La princesa de repuesto

Capítulo 12. El grupo rebelde

La tormenta de nieve siguió por varias semanas. Para cualquier persona, sería un suicidio aventurarse a las afueras. Pero para la reina Abigail, quien soportó tempestades a lo largo de su vida, era una oportunidad de dirigirse a las lejanas montañas del norte sin temor a ser detectada por los radares de la princesa regente.

Sin embargo, sabía que toda precaución era poca. Así es que, para asegurar que podrían pasar desapercibidos, ordenó a su ejército a que se adelantara en pequeños grupos de dos y se dispersara en distintas direcciones. A cada uno le proveyó de las coordenadas para, así, reunirse en un mismo lugar en diferentes intervalos de tiempo, a su señal.

Abigail, en lugar de usar sus atuendos, decidió vestirse de soldado. Así, en caso de ser detectada, podría despistar a su hija y ser tomada como un guardia más de los muchos que envió para vigilar las zonas lejanas. El problema era ver cómo movilizar al duque Tulio para que llevara a la niña a un sitio más acogedor. No podía enviarlos a la residencia del reino del Oeste debido a que se estableció el decreto de no dar asilo al “asesino de príncipes”. Y si bien la reina Brida no estaba convencida de las noticias, tampoco quería arriesgarse a acoger a alguien que estaba siendo perseguido por la justicia.

Mientras se debatía internamente qué hacer con su nieta y su cuñado, éste le dijo:

– No se preocupe por nosotros, majestad. Conozco un lugar donde pueda ocultar a la princesa. Solo que no deseo que sufra por esta tormenta y termine enfermándose durante el viaje.

– Tengo entendido que querías llevarla a la Nación del Sur – dijo Abigail, un poco dubitativa – recuerda que la frontera está vigilada y los sureños apoyan a mi hija.

– Lo sé – dijo el duque, dando un ligero suspiro – pero estoy hablando de un templo remoto situado en el bosque de los pinos blancos. Antes era un lugar muy concurrido, pero ahora está vacío debido a que “La Doctrina” perdió fieles por causa de la Gran Conspiración orquestada por la ex papisa. Sin embargo, aún sigue habiendo una que otra sacerdotisa y, como es una institución sin fines de lucro, estoy seguro de que no se opondrán a darnos asilo.

– Escuché sobre eso una vez – dijo la reina – que las sacerdotisas ofrecen asilo a los que fueron repudiados y abandonados por sus familiares de forma injusta. Ni siquiera mi hija se animaría a enviar a sus tropas ahí, sabiendo que se trata de un lugar “sagrado”.

– Así es. Las sacerdotisas actuales son más honradas que sus antecesoras. ¿No lo crees, majestad? – dijo el duque, encogiéndose de hombros – me llevaré a la mucama que usted gentilmente me cedió para cuidar de la princesa. ¡Ah! Y tendré a mi escolta conmigo… bueno, al menos los pocos que si accedieron a apoyarme pese a todo.

– Confío en usted, duque Tulio – dijo Abigail, mostrando una ligera sonrisa – solo déjame despedirme de mi nieta.

Entraron al dormitorio. Esta vez, la niña estaba hojeando un libro de dibujos. Cuando vio a su abuela, dejó el libro a un lado y, con una sonrisa, le dijo:

– Hola, abuela.

“Logró recuperarse un poco”, pensó el duque. “Pero todavía sigue débil. Espero que no empeore su situación cuando sepa que su abuela se ausentará por un buen tiempo”.

– Mi niña, ¿cómo estás? – le preguntó Abigail a Leonor, mientras apoyaba las manos sobre sus hombros.

– Estoy bien, abuela – dijo la princesa - ¿Vienes a jugar?

– Hoy no, cariño – dijo Abigail, con tristeza – tengo algo que hacer, pero te prometo que, cuando regrese, jugaré contigo las veces que quieras.

La niña asumió con la cabeza, mientras sus ojos perdían el poco brillo que le quedaba. Aunque convivieron pocos días, Leonor aprendió a querer a su abuela, de quien no supo nada en todos esos años. Pero pensaba que, si mantenía la cama, ella cumpliría su promesa y regresaría a su lado.

Abigail, al ver la predisposición de la niña de obedecerla, le dijo:

– No te prometo que regresaré pronto, pero sí que te llevaré a un lindo lugar cuando termine con mis asuntos. Tu abuelo te extraña mucho, ¿sabes? Tanto él como yo velaremos por ti a partir de ahora. Solo tengo que resolver un problema para asegurarme de que nadie volverá a lastimarte. Sé una buena chica y haz caso del duque Tulio. Él te protegerá siempre que sigas sus indicaciones. ¿De acuerdo?

– De acuerdo – dijo Leonor.

Abigail abrazó a su nieta y ésta correspondió a su abrazo. Luego, cuando la mujer hizo amago de irse, la princesa la tomó de la manga de su vestido y le dijo, con una voz triste:

– Dile a tía Jade que lo siento por no hacerle caso. Si no hubiese salido ese día a armar la casita con papá…

Abigail esquivó la mirada y reprimió su llanto. Pese a todo, la princesa Leonor seguía apreciando a su tía y se culpaba a sí misma de todo lo sucedido. Pero solo la reina y el duque sabían la verdad, por lo que les dolía el no poder revelarle la verdadera personalidad de su tía debido a que temían causarle más traumas de las que ya tenía.

– Está bien, pequeña – dijo Abigail, tomándola de la mano y conteniendo las lágrimas – hablaré con tu tía para que te perdona y podamos ser juntos una familia feliz.

………………………………………………………………………………………………………………………………

En las remotas montañas del reino del Norte, un par de jóvenes del grupo rebelde llamado “La resistencia”, estaban haciendo patrulla en las afueras del campamento. Habían perdido la noción del tiempo, por lo que no tenían ni idea de qué fecha era y cuantos días llevaban ocultos ahí.

Pese a perder a su líder y a gran cantidad de miembros por causa de la princesa Jade, lograron subsistir como pudieron.

Uno de ellos, que llevaba el pelo cortado al ras, dio un quejido:

– ¿Qué sentido tiene todo esto, si “Plata” fue capturado y cortado en pedacitos? ¡No quiero que me conviertan en matambre!

Su compañero, de cabellos largos y recogidos en una coleta, dio un bufido y, con una voz dura, le dijo:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.