La Princesa de Hielo

Capítulo 12: El corcel de la princesa

Me gustaría decir que el resto de la semana fue igual de intenso como el inicio, pero la verdad es que fue todo lo contario. Parecía que esa batería, que hacía que mi compañera se comportara de manera provocativa, se había descargado completamente el día lunes.  Ella seguía jugando —o por lo menos lo intentaba—, pero su energía era tan baja al acercarse a mí, que la descubría con la guardia baja todo el tiempo. Era muy fácil anticiparse a lo que quería hacer y generalmente le regresaba la misma jugada, pero de manera más eficiente.

Ese estado de la Princesa de Hielo duró toda la semana, no me quise aprovechar mucho de ello, pero admito que lo hice en ocasiones. Aun así, me pareció muy raro que esto no le molestara a ella, es más, nunca la había visto más contenta en todo el tiempo que llevaba de conocerla. Tenía conmigo una feliz y cansada princesa.

Al llegar el viernes, decidí tocar un poco el tema. El fin de semana era otra ocasión para salir a algún lado o para ir a su casa, pero me incomodaba un poco que ella estuviera poniendo tan poca resistencia y comenzaba a preguntarme si debía darle un poco de espacio.

Aproveche que a las dos de la tarde teníamos tiempo para comer. Salí con mi compañera y fuimos a la cafetería —no lo he mencionado, pero, a diferencia de las mañanas, por las tardes la comida era más que decente ya que era traída de un restaurant cercano—, llegamos y nos sentamos en el lugar que ya se había hecho usual en nuestras horas de comer.

—Oye, te quería preguntar algo— dije con tono algo neutral.

—Pregunta lo que quieras, pero no pongas esa cara tan seria —contestó ella mientras recargaba su cabeza sobre su brazo, a su vez apoyado en la mesa, y me miraba como si viera a la nada, sonriendo.

—Ok, lo intentaré —dije sin en realidad pensar en intentarlo— ¿Mañana tienes algo que hacer, o el domingo?

—¿Por qué lo preguntas? —devolvió la interrogante mientras se enderezaba un poco, dejando su cómoda postura anterior.

—No es nada, solo quería saber si querías que hiciéramos algo o si necesitabas este fin de semana para ti sola para que hicieras lo que…

—¡No! —exclamó mi compañera de pronto.

—Ok, está bien, tampoco es para tanto —traté de calmarle, pues por primera vez en la semana la vi algo alterada— ¿Qué quieres hacer entonces?

—No sé, solo… —hizo una pausa— Solo me gustaría verte mañana… y el domingo también.

Su actitud era algo extraña. No logré identificar claramente lo que ella quería. Parecía nerviosa y también tuve la impresión de que me quería decir algo. Al mismo tiempo, estaba divagando mucho en sus pensamientos como para hablar de manera clara del tema. En vista de que la vería ambos días del fin de semana, decidí posponer mis cuestionamientos para cuando nos viéramos fuera del trabajo.

—Bien, entonces ¿Te gustaría que fuera a tu casa mañana?

—Sí, lo más temprano que puedas, por favor —contestó como si de algo crucial se tratara.

—Bien, pues entonces está decidido.

Ella pareció aliviada cuando dije eso último, desapareció todo rastro de tensión o nerviosismo de su parte. Inmediatamente de eso, llegó nuestra comida. Comimos como ya era normal entre nosotros. Entre platicas sin sentido y un par de bromas pasamos el horario de comida, para después regresar a nuestro trabajo, el cual transcurrió de manera normal, sin mucho que contar.

Al salir de trabajar caminamos juntos un rato por los alrededores, no fue nada planeado, simplemente le vi intenciones de caminar a la Princesa y yo apoyé esas intenciones caminando a su lado. Por unos minutos no dijimos nada, pero al poco rato ella decidió romper el silencio.

—Oye, ahora yo quiero preguntarte algo —dijo tímidamente.

—Adelante, a estas alturas ya tienes permiso —contesté despreocupadamente.

—¿Puedo confiar en ti? —Su rostro se tornó algo serio, pero logró mantener su sonrisa.

—No sabes cómo me gustaría simplemente decirte que sí —Un pequeño suspiro salió de mi boca—, Pero, por esta ocasión, deberá ser un “depende”.

—Lo sé, pero fuera de… tu ya sabes qué, ¿Puedo confiar en ti? —Su voz seguía siendo tímida.

—En ese caso, sí. Es más, te pediría que por favor confíes en mí, fuera de tu ya sabes qué —dije copiando su frase—, en realidad, me sentiría muy honrado de saber que confías en mí… ¿Me darías el honor de contar con tu confianza? Si necesitas ayuda, consuelo, un consejo o solo alguien que te escuche ¿Me permitirías ser yo quien esté a tu lado? —pregunté mientras le ofrecía mi mano para ayudarle a bajar un escalón.

Ella se quedó parada por un instante sin decir nada. Entendió la situación, ese gesto mío y mi pregunta eran la misma cosa. No solo le había dado posibilidad de confiar en mí, se lo estaba pidiendo. Ella tendría que decidir si tomar mi mano y aceptar o rechazar mi ayuda.

Después de un par de segundos, ella me miró y me dedicó una linda y cálida sonrisa.

—Será para mí un placer. Pase lo que pase, confiaré en ti. Si algún día necesito ayuda, consuelo, un consejo o alguien que me escuche, quiero saber que puedo contar contigo.

Ella tomó mi mano y bajó el escalón, se paró frente a mí y me abrazó de la nada. No pude hacer más que corresponder y abrazarla también. De alguna manera sabíamos que ese momento no formaba parte de nuestro juego. Era un pacto que deberíamos mantener pasara lo que pasara, sin importar quien ganara, sin importar si alguien ganaba.



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En el texto hay: amor, orgullo, metiras

Editado: 13.06.2023

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