith no atendía a razones, no entendía el miedo en la voz de Edric, ni el dolor que escondían sus palabras. Solo veía a Edric como un obstáculo entre ella y su objetivo; no había más que instinto, una respuesta primaria y feroz a cualquier estímulo. Edric retrocedió un paso, dándose cuenta de la inutilidad de sus intentos. Aelith no estaba allí; lo que tenía delante era algo diferente, algo que solo vivía para destruir y consumir.

Edric volvió a observar cada detalle, la intensidad con la que Aelith atacaba, la falta de humanidad en su mirada, la insensibilidad al dolor que debería haber sentido por los golpes y heridas que ella misma se infligía. Los dedos de Aelith estaban desgarrados y sangraban al intentar agarrar los barrotes, pero eso no la detenía; seguía apretando, intentando encontrar una grieta, un punto débil. Había una persistencia inhumana en sus movimientos, una obsesión que desafiaba toda lógica.

Los golpes eran implacables y constantes, y Edric se dio cuenta de lo que eso significaba. No importaba cuántos de estos seres hubiera, cada uno era una amenaza no por su fuerza bruta, sino por su incapacidad para rendirse, para detenerse. Si lograban liberarse, si se encontraban con alguien desprotegido, atacarían sin cesar, sin la necesidad de descansar o de ser racionales. Eran pura agresión y hambre, una combinación aterradora y sin freno.

Edric se obligó a apartar la mirada un momento, recogiendo sus pensamientos y tratando de mantener la calma. La realidad de lo que enfrentaban era mucho peor de lo que habían imaginado. No era solo la enfermedad, ni la muerte; era la transformación total de los afectados en algo sin control, sin moralidad ni sentido. Algo que no se detenía ante nada, que solo sabía seguir adelante, sin descanso y sin límites.

Miró a Aelith una última vez, esa figura encorvada y desesperada que, minutos antes, había sido una joven con nombre, recuerdos y un futuro. Ahora, no era más que una carcasa movida por un hambre que nunca podría saciarse. Edric dio un paso atrás, sabiendo que no podía hacer más por ella. Aelith estaba perdida, y solo quedaba enfrentarse a la verdad: cada segundo contaba, y cada minuto que pasaba, esa enfermedad desconocida se cobraba más vidas, transformándolas en algo que nadie podía haber previsto.

Con una mezcla de horror y tristeza, Edric se alejó de los barrotes. El golpeteo continuó, incesante y sin tregua, mientras Edric se perdía en sus pensamientos, tratando de encontrar una manera de salvar a Bredewald de una amenaza que aún no alcanzaba a comprender del todo. Sabía que no podía quedarse mucho más tiempo allí, pero la imagen de Aelith, golpeando sin descanso, quedaría grabada en su mente como un recordatorio de lo que estaba en juego. No era solo una batalla contra la muerte, sino contra algo mucho peor: la pérdida de todo lo que hacía a una persona humana.



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En el texto hay: zombie, medieval, caminante

Editado: 06.09.2024

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