Algún tiempo después, las cosas se calmaron en el palacio. Los nobles que fueron designados como gobernantes y ministros para apoyar a la virreina en su gestión del nuevo virreinato se sentían conformes. Sin embargo, muchos se vieron forzados a separarse de sus familias y, debido a las distancias y coste de traslado, no les quedaba de otra más que mantener contacto mediante sus dispositivos comunicadores.
La princesa Jade y la baronesa Montse se pasaban trabajando día a día en conjunto, estableciendo decretos que regirían las normas sociales y judiciales del virreinato. A la vez, debían planificar la forma en que detendrían al grupo rebelde que se ocultaba entre las montañas más lejanas del reino. Si bien la regente aumentó la vigilancia en la Capital y otras ciudades principales, aun le quedaba pendiente los pueblos y villas alejadas, por lo que sospechaba que muchos de esos pobladores ocultaban a los rebeldes o los apoyaban a escondidas.
– Debería hacer un censo, majestad – le propuso Montserrat – su hermana, la princesa Miriam, había hecho hace algún tiempo en las ciudades principales, pero no pudo continuar por las complicaciones de parto. Han pasado tres años desde aquel entonces, la población cambió. Si tiene a mano el registro de cada habitante del reino, será más sencillo localizar a esos rebeldes.
– Si, supongo que tienes razón – dijo Jade, sin dejar de leer los informes que le colocó su secretaria sobre su escritorio – pero necesitamos algo más que un censo para registrar a la población actual. Es necesario incentivar a los burgueses a que paguen todos los tributos a fecha exacta para solventar los gastos públicos y, así, mejorar la infraestructura del ejército real.
– ¿Y qué piensa hacer con los medios de prensa, majestad? – le preguntó Montse, pasándole el diario del día – la mayoría de los reporteros apoyaban a la antigua reina y, ahora, solo se la pasan criticando tu gestión y administración en calidad de regente.
Jade tomó el periódico y leyó algunos artículos, donde cuestionaban sus métodos de mandato. También habían “opinólogos” que argumentaba que era mejor dedicarse más a los pueblos aislados que a las tierras situadas al otro lado del océano.
Ante eso, se rió y dijo:
– Estos estúpidos reporteros no entienden que, gracias a la colonización de esas tierras lejanas, logramos resurgir después de largas décadas de crisis. Ah, si fuera por mí, instauraría la censura. Pero mi padre me dijo que el pueblo aprecia más a las monarcas que fomentan la libertad de expresión. En ese caso, solo queda…
No pudo conversar más, porque fue interrumpida por el sonido de su dispositivo comunicador. La joven tomó el aparato, lo activó y se proyectó el rostro de uno de sus espías que trabajaba a su servicio.
– Majestad, tengo un informe para usted – le dijo el espía – estaba vigilando las fronteras, como usted me lo ordenó, y me encontré con una mujer que se parece a la reina Abigail.
– ¿Qué?
Tanto Jade como Montse se sorprendieron por el informe del espía. Y es que, a pesar de que nunca se encontró su cuerpo, un gran porcentaje de la población e, incluso, la mismísima Corte, ya la tenían por muerta. Sin embargo, debían pasar unos cinco años mínimos para declarar el fallecimiento de una persona desaparecida. Y a los familiares les otorgaban el derecho de espera por un periodo de diez años para, luego, firmar el certificado de defunción y sacarla de la línea de herencia.
El corazón de Jade se aceleró, pero mantuvo su compostura y le preguntó al espía:
– ¿Estás seguro de que se trata de mi madre?
– Solo le dijo que se asemeja a la reina Abigail, majestad – respondió el espía- si bien puede ser otra persona, lo que me llamó la atención fue que el duque Tulio la visita con mucha frecuencia.
– ¿El duque Tulio?
Jade había recordado que Montse, hacia meses atrás, le había informado que descubrió al príncipe Rogelio entablar conversaciones privadas con el duque Tulio. Ella sabía que ellos dos eran buenos amigos y que Tulio había cuidado a Rogelio como a un hijo, por lo que lo dejó pasar. Pero tras el testimonio del espía, comenzó a sospechar de que ambos estaban confabulando, junto a esa mujer, para generarle más de un dolor de cabeza obstaculizando su paso de reclamar su lugar en el trono.
Al darse cuenta de que comenzó a apesadumbrarse con el tema, se sacudió la cabeza. Ella tenía bien en claro que al príncipe Rogelio no le convenía traicionarla, ya que la custodia de la princesa Leonor estaba a manos de su tía. Y si el príncipe daba un paso en falso, sería la niña la que pagaría las consecuencias.
Ante eso, sonrió y dijo:
– Quizás el duque Tulio tenga alguna amante secreta o vaya a saber qué. ¡Ese hombre siempre fue muy extraño! De todos modos, vigila a esa persona. Si logras confirmar su identidad, avísame de inmediato. No importa la hora.
– Está bien, majestad. Así se hará.
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Casi a final del día, un par de guardias le informaron a la princesa regente que capturaron a un grupo de rebeldes que intentaron hacerse pasar por sirvientes para infiltrarse en el palacio. La joven, al enterarse de esto, se dirigió a los calabozos donde tenían capturados a los prisioneros.
El grupo estaba conformado por tres hombres y tres mujeres, cuyas muñecas fueron atadas por pilares, mientras que sus ropas eran rasgadas para exhibir sus espaldas. Un par de soldados estaban blandiendo sus látigos sobre ellos, haciendo que sus gritos traspasaran los muros del lugar.
Cuando los guardias vieron que la princesa Jade hizo acto de presencia, detuvieron los latigazos. La regente, ante una señal, hizo que una de las mujeres azotadas fuera arrastrada ante su presencia. La sostuvieron de sus brazos, pero se encontraba tan débil que no opuso resistencia.
Jade la tomó del mentón y, mirándola directo a los ojos, le preguntó:
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Editado: 16.02.2024