Determinado a ignorar cualquier recuerdo o sentimiento y ese dolor en el pecho que me causaba el pensar mucho en la situación; me dispuse a poner todo de mi parte en cualquier cosa que hiciera referente a la Princesa de Hielo. Mi determinación fue tanta que decidí incluso olvidar que eso que tenía con ella era un juego para ver a mi compañera sin ninguna predisposición.
«¿Realmente no me puedo enamorar de ella?», esa pregunta había rondado por mi mente por un rato. Hasta ese momento, lo había tomado como algo totalmente imposible, pero debo admitir que nunca lo había pensado seriamente y me limitaba mantener esa posición por mera necedad mía. Realmente yo no conocía la respuesta, por lo que, a partir de ese momento, decidí poner una nueva regla personal “Ser sincero conmigo mismo”.
A partir de ese momento todo se trataría de mí conociendo más a aquella chica que veía todos los días, averiguando si podría verla como algo más que una compañera de trabajo o una simple amiga. Entre nuestros juegos, actitudes exageradas y continuos coqueteos falsos, debería ser más fácil encontrar la respuesta a mi pregunta.
La nueva rutina de desayuno con mi compañera fue algo que me animó al día siguiente. A decir verdad, era algo que no estaba nada mal, debo decir que incluso disfrutaba de las miradas celosas de aquellos que anteriormente habían pretendido a aquella orgullosa princesa.
Llegue al edificio y al subir al piso donde trabajábamos, como de costumbre, mi compañera ya estaba ahí, esperándome en la cafetería. Ese día se veía más descansada que el día anterior. Me acerqué a la mesa y me senté junto a ella.
—Hola ¿Cómo estás? —la saludé.
—Bien, gracias, ¿Y tú? —me contestó con una sonrisa en su rostro.
—Bien también. Te veo mejor el día de hoy ¿Dormiste bien?
—Sí, mucho mejor —contestó animada—. Vamos a desayunar entonces, deja sacar la comida.
—De nuevo, muchas gracias por esto.
—No es nada, aunque… debo decepcionarte el día de hoy, este desayuno no lo cociné yo—admitió con tono un poco apagado—. Tampoco tienes tanta suerte como para que te cocine el desayuno el resto de tu vida —agregó algo sonrojada, intentando regresar a su tono habitual.
—Aun así, muchas gracias —La miré mientras sonreía—. Pienso que ya tendría mucha suerte si solo decidieras compartir mesa conmigo durante el desayuno.
—Yo también tengo algo de suerte… —comenzaba a decir en voz baja cuando se percató de la forma en la que la miraba—. ¡No me mires con esa cara! —Exclamo aún más sonrojada.
—Oh vamos, ¿Qué ibas a decir?
—Algo que solo oirás en tus sueños —dijo simulando estar molesta.
—Entonces, tendré que soñar contigo — dije haciendo parecer que estaba pensando en algo—. ¿Te he dicho que puedo tener sueños lúcidos? Si sueño contigo podría…
—¡Vaya!, quieres desayunar solo el día de hoy —me interrumpió.
—¡No, era broma! —exclamé—. Prometo no hacerte nada en sueños.
—Está bien, te creeré —Puso frente a mí un bento como el del día anterior—. Ten, no cociné yo, pero espero que te guste.
El desayuno de ese día, tal y como lo había dicho mi compañera, fue cocinado por los trabajadores de su casa, todo era perfecto, con atención al más mínimo detalle y era básicamente una copia de lo que desayunamos el día que estuve en su casa. Aun así, confieso que yo prefería el desayuno del día anterior, solo porque lo había preparado ella, eso me había parecido un gesto muy tierno de su parte.
Después de desayunar, recogimos todo y fui por mi vaso de agua. Al igual que el día anterior, los recuerdos no tardaron en atacar, sin embargo, pude sobreponerme fácilmente. Estoy seguro de que la Princesa de Hielo estaba preparada para lidiar con esa situación, ya que antes de lo previsto ya estaba parada detrás de mí.
Giré rápidamente y le ofrecí el vaso que tenía en la mano.
—Bella dama, ¿Desea un vaso de agua? —pregunté mientras admiraba su rostro que reflejaba algo de sorpresa.
—¿Estas bien? —decidió preguntar lo que ya tenía en mente, ignorando que mi estado de ánimo no era malo.
—Sí, muy bien —Le dedique una sonrisa.
— Lo siento, pensé que este lugar… —comenzaba a explicar cuando la interrumpí.
—Ya no, no te preocupes por eso —dije con voz suave.
Ella sonrió, tomó el vaso de agua y mientras lo hacía acaricié su mano con la punta de mis dedos. Me miró a los ojos en silencio por más tiempo de lo normal, para después voltear a un lado apenada y terminar con una sonrisa en su rostro.
—Te ves linda cuando te sonrojas —afirmé descaradamente.
—Cállate y vámonos a trabajar —Me jaló del brazo.
—Espera, me falta mi agua.
—Te doy de la mía, vámonos —me ordenó aun sonriendo.
Así, una vez más, fui arrastrado hasta el laboratorio por mi compañera. Esa mañana, simplemente trabajamos sin decir mucho, aunque comenzaba a ser normal descubrirnos mirándonos el uno al otro a mitad del trabajo, cosa que, después de un par de ocasiones, ya no intentamos ocultar.
Editado: 13.06.2023