Cuando la princesa Jade regresó de la reunión, ordenó a todos los residentes del palacio que no la molestaran. La única a quien tenía permitido verla era la baronesa Montse, por lo que muchos nobles que conformaban la corte no paraban de atiborrarle de preguntas sobre la actitud de la regente.
– Se los revelará en su debido momento – respondía Montse, una y otra vez – por ahora, permanezcan al margen y no se acerquen a los aposentos de la princesa Jade bajo ninguna circunstancia. ¡Esto va para todos! ¡Sin excepciones!
Una de las personas que más le afectó todo este asunto fue a la princesa Leonor, ya que ella deseaba recibir a su tía cuando regresara al palacio. Sin embargo, le pidieron que permaneciera en su habitación y se mantuviera tranquila.
Su padre, el príncipe Rogelio, estaba con ella para supervisarla en sus estudios, pero la niña no podía concentrarse. No paraba de mover los pies inquieta, por lo que terminó irritando a la institutriz a cargo de su educación:
– Su alteza, le pido encarecidamente que se concentre. Debe memorizar toda esa página para antes de las seis o tendré que dejarla con tareas extras.
El príncipe Rogelio, al ver que su hija ya estaba prácticamente al límite, decidió intervenir:
– Señora, creo que lo mejor sería que dejara a mi hija tomarse un descanso. Soy su padre y, sobre todo, soy el príncipe del palacio. Así es que le solicito este breve receso para calmar las aguas y retornar con más energías.
La institutriz miró al príncipe con molestia, pero en el fondo debía admitir que estaba igual de agotada que la pequeña princesa. Así es que cerró su libro y, dando una ligera reverencia, le dijo:
– Como usted lo ordene, su alteza. Dejaré que la princesa heredera se tome un descanso. Cuando se recupere, podrán regresar. Los esperaré aquí.
La niña y el padre fueron juntos al patio principal del palacio. Esta vez no jugarían con el robot bailarín, sino que armarían un castillo con unos bloques de madera. Mientras apilaban las piezas, los ánimos de la niña iban mejorando y, en un momento, comentó:
– Cuando tía Jade vea mi castillo, se pondrá muy feliz.
– Sí. Estoy seguro que sí – dijo el príncipe, con una media sonrisa.
Y mientras ellos jugaban, la princesa Jade estaba tomando un té tranquilizante en compañía de la baronesa Montse. Ambas mujeres tenían los ánimos bajos, y más con lo sucedido dentro de la reunión de las reinas.
– A excepción de la Nación del Sur, el resto de los países todavía no reconocen mi valor – dijo la princesa Jade – pero eso no es lo que me preocupa, sino lo que comentó la reina Brida del reino del Oeste. Estoy segura de que ella tiene relación con esa misteriosa mujer.
– Majestad, debería relajarse y salir a dar un paseo – le dijo la baronesa Montse – no puede estar encerrada para siempre. Los nobles se están impacientando y la corte desea saber a toda costa los resultados de las alianzas internacionales establecidas en la reunión.
La princesa Jade dio un bufido, mientras bajaba su taza con tanta fuerza que hizo temblar de miedo a la baronesa. Sin embargo, en vez de descargarse con ella, solo atinó a decir:
– Tienes razón. Esas víboras no se detendrán ante nada para verme destruida, pero no les daré ese gusto. Por cierto, ¿hay alguna novedad surgida en mi ausencia?
– No mucho – dijo Montse, recuperando la calma – su majestad el rey sigue en reposo, pero lo veo un poco más animado que de costumbre, seguro será por el duque Tulio. Por su parte, el duque Tulio actuó normal, cumple con su promesa de cuidar de su hermano y no dio ningún movimiento en falso. El príncipe Rogelio sigue cuidando de la princesa Leonor y supervisándola en sus estudios junto a la institutriz a cargo. Y ella hace lo posible para que la princesa heredera reciba toda la educación requerida para su puesto.
– Bien. Me alegra que todo siga en orden.
Jade se levantó de su asiento, se colocó un saco de lana para salir del dormitorio y le ordenó a Montse:
– Convoca a los miembros de la corte para una reunión nocturna. También, llama al duque Tulio para que se presente en lugar de mi padre. Si quieren respuestas, las tendrán. Pero no será lo que imaginan.
– Sí, majestad.
Mientras Montse se disponía a cumplir esa orden, la princesa Jade comenzó a recorrer los pasillos externos del palacio. Estos estaban al aire libre, por lo que estaban expuestos al ambiente externo y no había de otra que abrigarse. Por suerte, el saco de lana de la princesa la protegía por completo, pero a ella le encantaba sentir el frío en su piel porque la ayudaba a relajarse en los momentos más estresantes de su jornada.
En eso estaba cuando vio a un par de nobles cuchicheando entre sí, como si se estuvieran contando un secreto. La princesa, por instinto, se escondió detrás de una estatua decorativa que la duplicaba de tamaño. En circunstancias normales, los habría ignorado y seguido su camino. Pero tras los últimos acontecimientos surgidos y las sospechas de que sus enemigos se infiltraron en el palacio para destruirla, cualquier actitud de los residentes le parecía sospechosa y estaba dispuesta a todo para ponerlos en evidencia.
Fue así que escuchó lo siguiente:
– No sé por qué actúa con soberbia, si no es la reina. ¡Ni siquiera es una princesa heredera!
– Desde que le otorgaron el puesto de regencia, piensa que ya tiene asegurada su posición en la línea sucesoria al trono.
– ¡Jamás! La princesa Leonor es la ÚNICA heredera oficial. La princesa Jade, por el contrario…
– ¡Cierto! La princesa Jade es una princesa de repuesto, que solo está en caso de emergencias.
– ¡Sí! Cuando la princesa Leonor sea la reina, a la princesa Jade no le quedará de otra que aceptarlo.
La princesa Jade cerró sus puños y sintió que la sangre se le subía al cerebro. Aunque delante de ella se comportaban de manera muy complaciente, a sus espaldas la tildaban como un “repuesto”. Sabía que ese siempre había sido su destino desde que nació, pero le parecía injusto que nunca reconocieran sus esfuerzos solo porque nació después de la princesa Miriam quien, a su vez, logró tener una hija que siguiera con la línea sucesoria al trono.
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Editado: 16.02.2024