Cuando finalizó la reunión, Jade se encerró en sus aposentos y comenzó a gritar y arrojar sus cosas por todos lados. Golpeaba cada mueble, pared u objeto que se encontraba por el camino. Y como si eso no fuera suficiente, molió a palos a Dunga, a quien mandó traer para poder descargar su frustración con su “juguete”.
– ¡Maldición! ¡Malditos sean todos! – chilló Jade, mientras daba un golpe en el brazo de Dunga que ya se encontraba fracturado.
– ¡Alteza! – intervino una temerosa sirvienta – Este… puede matarlo…
– ¡Callese, si no quieres estar en su lugar! – bramó la joven, haciendo que la sirvienta retrocediera en silencio.
Dunga, quien llevaba los grilletes y la mordaza, apenas podía defenderse. Era la primera vez que la princesa lo hería de gravedad, tratándolo como si fuera un simple pedazo de madera. Recordó que, cuando ella lo mandó en sus aposentos, lo mantuvieron atado a la cama por más de 24 horas, sin comida ni agua. Y justo cuando creía que se había olvidado de él, un par de guardias lo sacaron, lo llevaron a las celdas y le dieron un conjunto de ropas rotas para que se vistiera. En ese momento, fue atendido por un enfermero, quien le dio suero y una ligera papilla para que se hidratara y recuperara energías.
En los siguientes días, lo mandaban a la habitación de Jade donde, si no lo azotaba, lo mantenía colgado en el aire boca abajo, para que se le fuera la sangre al cerebro. A veces lo usaba de piñata humana, pero nunca se había sobrepasado al punto de quebrarle los huesos.
Y en esos momentos, se preguntaba qué tanto la habría molestado para que lo tratara así. Él no sabía nada de lo que sucedía en la realeza, ni que Jade acababa de perder su título de regente y de princesa por causa de su padre. Lo único que podía pensar era que uno de esos golpes fuese el último para, así, dejar de sufrir un infierno en vida.
En un momento, Jade se detuvo y comenzó a jadear por el cansancio. Como si nada, comenzó a desnudarse frente a él. Las sirvientes, con pudor, hicieron amago de cubrirla con un manto, pero ella las detuvo diciéndoles:
– Está encadenado y lastimado, no podrá “atacarme” aunque quisiera. Además, es solo un “juguete”. A nadie le da vergüenza estar desnudo delante de un objeto.
A pesar de sus palabras, Dunga procedió a cerrar los ojos. Solo quería dormir, que nadie lo molestara. Su mente se perdió en el pasado, donde era feliz con su familia quien, de seguro, se estaría preguntando qué sucedió con él, por qué no regresaba.
A su vez, la joven se acostó desnuda en la cama, mientras las sirvientas procedían a arreglar ese desorden e ignorar al prisionero. Al menos que Jade se los ordenara, ninguna quería tocarlo debido a que tenían la creencia de que si rozaban la piel del salvaje con sus dedos, éste se transformaría en una bestia feroz y las devoraría.
“¡Maldición! ¡Justo ahora a mi padre se le ocurre recuperarse! Y para colmo, no me avisó. ¿Qué no era su querida hija?”, pensó Jade, con rabia. “Encima se valió de mi ‘error’ para destituirme de mi puesto y sacarme mi título. Pero hay algo que no me cuadra. Él señaló mis errores, pero dijo una verdad a medias. Aunque él y el duque Tulio planearon llevarse al príncipe y a la mocosa fuera del palacio… en ese caso, ¿por qué no lo puse en evidencia? Tengo un testigo, también esa reunión clandestina registrada en audio. Acaso… ¿confiaba en que mi padre creería la versión de que el duque Tulio asesinó al príncipe Rogelio y secuestró a la mocosa?”
La princesa Jade se llevó una mano en la frente y se sintió una estúpida por no revelarles a los miembros de la Corte sobre las intenciones de su padre. El shock de verlo en pie fue tan intenso que no pensó con claridad, no había vaticinado que eso pasaría.
“Así como no pienso exhibir el crimen de Montse, tampoco quiero perjudicar a mi padre”, concluyó Jade, sucumbiendo a su lado sentimental. “Sí, lo que él y el duque Tulio planeaban hacer puede ser considerado una conspiración, por más que no se tratara de dañar la integridad de la mocosa ni del príncipe. Ya de por sí está prohibido que una princesa heredera menor de diez años ponga un pie afuera del palacio sin autorización de la Corte. ¡Lo había olvidado!”
Esta vez, la princesa se levantó de la cama y extendió los brazos a los costados, indicando así a las sirvientas que la vistieran. Luego, giró su cabeza a una guardiana personal que la custodiaba en cama y le ordenó:
– Llévate al salvaje a las celdas.
La guardiana obedeció y llevó a Dunga a rastras, ignorando sus quejidos ahogados por la mordaza.
Las sirvientas seguían con expresiones de miedo y espanto, pero omitieron cualquier comentario al respecto. Jade, quien en esos momentos no tenía deseos de hablar con nadie, dejó que siguieran vistiéndola mientras comenzaba a recordar el pasado.
Hacia cinco años, cuando se dieron las noticias del hallazgo de tierras fértiles en el “Viejo Mundo”, tanto Jade como Miriam estaban muy entusiasmadas con el proyecto de instaurar una colonia fuera del continente. Día tras día, discutían entre sí sobre cómo proceder para hacer de ese lugar un sitio fructífero y apto para el cultivo. Pero, también, tenían que solucionar el problema del traslado de materia prima ya que se trataba de abarcar una larga distancia y podrían pudrirse los alimentos durante el viaje.
– Podemos usar aviones – propuso Miriam – son veloces y el viaje entre esas tierras y nuestro reino duraría tan solo medio día.
– Pero los aviones no abarcan tanto – señaló Jade – habría que hacer varios viajes y se gastaría un montón de recursos para abastecer esas naves. Lo mejor será recurrir a los barcos cargueros y usar contenedores herméticos para conservar los productos bien frescos en el trayecto.
Pero pronto esos planes fueron interrumpidos cuando uno de los exploradores regresó al reino y le informó a la reina Abigail lo siguiente:
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Editado: 16.02.2024