La princesa de repuesto

Capítulo 8. La reunión Anual Continental

El día de la reunión llegó. Normalmente se organizaba cada año nuevo en el corazón del continente, donde las cuatro reinas se reunían en una zona parcial para establecer y renovar los acuerdos internacionales establecidos con el objetivo de mantener la paz entre naciones.

La princesa Jade se sentía nerviosa. Si bien ya era el tercer año en que participaba en reemplazo de la reina Abigail, aun sentía ese aire denso y lúgubre que transmitían las reinas de los reinos vecinos. Sabía que todas ellas se habían formado desde muy jóvenes para el cargo, por lo que la regente se veía superada por los años de formación y experiencia que ella nunca recibió debido a su condición.

El lugar era un amplio recinto, donde colocaron una mesa redonda con cuatro sillas. Cada monarca se sentaba según la posición de los puntos cardinales e iban acompañadas de un familiar que se encargaba de la conexión con el exterior. Esto se debía, más que nada, a que la reunión podría tardar varias horas. Hubo casos en que llegaban a amanecer en el lugar, especialmente cuando no llegaban a un acuerdo que satisficiera a todas.

Una vez que las reinas y la princesa se colocaron en sus posiciones, las puertas del recinto se cerraron y los parientes mantuvieron distancia, a sus espaldas.

– Demos por iniciada esta reunión – comenzó Jade quien, al formar parte del reino más poderoso del continente, era la que siempre tomaba la iniciativa – esta vez, surgieron diversos cambios y acontecimientos importantes, siendo la más relevante la fundación de un virreinato. Como podrán notarlo, he hecho toda esta hazaña desde mi periodo de regencia y, debido a eso, avancé en un año lo que a mi madre le llevó una década. Gracias a eso, auguro un buen porvenir a mi reino y un fortalecimiento a los lazos con las naciones vecinas.

Las reinas se miraron entre sí, como si no comprendieran las palabras de la princesa Jade. Si bien sabían de todo el empeño con que la regente lideraba su reino sin la supervisión de una reina, cuestionaban los métodos que usaba para mantenerse vigente en el poder.

La reina del Este, quien destacaba por sus largos cabellos recogidos en moños, la cara pintada de blanco y su vestido de mangas largas con estampados de rosas, se puso de pie y dijo:

– Creo entender lo que estás pretendiendo decirnos, su alteza. Desea a toda costa que la reconozcamos como la legítima sucesora al trono del reino del Norte por haber conquistado esas tierras lejanas durante su regencia. Aunque admiro su esfuerzo y valentía, temo que no puedo dar una respuesta definitiva debido al destino que le depararía a la princesa Leonor, quien por línea sucesoria le tocaría a ella ese derecho. En todo caso, ¿No sería mejor que apele al Consejo de su reino y llame a juicio para finiquitar este asunto?

– El proceso ya está siendo revisado por el Consejo de mi reino, majestad – respondió la princesa Jade, mientras cruzaba sus brazos y la miraba fijamente – Pero, a mi parecer, tengo todo lo necesario para ser la reina. Mi sobrina aún es muy joven y no tiene formación ni experiencia. Además, reina Danitza, según recuerdo, tú ni siquiera eres una primogénita dado que tu madre ha tenido hijos mucho antes de tu nacimiento. Usted, más que nadie, debería estar de acuerdo con que me otorguen el cargo.

– Sí, puede que tengas razón, princesa Jade – dijo la reina Danitza, quien regresó a su asiento – pero mis circunstancias son diferentes a las suyas. Si bien no fui la primera en nacer, soy la primera mujer de la familia y por eso se me otorgó ese derecho, aunque igual tuve que lidiar con la envidia de mis hermanos para hacerme un espacio en mi camino por heredar el trono.

– ¡Ay, chicas! ¿De verdad todavía siguen con esa idea tan anticuada de monarquía hereditaria por vía materna? – dijo la reina del Sur.

Todas se voltearon a mirarla. Sabían que la Nación del Sur, a diferencia de los demás países del continente, era la única donde se estableció la democracia. Así es que la reina escogida por el pueblo solo perduraba en el poder por diez años y, pasado ese periodo, volvían a elegir a otra.

En esos momentos, quien ostentaba la corona era la reina Moria, una mujer de piel morena y ojos verdes que lucía una discreta vincha de plumas blancas en la cabeza, usaba un vestido negro sin mangas pegado al cuerpo y brazaletes dorados por los brazos.

La reina Danitza la miró con el ceño fruncido y le preguntó:

– ¿A qué quieres llegar, majestad?

La joven monarca se puso de pie y, mirando a la princesa Jade con simpatía, respondió:

– Pienso que deben dejar que el pueblo decida. Si el pueblo está de acuerdo con que la princesa Jade sea la reina, entonces queda en nosotros darle el reconocimiento internacional. Por mi parte, estoy a favor de que le den la corona, no solo porque sea hija de un nativo de mi nación sino, también, por haber logrado la gran hazaña de conquistar tierras lejanas al continente para el florecimiento de su reino.

Esta vez, las reinas parecían no estar de acuerdo con la reina Moria, pero omitieron cualquier comentario al respecto. En eso, la reina Brida decidió ponerse de pie y dar su propio punto de vista:

– La verdad no le veo el sentido a esta discusión, cuando tenemos otros temas más urgentes que tratar en esta reunión. La única forma de que podamos reconocer el derecho de la princesa Jade de ser reina es si nos muestran una prueba fehaciente de que la reina Abigail ya pasó a mejor vida.

Los murmullos se expandieron entre los presentes. Y es que, si bien sabían que la reina Abigail no se había manifestado en su propio reino desde hacia años, todavía no habían declarado oficialmente su fallecimiento debido a que no encontraron su cuerpo. Ante esto, la princesa Jade puso una mueca extraña y, por alguna razón, recordó lo que la baronesa Montse le dijo días atrás sobre la mujer misteriosa y su peculiar escolta.




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