La princesa de Érebos

Adreana, defensora de la tierra gélida

 

 

— ¡TIERRA A LA VISTA!—Esas cuatro palabras, que en un principio fueron escuchadas como un simple susurro, acabaron sonando con tal intensidad, que casi perforaron los oídos de los habitantes costeros de Noxia, una tranquila ciudad posicionada en el este del extenso país de Erébos.

Pero más que sonar demasiado alto, aquellas cuatro palabras dieron comienzo a una lucha, una lucha que en realidad no tenía nada que ver con ellos, y que tal vez debió haber sido considerada como el inicio de una gran guerra. Y quién diría que dicha guerra comenzaría aquel frío veintitrés de abril, el día de la independencia del país en el que se encontraban.

Muchos no lo entendían, ¿A qué venía tanto escándalo? La primera en salir al exterior a comprobar la situación fue Joanna, quién se había levantado hacía exactamente diez minutos atrás, debido a que tenía que abandonar la ciudad urgentemente a las once y media para poder llegar a Unión de Las Sombras, la capital del país a tiempo. Era su deber como consejera real, felicitar a la futura reina por su decimo quinto cumpleaños, y, a la reina, por el día de la independencia.

Sus grandes ojos azulados se abrieron con sorpresa, al ver un enorme navío aproximarse a la costa. Para empezar, ese barco no podía ser de su querida nación de hielo, puesto que los barcos de su país no estaban compuestos por una madera tan clara, y mucho menos navegaba con madera podrida, no eran tan cutres.

«Por Rolph, que mal huele—Pensó la joven, mientras jugaba con uno de sus cortos cabellos verdosos— ¿Sabrán lo que es lavarse?»

El viento traía un muy desagradable hedor, tan desagradable que la joven casi creyó ver como la nieve, la cual caía sin parar y hacia días que había cuajado, se derretía. Acarició su abrigo de piel de lobo, sintiendo algo de frío, y posó su mirada al navío una vez más. No podía ser. Llevaba un dibujo de sol como bandera, con un color blanquecino de fondo. Ese símbolo... Le resultaba familiar. Y eso no le gustaba nada.

Lo segundo que pudo observar, fueron botes. Miles de botes aproximándose a la costa, como un ejército de hormigas que se acercaban a pasos agigantados en dirección a la costa. Cargaban con unos extraños objetos metálicos en las manos, que de alguna manera provocaron que la peli verde sintiera un escalofrío recorriendo toda su espina dorsal.

— ¡Ayuda, por favor, vienen a atacarnos! —Chilló una joven, mientras que Ryu el tuerto, el regente de la aldea, (evidentemente, carecía de su ojo derecho), murmuraba al menos doce groserías distintas.

Joanna no podía casi ni contar el número de cosas que estaban yendo mal, porque la lista era interminable. Apretó sus blancos nudillos y suspiró, mientras que observó como Ryu llamaba a los guerreros mágicos con su ojo de cristal, mientras que pronunciaba en silencio el misterioso hechizo que los activaba.

Para cuando acabó de pronunciarlo, ya era demasiado tarde. Los hombres ya estaban allí. Estaban muy morenos, tal vez porque se expondrían al sol a menudo. Ryu le lanzó el ojo a Joanna.

—Dáselo a Adreana. ¡Rápido!

Joanna se lo guardó en el bolsillo, y observó como un hombre de ojos azules y piel tostada apuntaba con su arma al tuerto.

—Aparta, gordo. —Murmuró, haciendo referencia a el peso del anciano. —Yo, Jack Cort, proclamo este continente propiedad del soleado reino de Solem y a su majestad, el rey Oberon I, emperador de estas tierras, las a partir de ahora llamadas Nevislandia. —Proclamó—Solemnianos, matadlos a todos,

Dicho esto, comenzó la masacre. Por suerte, Joanna siempre traía consigo una pequeña poción de invisibilidad, así que no tardó en bebérsela de un trago. Aquello bastaría para no ser vista durante por lo menos cinco horas. Tiempo más que suficiente para llegar a Unión de las Sombras y notificarle los hechos a la reina.

Se sentía terriblemente mal por salir huyendo, pero, el asesinato no estaba asignado para una dama de tal alto rango como el suyo, ella era una jinete, una consejera, prima de la princesa. Ella no podía luchar, sólo informar.

Huyó hasta el bosque, donde le aguardaba su dragón, y una vez se encontró en el aire, divisó como la nieve se teñía de rojo, los soldados de Solem habían comenzado a saquear las casas de los aldeanos, y las mujeres… Ninguna de ellas había recibido una muerte noble. Habían sido despojadas de su pureza, de su honor. Y si había alguien que odiase el desprecio y la infravaloración de las mujeres, esa era su prima.

—Oh, Rolph, a Adreana no le va a gustar esto.

{• • •}

Adreana no estaba acostumbrada a darse por vencida. Desde muy temprana edad, desde la muerte de su padre, específicamente, se había aislado de otras personas, sin permitir que nadie, ni siquiera su madre, entrara en ese agujero tan profundo que se había formado en su corazón.




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