La princesa Jade se estaba preparando para la reunión del Consejo. Un par de sirvientas la ayudaban a colocarse un vestido color violeta, un color poco usual en ella. Pero supusieron que lo eligió debido a que ya se cumplía el cuarto año de la desaparición de la reina Abigail y, por eso, optó por estar en medio luto*.
Mientras se vestía, escuchó el sonido de su comunicador. Pidió a las sirvientas que se retiraran, con la idea de que podría ser uno de los guardias que mandó a que hicieran desaparecer del mapa a la princesa Leonor.
Una vez sola, atendió la llamada y vio el rostro proyectado de la baronesa Montse.
– Majestad, las sirvientas que se encargan de limpiar la habitación de la princesa heredera encontraron algo muy inusual. ¿Recuerdas al robot bailarín?
– Ah, sí, recuerdo esa chatarra – dijo Jade, con una expresión de fastidio – mi hermana la mandó fabricar debido a que no habría hijos de nobles de la edad de mi sobrina para que jugaran con ella. En fin, ¿qué sucede con esa cosa?
– Empezó a moverse solo y bailar. También repite mucho: “Leonor, Leonor”, como si llamara a la princesa. ¿Será… que la extraña?
– ¡Vamos, Montse! ¡Seguro es un fallo técnico! Es una máquina, no tiene conciencia. Pero mejor mándalo a que lo reparen, no vaya a ser que comience a incordiar a las sirvientas y se arme tremendo lío en el palacio.
– Sí, majestad.
Cuando cortó la comunicación, Jade se sentó al borde de la cama y dio un ligero bufido. Aunque había planeado liquidar a su sobrina, no podía deshacerse de sus cosas tan rápidamente para “no levantar sospechas”. Sin embargo, pensó que el robot bailarín podría serle útil de alguna manera.
“Esas máquinas se crearon hace un par de décadas y fueron muy populares en la Alta Sociedad”, pensó Jade, mientras tocaba un timbre para que las sirvientas regresaran a terminar su trabajo. “Si bien el propósito era distraer a los hijos de nobles que tienden a escapar para jugar con los hijos de los burgueses y plebeyos, muchas personas también comenzaron a usarlos para dejar mensajes póstumos a sus parientes. Sí, suena atractiva la idea de abrazar a un familiar desde el más allá a través de una máquina. Atractiva y ridícula…”
La princesa Jade lanzó una pequeña carcajada. Por un instante, imaginó a su hermana, Miriam, grabando su voz en el robot bailarín. Pero pensaba que a ella jamás se le ocurriría hacer algo tan infantil sabiendo que, en vida, era una mujer racional y que siempre fue bien instruida en los estudios y la lógica.
Sin embargo, el príncipe Rogelio era de otro cantar. Él sí demostró ser bastante emotivo y muy impulsivo, en especial cuando se trataba de proteger a sus seres queridos. Es por eso que sospechaba que él, en algún momento, recurrió al robot para dejar un mensaje a su hija en caso de que le sucediera algo grave.
“Si se trata de una información que me compromete, debo destruir esa cosa”, pensó Jade, mientras terminaba de vestirse. “Pero si solo es un simple mensaje de amor a su hija, podré usarlo para incentivar más el rechazo hacia el duque Tulio y dar con él más rápido, que nadie se compadezca de ese vil traidor a ambas patrias”.
Cuando las sirvientas terminaron con su labor, Jade les dio su paga y las mandó afuera. Luego, se miró al espejo y sonrió. Las cosas se estaban torciendo a su favor, tanto que ni ella misma se lo creía. Podía saborear el triunfo y sentía que estaba a un par de pasos más de sentarse al trono como la legítima reina del reino del Norte.
Al menos que sucediera una pequeña eventualidad.
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El salón de reuniones estaba repleto. Esta vez, todos los miembros de la Corte estaban presentes e, incluso, se trajeron a sus parejas e hijos para que presenciaran el evento en calidad de testigos. El sillón de la reina la ocupaba la princesa Jade, como siempre. Pero la joven regente notó que, esta vuelta, colocaron una silla al lado. A diferencia del sillón, este asiento era más pequeño y modesto, debido a que se lo usaba para que lo ocupara la pareja o la hija mayor de la monarca de turno.
Recordó cuando era niña y ella y su hermana participaron por primera vez en una de esas reuniones del Consejo, como oyentes, debido a que eran muy pequeñas para siquiera proponer una iniciativa. La reina Abigail ocupaba el sillón y deslumbraba con un hermoso vestido blanco de mangas largas y adornos de plata. En la silla del acompañante iba el rey Marco, luciendo un conjunto de camisa blanca con pantalones negros y capa de color rojo oscuro. En ese entonces su padre era mucho más delgado, tenía los cabellos de un color castaño oscuro que contrastaba con los rubios cabellos de la monarca.
La pareja miraba al frente, con expresiones neutras y aparentemente siendo indiferentes a la presencia del otro. Pero Jade pudo notar, sutilmente, que se tomaban de las manos cuando alguna iniciativa que apoyaban era aprobada por la mayoría del Consejo.
“El príncipe Rogelio jamás me acompañó en estas reuniones”, recordó Jade. “Bueno, la participación de la pareja de una reina o princesa es opcional y él prefería pasar el tiempo con su hija. Mi hermana ni siquiera tuvo su oportunidad de dirigir estas reuniones debido a que justo estaba en el punto más avanzado de su embarazo cuando desapareció nuestra madre. Si las cosas resultaban diferentes, me pregunto si…”
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando escuchó al vocero de la reunión anunciar:
– Señoras y señores, su alteza real, el rey Marco acaba de llegar.
Todos los presentes murmuraron entre sí, con expresiones de asombro e incertidumbre. La princesa Jade casi se cae de su asiento, debido a que nadie le informó que su padre estaría ahí.
“¿Pero cómo es posible? ¿No se supone que estaba muy descompuesto que apenas podía moverse?”
Las puertas del salón se abrieron de par en par y de ellas, ingresó el rey Marco, acompañado de un par de guardias y un sirviente que lo sostenía de la mano por si se tambaleaba en el camino.
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Editado: 16.02.2024