Tras haber permanecido una larga temporada en el refugio, el duque Tulio al fin se animó a dirigirse al templo, junto con la princesa Leonor, la sirvienta designada por la reina cuyo nombre era Sara y un escolta personal llamado John, que se encargaría de protegerlos.
El pequeño grupo fue dentro de un carro, vestidos como simples paisanos, para evitar en lo posible que alguien reconociera su identidad.
Ellos no tenían idea de lo que estaba sucediendo en el mundo exterior, por lo que preferían ir con cautela. Además, el duque tenía el mal presentimiento de que la princesa Jade buscaría sacarlos del mapa a como dé lugar.
Por suerte, llegaron al templo que se encontraba oculto en el bosque de los pinos blancos. Era una construcción rectangular, de techo plano y dos pilares que se erigían a los costados de la entrada. Ahí, vieron a un par de templarios haciendo guardia y a una sacerdotisa acarreando un ramo de flores en sus manos.
Los templarios lucían armaduras de bronce con capas de color rojo, mientras que la sacerdotisa tenía un vestido blanco de lana, debido al clima frío.
El duque Tulio se acercó a ellos y, cuando la sacerdotisa los notó, le dijo:
– Su santidad, somos un grupo de viajeros que ha pasado por una mala racha en el camino. No podemos dar muchos detalles, solo queremos un asilo para calmar las almas y encontrar paz en nuestro caos.
La sacerdotisa los miró. Por su expresión, el duque dedujo que ella se encontraba lo suficientemente aislada como para saber siquiera quiénes son y qué sucedió en el palacio real. Tras pensarlo un rato, la mujer les dijo:
– Está bien. Pueden pasar. Las puertas de La Doctrina estarán siempre abiertas para los cansados y afligidos del cuerpo y el alma.
El grupo entró. El lugar estaba prácticamente vacío, salvo un par de fieles que estaban rezando en silencio delante de una estatua de mármol que representaba a la Diosa. Antes de que el duque hiciera algún comentario, la sacerdotisa dijo:
– Hace un par de décadas, este lugar solía estar siempre lleno. Pero por culpa de las malas acciones de la anterior papisa, hemos perdido fieles y donantes que nos apoyen para seguir con nuestras misiones.
– Sí. Recuerdo esa época – dijo el duque – fue conocida como “La Gran Conspiración”. Según tengo entendido, la anterior papisa quiso destruir a todas las reinas para crear un imperio único y absoluto en el continente. ¿No es así?
La sacerdotisa asumió con la cabeza, en silencio. Llevó al grupo al fondo del templo, donde había un par de habitaciones con camas dobles, y les dijo:
– En el cuarto derecho pueden dormir las chicas y, en el izquierdo, pueden dormir los chicos. Pronto será la hora de la cena y se les dará los horarios de comida. No hace falta que me den ninguna compensación por el alojamiento, solo les pido que asistan a los rezos. Con eso será más que suficiente.
– Entendido, su santidad – dijo el duque, haciendo una ligera reverencia – gracias por su hospitalidad y que la Diosa se lo pague.
Mientras se acomodaban, el duque Tulio no dejaba de pensar en su hermano. Se preguntó si le dio el tiempo suficiente para limitar su personal y recuperar su salud más rápido. Tuvo tantos deseos de comunicarse con él, pero tenía miedo de que la princesa Jade hubiera interceptado su mensaje. Así es que decidió contenerse y prestar atención a los pocos fieles que asistirían en los próximos días a los rezos. Seguro más de uno estaría cotilleando sobre los últimos acontecimientos del reino.
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Pasaron los días y la nieve no dejaba de caer, como pequeños copos de algodón que emulaban las nubes del cielo.
La princesa Leonor recorrió el patio trasero del templo junto con Sara, dado que le habían dicho que ahí había un lago y quería dar un vistazo.
El lago estaba congelado y la princesa, al verlo, comentó:
– Parece un espejo.
A lo que la sirvienta le explicó:
– Es el agua, su alteza. Pero como hace frío, se vuelve dura como una roca.
– Leí sobre eso – recordó la princesa – era un libro aburrido sobre cómo se congelaba el agua. Pero verlo así lo hace impresionante.
La niña se acercó de a poco hasta llegar a la orilla. Luego, señaló hacia el hielo y preguntó:
– ¿Puedo pisarlo?
– No se lo aconsejo, alteza – dijo Sara – no sabemos el grosor que tiene el hielo. Si me lo permite, puedo probarlo yo misma.
– ¿Y si es delgado?
– Bueno, supongo que terminaré cayendo. Si eso pasa, usted tendrá que salir huyendo por su seguridad.
– ¡No!
Leonor se aferró a la pierna de la sirvienta, como intentando detenerla, y le dijo:
– Si te vas, la bruja de pelo verde te va a matar.
– ¿La bruja de pelo verde?
– Ella mató a mi papá porque él se alejó de mí. Si no se iba… él…
La niña comenzó a llorar. Sara la alzó en sus brazos y volvieron a entrar al templo. Ahí las recibió John, quien las estaba supervisando a lo lejos. El guardia, al ver las lágrimas de la princesa, preguntó:
– ¿Pasó algo?
– Fue mi culpa – respondió Sara, con pena – me ofrecí pisar la capa de hielo del lago para cerciorarme de que fuera segura y ella mencionó algo de la bruja de pelo verde.
– ¿Y qué tiene que ver la tal bruja de pelo verde contigo? – preguntó John.
– Leonor tiene miedo de que Sara también perezca… como su padre – dijo Tulio, interviniendo en la conversación y acercándose al grupo.
Tanto Sara como John inclinaron ligeramente sus cabezas, en señal de saludo. Tulio suspiró, dado que les indicó que no lo trataran como noble para no levantar sospechas. Pero decidió dejarlo estar ya que había costumbres que resultaban difíciles de sacar.
– No fue tu culpa, Sara – le dijo el duque a la sirvienta – Lo que pasa es que mi sobrina se encariñó contigo. Eres como la madre que nunca tuvo y, por eso, se preocupa por tu bienestar.
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Editado: 16.02.2024