Las primeras horas de la mañana llegaron con una calma inquietante, como si la ciudad entera se hubiera sumergido en un sueño pesado tras la efervescencia de la noche de Halloween. Sin embargo, para Liora, el amanecer no trajo el descanso que esperaba. Al despertar, sentía una pesadez en el cuerpo, como si hubiera corrido una maratón la noche anterior. Pero lo más extraño era la máscara. A pesar de estar en la cama, aún la tenía puesta, algo que la perturbó profundamente.
Con movimientos torpes, se levantó del colchón y se dirigió al espejo del baño. Allí, en el reflejo, estaba su rostro cubierto por la máscara, que ya no parecía un accesorio inofensivo de fiesta. Ahora, bajo la luz del día, la pieza parecía más viva, sus detalles más nítidos y siniestros. Los grabados en la superficie tenían una profundidad que no había notado antes, y la expresión del rostro tallado en la máscara parecía haber cambiado. Los labios estaban curvados en una mueca burlona, y los ojos alargados tenían un brillo malévolo que nunca antes había visto.
—¿Qué diablos…? —susurró con el corazón latiéndole más rápido.
Intentó quitársela de nuevo, pero esta vez no solo sintió una resistencia, sino un dolor agudo que recorrió su rostro, como si la máscara se hubiera fusionado con su piel. Soltó un gemido de sorpresa y se tambaleó hacia atrás, sujetándose del lavabo para no caer. La idea de que la máscara estuviera incrustada en su piel era absurda, pero no podía negar lo que estaba sintiendo. Cuanto más intentaba retirarla, más se intensificaba el dolor, obligándola a detenerse.
—Esto no me puede estar pasando… —murmuró, mirando su reflejo con desesperación.
Su mente intentaba encontrar una explicación racional. Tal vez estaba tan cansada que su piel se había irritado, o quizás la máscara había dejado algún tipo de adhesivo que estaba reaccionando mal.
No podía ser nada más… No podía.
Pero, en el fondo, una pequeña voz de duda comenzó a surgir, recordándole las palabras del anciano de la tienda: «Esa máscara no pertenece a este mundo. Cualquier cosa que haga, será a través de ti».
Sacudió la cabeza, intentando alejar esos pensamientos irracionales. Había una explicación lógica para todo, y lo primero que haría sería encontrarla. Desesperada por respuestas, decidió buscar a Kyle. De todos sus amigos, él era el más racional, el que podía calmarla cuando sus pensamientos se salían de control.
Tomó su teléfono con manos temblorosas y le envió un mensaje:
«Kyle, necesito verte, es urgente».
Mientras esperaba la respuesta, se dirigió a la sala de estar e intentó concentrarse en otra cosa, pero algo en su interior se sentía mal. Cada segundo que pasaba, la máscara parecía pesar más, como si estuviera drenando su energía. La cabeza le daba vueltas, y tuvo que sentarse en el sofá para evitar marearse.
No pasaron más de diez minutos antes de que Kyle llegara, golpeando la puerta con fuerza. Liora le abrió, y al verlo, se sintió aliviada por primera vez en horas.
—Liora, ¿qué está pasando? —preguntó él, su voz llena de preocupación—. ¿Por qué sigues con la máscara?
—No puedo quitármela —dijo ella, su tono cargado de una mezcla de miedo e incredulidad—. Lo he intentado, pero es como si… estuviera pegada a mí. Tengo la sensación de que hice algo malo anoche, pero no logro recordar nada. Es como si la máscara hubiera tomado el control de mí y no logro saber qué hice… ni a quién. —Intentaba explicarse llena de pánico—. Sé que no fue algo bueno… no recuerdo… no puedo recordar —balbuceaba entre sollozos, desesperada.
Kyle la miró fijamente, tratando de procesar lo que estaba escuchando. Había algo en la forma en que Liora hablaba, en su postura y en sus ojos, que lo inquietaba profundamente. Se acercó con cautela y extendió la mano hacia la máscara, como la noche anterior, pero cuando sus dedos rozaron el borde, Liora retrocedió rápidamente, como si su toque le causara dolor.
—¡No lo hagas! —gritó, sus manos temblando—. Due… duele cuando lo intentas.
Kyle frunció el ceño, cada vez más preocupado. Esto no era solo una reacción alérgica o algo físico. Había algo más profundo y extraño ocurriendo, algo que él no podía entender, pero que sentía con cada fibra de su ser.
—¿Has intentado hablar con el dueño de la tienda? —sugirió, tratando de mantener la calma—. Quizás él sepa qué hacer. Anoche actuabas extraño, hubo un momento que atacabas a todos, en especial a Nuria, estabas fría, distante. Te juro que por momentos sentía que tu voz se distorsionaba y que una luz roja emanaba del interior de la máscara, como si fuera fuego.
Liora estaba sorprendida y asustada con las palabras de su amigo. Asintió lentamente, aunque en su interior sabía que regresar a esa tienda no era algo que deseaba hacer. Sin embargo, Kyle tenía razón. No podía quedarse esperando que algo cambiara por sí solo. Necesitaba respuestas, y si alguien las tenía, sería el anciano que le vendió la máscara.
—Está bien, vamos. Necesito respuestas, y si alguien las tiene, es ese anciano que me vendió la máscara, no puedo permitir que este objeto me obligue a maltratar a la gente que quiero —dijo ella, poniéndose de pie con esfuerzo.
El camino hacia la tienda fue tenso. Kyle la observaba de reojo, notando pequeños detalles en su amiga que antes no estaban allí. Su andar era más rígido, y sus movimientos parecían menos fluidos, como si algo la estuviera controlando desde dentro. La máscara, que al principio le había parecido solo un accesorio extraño, ahora parecía casi una extensión de su rostro. El brillo en sus ojos había cambiado, y había algo en su voz, un matiz de frialdad, que lo perturbaba.