La princesa de repuesto

Capítulo 13. El regalo de la princesa

La Corte estaba consternada por lo sucedido. No solo había fallecido el príncipe Rogelio sino que, además, la princesa heredera había sido secuestrada por el duque Tulio.

En circunstancias normales, esto sería motivo suficiente para declararle la guerra a la Nación del Sur. Pero la reina Moria manifestó que, en la corte, declararon al duque “persona no grata” y que estaban dispuestos a cooperar para rescatar a la pobre princesa de su infortunio.

– El príncipe Rogelio es nativo de nuestras tierras, alteza – le dijo la reina Moria a la princesa Jade, cuando la contactó a través de su comunicador – por eso, no perdonamos lo que el duque Tulio hizo con él. Le juro por la Diosa que jamás pretendimos dañar la integridad ni de la princesa ni de ningún miembro de la realeza del reino del Norte. Así es que estaremos informándole de cualquier eventualidad o sospecha de que el duque intente ingresar en nuestras fronteras.

– Desde ya le agradezco por su cooperación, majestad – le respondió la princesa regente – sepa bien que tengo aprecio por la nación donde originan mi padre y esposo. Mientras me brinden cualquier información relacionada al caso, por más insignificante que les sea, seguiré manteniendo los acuerdos internacionales para asegurar la paz entre naciones.

Cuando terminaron su reunión virtual, la princesa Jade se dirigió a los aposentos de su padre para preguntarle qué pensaba al respecto. Pero un par de guardias que servían directamente al rey, le bloquearon el paso y le dijeron:

– Lo lamento, su alteza, pero el rey Marco pidió que nadie lo moleste. Sin excepciones.

– Pero soy su hija – dijo Jade, frunciendo el ceño - ¿Acaso están oponiéndose a una regente?

– Usted será regente, pero el rey es la máxima autoridad mientras no haya una reina al mando – le recordó uno de los guardias, dirigiéndole una mirada fría – aun si usted está a cargo de controlar el reino, tendrá que apelar a las decisiones del rey sin derecho a un reclamo, su alteza.

Jade gruñó. Todavía había un porcentaje considerable del personal del palacio que le era más leal al rey que a la princesa, por lo que estaban más dispuestos a obedecer las órdenes de su padre que la suya.

Tuvo deseos de lanzar un insulto, pero recordó su etiqueta. Respiró hondo varias veces y, con una voz más calmada, les dijo:

– Lo entiendo, solo creí que mi padre querría estar junto a su hija en sus peores momentos. Pero si ese es su deseo, así será. Díganle que si cambia de opinión, puede llamarme a cualquier hora desde mi dispositivo, lo tendré activado solo para servirlo a él, en persona.

Luego de eso, se alejó de los guardias y comenzó a recorrer los pasillos, preguntándose el porqué su padre se negaba a verla. Era la primera vez que le impedía la entrada a sus aposentos, por lo que intuyó que el duque Tulio debió de llenarle de ideas extrañas en su cabeza para que decidiera ponerse en su contra.

Sin embargo, no había nada que pudiera hacer, debido a que no era la reina. Y eso la impedía hacer muchas cosas como, por ejemplo, autorizar alguna invasión o supervisar al ejército real para darles instrucciones específicas en persona. El rey Marco si o si debía intervenir para firmar decretos y supervisarla, estando o no enfermo. Y había veces en que se encontraba tan mal, que debía esperar varios días para que la atendiera y le autorizara cualquier acción que le permitiera hacer su trabajo sin contratiempos.

“Desde que mi tío comenzó a residir en el palacio, no he vuelto a visitar a mi padre”, pensó Jade, con frustración, mientras se dirigía a su oficina. “Él me dijo que quería cuidarlo personalmente y, por eso, lo dejé estar. Creí que, si difundía la falsa noticia de que fue el duque quien mató al príncipe Rogelio y secuestró a mi sobrina, mi padre querría saber de mi boca si todo eso era verdad. Sí, fingiría que fui una víctima y eso le rompería el corazón, porque se trata de su hermano. No será que… ¿Fui demasiado precipitada? ¿Debí decir la verdad”

Apretó sus puños recordando aquel momento en que la baronesa Montse apuñaló al príncipe Rogelio delante de sus narices. Si bien su amiga le juró que no quería hacerlo, eso no le eximía del hecho de que asesinó a un miembro importante de la realeza, específicamente a un ex duque proveniente de la Nación del Sur. Si la reina Moria se enteraba, podría romper con cualquier tratado y establecerse así una “Guerra fría”.

Ante eso, Jade sacudió la cabeza y, ya cuando se encontraba frente a la puerta de su oficina, se dijo en su mente:

“¡No! ¡No expondré a mi mano derecha y única aliada a escarmiento público! Soy capaz de meter la mano al fuego por ella. ¡Es la única persona en quien puedo confiar y quien siempre apoyó en mi sueño de ser la reina!”

Entró a la oficina, donde la baronesa Montse la estaba esperando. La notó con la mirada perdida, aunque fingía leer los documentos que le encargó para agilizar su gestión.

Se acercó a ella, dio un ligero golpe en su mesa para llamar su atención y, cuando lo consiguió, le dijo en voz baja:

– No tienes que angustiarte, querida amiga. Mientras seas leal a mí, evitaré que descubran tu desliz.

– ¿No me odia, majestad? – le preguntó Montse, con una voz angustiada – maté a su esposo y…

– Solo me casé con él por conveniencia – le recordó Jade, mientras se disponía a sentarse en su escritorio – casi ni hemos convivido, a pesar de estar bajo el mismo techo. El amor es un sentimiento inútil, que solo entorpece el pensamiento y nos vuelve tremendos idiotas. Yo prefiero enfocarme en mi trabajo, que el romance pasional sea solo para los plebeyos que no tienen nada que perder.

Montse estuvo a punto de comentar algo, cuando la secretaria real entró a la oficina para hablar con la princesa.

– Majestad, acaba de llegar del virreinato una comitiva de mercaderes a darle “un regalo”. Es un salvaje del “Viejo Mundo”, que se infiltró de polizón en su barco junto a un pequeño grupo de cinco para hundirlo.




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