La princesa de repuesto

Capítulo 18. La autoridad del rey

– ¡Padre! ¡No tenías que matarlo! ¡Podía con él!

Jade siguió al rey hasta su oficina, aun impactada por la forma en que éste le demostraba indiferencia hacia sus intentos de “apelar a su corazón” para salirse con las suyas. No podía creer cómo aquel hombre débil y enfermizo se convirtió, de la noche a la mañana, en una persona fría y distante.

Cuando llegaron, Jade vio que Montse estaba ahí, debido a que su audiencia privada con el rey había sido interrumpida y el monarca le pidió que lo esperara. Antes de preguntarle el rey comentó:

– Tienes una gran amiga, Jade. Alguien capaz de todo para protegerte a tus espaldas. ¿Pensabas hacerla de lado aliándote con un salvaje de turbias intenciones que se resistía a tu voluntad?

Jade miró a Montse quien, al instante, desvió la mirada. Sin embargo, la joven no estaba molesta con la baronesa dado que confiaba en ella con los ojos cerrados. Sabía perfectamente que ella buscaría revertir la situación, a pesar de que fuera en vano.

Es por eso que se molestó aún más con su padre, debido a que la estaba recriminando por intentar aliarse con Dunga aludiendo que, así, le haría de lado a su amiga. Pero, desde la percepción de Jade, eso jamás fue su plan dado que Montse también era una persona muy valiosa que la ha apoyado desde mucho antes de que le otorgaran la regencia.

Con eso en mente, dijo:

– Montse es buena en su trabajo, pero no sabe pelear ni blandir una espada. Mi guardiana personal no pudo con Dunga, por lo que no es de fiar cuando se trata de enfrentar a contrincantes grandes y rudos. Así es que pensé que si tomaba a ese hombre como mi escolta y confidente principal, me sentiría más segura contra aquellos que me desprecian.

– Jade, ¿es que no confías en tu padre? – le dijo Marco quien, repentinamente, aligeró su expresión – Que te haya destituido del puesto de regencia y arrebatado el título de princesa no significa que te dejara a tu entera suerte. Si te sientes en peligro, solo dímelo y te asignaré a los mejores soldados de mi entera confianza para que te protejan. Solo piénsalo, tendrás un castillo para ti solita, situado en un amplio terreno donde habrá personas que te seguirán adonde vayas. ¡Ahí tendrás la libertad de hacer lo que quieras! Pero eso sí, no puedo permitir que traigas gente de afuera para entrenarlos como soldados, y más si nos guardan rencor por haber invadido sus tierras.

Jade se mantuvo callada y miró fijamente a su padre. Para ella, el dejar que él le asignara su escolta sería dejarse someter a su voluntad y eso sería señal de que renunciaría para siempre a su lucha por reclamar el trono. Como princesa regente, tenía la potestad de asignar a su propia escolta, pero ahora dependía por completo de la voluntad del rey dado a su nueva condición de duquesa.

Por su parte, el rey Marco quería que su hija recapacitara y dejara de dañar a las personas por su ambición. Sabía que, con la princesa heredera en paradero desconocido, sería muy arriesgado destituir a Jade de su puesto y otorgarle derechos de duquesa, debido a que el linaje se acabaría y no habría más una sucesora al trono. Pero confiaba en su hermano, debido a que sabía que él siempre le fue fiel a la familia y sería capaz de proteger con su vida a la pequeña Leonor.

Por eso, albergaba la esperanza de que Jade pudiera enfriar la cabeza y, al alejarla de los asuntos protocolares de la Corte, lograría que entrara en razón y admitiera todos sus crímenes sin temor a ser castigada.

– Hija, sé que tenemos nuestras diferencias – dijo el rey, suavizando más la voz – pero ambos hicimos lo que creímos correcto para nuestra nación. No importa lo que me hayas hecho a mí o a tu madre, sabes que siempre te perdonaremos. Por eso, necesito que recapacites y puedas seguir apoyando a la corona desde tu condición de duquesa.

– Pero ser duquesa no me da poder… - comenzó a reclamar Jade, cuando fue interrumpida por Marco.

– Tendrás una parcela de tierra para controlar a sus pobladores. El rol de un duque es muy importante en un reino, mi hija. Una reina no puede abarcar tanto terreno y es aquí donde entran los duques y duquesas, quienes perciben los tributos del pueblo para gestionar los gastos de servicios públicos y reasignarlos a la guardia real.

Jade miró fijamente a Marco, preguntándose a qué quería llegar con eso. El rey, intuyendo sus dudas, le sonrió y continuó:

– Tanto la nobleza como la realeza se sostiene con los tributos del pueblo. Son los plebeyos y burgueses quienes pagan las cuotas debidas para mantener a la Alta Sociedad. Y, a su vez, nosotros tomamos ese dinero para mantener a los guardias a cargo de la protección y seguridad de los civiles. También los destinamos a fomentar la investigación científica, mejorar el servicio de salud y educación y, por supuesto, sostener a nuestro reciente virreinato que está al otro lado del océano. Por eso, hija, el pueblo está disconforme con tus acciones, dado que considera que no los has ayudado lo suficiente para justificar los altos impuestos que les has obligado a tributar. No sienten que haya una devolución de nuestra parte.

– Lo sé – dijo Jade, esta vez, desviando la mirada mientras apretaba los puños – pero el pueblo es como un niño mimado, si se los consiente mucho, querrán aprovecharse y sacar ventajas que no les compete. También es importante demostrar quien es el que manda castigando a los rebeldes y usándolos de ejemplo para que nadie se atreva a desafiarnos a futuro. ¡Es lo que me enseñó mi madre!

– Sí, tu madre decía lo mismo – el rey Marco mostró una ligera sonrisa de nostalgia – también discutíamos sobre ese asunto cuando recién nos casamos. Pero, con el tiempo, aprendió a mantener un sano equilibrio entre ser estricta y ser compasiva. Hay momentos para la compasión y momentos para la restricción. Es el deber de una reina saber cuál es el momento adecuado para aplicar uno u otro método según crea conveniente.




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