"La brisa ya no es brisa. Mi cuerpo no coopera. Con tus faroles me has devuelto, lo poco que me queda".
—Anónimo.
El tiempo no debía de terminar así esa noche. No justo cuando no tenía medio de transporte y un taxi era la única alternativa para volver a casa. De haberlo sabido, podría haber llevado un paraguas en mi bolso y así evitaría la pérdida de un tramo del dinero que había ganado.
Bonita forma de terminar la semana.
El camino fue ameno mientras observaba el recorrido de las gotas sobre la ventanilla del carro. Pero una sensación de disgusto me recorrió cuando tuve que salir del vehículo y mis pobres zapatillas se ensuciaron.
Estaba a unos metros de mi departamento. Se trataba de un edificio con un extenso patio delantero, y un camino de escaleras que se elevaba hasta el pequeño reparo que poseía la construcción.
Apresurada me encaminé hacia allí, sintiendo las gotas sobre las zonas descubiertas de mi cuerpo. Me estaba helando. Mi vista se clavaba en el suelo para no pisar charcos y mi cabello comenzaba a adherirse a mi rostro.
No sé en qué momento, ni cómo era posible que eso me sucediera. Pero de repente, tropecé con algo, o más bien, con alguien.
Fue tal mi asombro que me aferré a ese pecho y un sonido de lo que parecían ser huesos me atemorizó.
Al levantar la mirada pude verlo. Estaba sobre su ropa mojada, llevaba una chaqueta que poco lo abrigaba y su cabello imitaba al mío. Lo analicé en silencio, intentando reconocerlo pero no obtuve resultados, era un simple extraño que en ese instante, se encontraba interrogante debajo de mis torpes brazos.
Sus ojos me incriminaban, eran de un color azul intenso, como el mar, y sus pupilas parecían dilatarse junto a su ceño fruncido.
No pude reaccionar, estaba paralizada. Solo sacudía mi cabeza y como si fuera un acto de supervivencia —que no comprendo de dónde salió—, logré levantarme lentamente y alejarme de él, dejándole espacio para que pudiera reincorporarse.
Por su expresión creí que me insultarla. Como yo lo haría si fuera a la inversa. Pero lejos de hacer todo lo que mi mente nerviosa estaba suponiendo, se quedó callado, coincidiendo conmigo, dejando ser a la lluvia que, recorría sus facciones humectándolas sin pena alguna.
Cuando quise hablar ya era tarde, pude verlo voltear con seriedad y marcharse de mi lado. Me quedé ahí, sin tener en cuenta que estaba empapada y ya no me importaba lo suficiente como para seguir con mis pasos hacia la entrada del edificio. Estaba hipnotizada, solo veía su espalda y su serenidad, dejándome con intriga y preguntas. Que no me dejaron dormir por varios minutos cuando me hallé sobre el colchón.
Y regresaban justamente al verlo de nuevo, esa tarde, en los concurridos pasillos de la universidad. Estaba allí, de pie junto a un grupo de jóvenes, con una sonrisa ligera y sus manos escondidas en los bolsillos de su sudadera.
Y noté que lo estaba devorando cuando unos golpes sobre mi hombro me despistaron y desvié mi atención.
—Hoy estás muy distraída, ¿se puede saber por qué? —preguntó mi querida amiga, viéndome con suma curiosidad.
—Nada, no he dormido bien, eso es todo.
—¿Estás muy cansada? ¿Demasiado?
Sabia que si utilizaba ese tono de voz era porque quería decirme algo. Así es Amanda, intenta siempre convencerme para que la acompañe a lugares a los que no se atreve a ir sola y yo termino cediendo para no arruinar sus planes. Aunque a veces no me apetezca.
—¿Qué quieres? —Fruncí el ceño.
—Hay una fiesta a la que quiero asistir…
—Y espero que te lo pases bien.
Dicho aquello sonreí exageradamente sin dejarla finalizar y comencé a caminar hacia mi aula, oyendo sus reproches y mi nombre en la distancia.
Quedaban solo unos minutos para que la clase comenzara y me gustaba elegir un asiento cercano a la pizarra. Por ello no le había dejado chance para que me comentara acerca de ese evento, ya tendría tiempo para sofocarme en el descanso.
Además, ella estaba acostumbrada a mis huidas cuando no me sentía cómoda o simplemente no me apetecía seguir una conversación.
No oí sus pasos detrás de mi y disfruté de mi victoria, pero lejos de triunfar, casi tropiezo por segunda vez con alguien. El libro que llevaba en mis manos sonó sobre el suelo de baldosas, y al alzar la mirada me apené más de lo que debería.
Se trataba de un chico más alto que yo, con buen semblante y mirada penetrante con la cual me estaba aniquilando en esa esquina del pasillo.
—Lo siento —dije al bajar la mirada, evitando ese color avellana.
Pensé que se alejaría e ignorarla completamente mis disculpas, pero no fue así para mí mala fortuna.
—Ten cuidado a la próxima, niña.
Su voz era tan grave y poco amigable que me estremeció. ¿Quién era y por qué me estaba hablando de esa manera?
—Ya he dicho que lo siento —dictaminé—, y no habrá próxima vez.
Escuché murmullos por parte de los alumnos que se mantenían expectantes, incluso de sus amigos. Pude verlo alzar sus comisuras y cruzarse de brazos para encararme, y yo no iba a retroceder. Era pan comido.
—No acepto tus disculpas de todos modos.
Suspiré y oprimí mis labios, ya que estaba llegando tarde por su culpa y eso me sacaba de quicio.
—Me rompes el corazón, ¿sabes? —ironicé.
Que tipo tan arrogante, no me hacía falta conocerlo para saber que era un idiota.
Intentó replicar, pero otra persona lo interrumpió, y cuando lo reconocí sentí cierta incomodidad. Él se acercó y se posó delante de su colega o eso supuse que eran por la forma en que se dirigía hacia él.
Siendo sincera no pude entender qué decía ya que estaba sumida en mis pensamientos.
Solo vi como se arrodillaba para tomar el desahuciado libro que seguía en el suelo y me lo otorgaba con una mueca que lograba desconcertarme por no saber descifrarla.
—¿Es tuyo?