La princesa de repuesto

Capítulo 11. Retorno al reino

Las noticias sobre la supuesta traición del duque Tulio a la corona y el asesinato del príncipe Rogelio corrieron a lo largo de todo el continente. Todos los reinos estaban expectantes ante lo sucedido y, también, recibieron el anuncio de prohibir brindar asilo al hombre por atentar contra un miembro de la realeza e ignorar todos los acuerdos internacionales para mantener la paz en las cuatro naciones.

El duque Tulio, quien consiguió refugiarse en las afueras de la ciudad principal con la princesa Leonor, gruñó por lo bajo. Sus aliados estaban informándole de todo, pero pronto se vio obligado a cortar la comunicación con ellos, por temor a que las conexiones fueran rastreadas por su sobrina.

Por su parte, la princesa Leonor había entrado en un profundo trance. El shock provocado por la muerte de su padre, más aquellos días de encierro en ayunas, la dejó completamente trastornada. El duque Tulio, debido a que era un hombre soltero y por su propio estatus, no estaba acostumbrado a cuidar de otros. Pero al tener en sus manos a la princesa heredera y no contar con ningún criado disponible, le tocaba a él atenderla en sus necesidades y asegurarse de que estuviera saludable.

En su refugio había una sola cama. Era demasiado simple y pequeña para una princesa pero, debido a las circunstancias, no le quedaba de otra más que usarla. Acostó a la niña ahí y, cada tanto, la revisaba para ver si volvía en sí o reaccionaba ante algún estímulo suyo. Pero por más que le hablaba o hacía algún gesto gracioso, ella seguía devolviéndole una mirada vacía.

Pasaron siete días de su huida, cuando la vio acostada boca arriba, mirando el techo. Como pudo, le preparó un platillo sencillo de puré de papas ya que era lo único que le salía medianamente bien y que sería lo suficientemente digerible para la pequeña princesa.

– Alteza, ya está la comida – le dijo el duque Tulio, en voz baja.

La niña no respondió. Su tío dio un ligero suspiro y se acercó a ella, dispuesto a alimentarla a la fuerza si se negaba a probar bocado.

Se sentó al borde de la cama, la tomó de la nuca con una mano, la levantó para que se sentara y, con la otra mano, le extendió la cuchara con el bocado.

– Come.

La princesa Leonor abrió ligeramente la boca y dejó que su tío le introdujera el puré. Masticó poco a poco, hasta conseguir tragarlo. En eso, murmuró:

– Esa chica de pelo verde es mala. Mató a mi papá. Quiero que se muera.

– Ya, querida, no pienses en eso – dijo el duque, dándole un beso en la frente mientras se contenía para no llorar delante de ella – deja que yo me encargue.

– ¿La matarás por mí, tío Tulio? – le preguntó la pequeña, cuyos ojos adquirieron un extraño brillo - ¿Lo harás?

– Sí, querida. Eso haré – respondió Tulio, mostrándole una ligera sonrisa – esa bruja se arrepentirá de lo que ha hecho. Te lo prometo.

Cuando terminó de darle de comer, la dejó descansar. En su estado, no había mucho que hacer por ella más que esperar a que su mente se calmara.

Se dirigió a la ventana situada en una de las habitaciones del refugio, fijándose así en el paisaje rocoso y cubierto de nieve que había a su alrededor. En esos momentos había una fuerte ventisca, lo cual agradeció en parte porque, así, le sería imposible a la princesa Jade rastrearlo con sus drones. Pero, también, temía que, de seguir la tormenta, podrían ser enterrados por la nieve.

Y fue así que, a lo lejos, vio acercarse una extraña figura. O, más bien, un pelotón. Eso le causó temor, por lo que de inmediato tomó su rifle y se pegó por la pared, dispuesto a defenderse de cualquiera de los subordinados de la princesa Jade que iba tras su cabeza.

Pero, entonces, vio que una figura encapuchada se adelantaba al ejército. Iba montada en una motoneta de cuatro ruedas, cuyo modelo era capaz de pasar por las nieves más espesas. El conductor levantó una bandera blanca y, con un megáfono que apenas resistía al sonido del fuerte viento, dijo:

– Duque Tulio, soy la reina Abigail. Uno de sus aliados me envió aquí y me explicó lo sucedido. Por favor, déjame entrar.

El duque Tulio respiró aliviado. Bajó su arma y abrió la puerta, dejando así que la reina y su escolta de veinte soldados ingresaran al lugar para resguardarse del frío.

– Disculpe, su majestad – dijo el duque Tulio, dando una ligera reverencia – no cuento con sirvientes ni sistema de calefacción alguno, salvo la habitación de la princesa heredera. Así es que lamento no ofrecerle un mejor confort para una mujer de su categoría.

– No se preocupe por mí, duque Tulio – dijo la reina Abigail, tomándolo de los hombros para indicarle que la mirara – he estado en lugares mucho menos acogedores que éste. Por cierto, ¿dónde está mi nieta? Tengo tantos deseos de conocerla…

El duque Tulio la guio hasta la habitación de la niña. Apenas la vio, la reina no evitó dar un grito de sorpresa y alegría al verla por primera vez. Durante esos años, solo la conoció por medio de fotografías. Y, por mucho tiempo, anheló verla en persona, abrazarla y besarle su cabecita para expresar el profundo amor que siente por su existencia.

Sin embargo, también le dolió el corazón al verla tan destrozada, con la mirada vacía y en un estado de trance poco natural para una niña de tres años. La reina comenzó a llorar, mientras murmuraba:

– Jade, ¿por qué? ¿Qué te motivó a dañar a una inocente niña?

El duque Tulio dejó que la reina Abigail se acercara a su nieta y la abrazara. La niña ni siquiera reaccionó a su tacto ni tampoco la rechazó. Estaba absorta en sus pensamientos, como si su mente se encontrara en cualquier otro lugar.

Y mientras el duque observaba la escena, se le acercó una mujer cubierta con una caperuza negra, con una apariencia sencilla pero de mirada franca. La joven inclinó ligeramente la cabeza ante él y le dijo en voz baja: 

– Señor, soy la mucama oficial que atendió a la reina Abigail todo este tiempo. Me solicitó que cuidara de la princesa Leonor personalmente, mientras estamos en el refugio. Puede confirmarlo con su majestad ahora mismo, si lo desea. Pero le aseguro que haré lo posible para atender todas las necesidades de la princesa heredera y me encargaré de su bienestar hasta que den fin a mis servicios.




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