La princesa de repuesto

Capítulo 23. El mensaje secreto

El público no dejaba de aplaudir ante tal demostración de lo que sería el evento más importante del año. En un coliseo improvisado con lonas y butacas de madera, había un par de salvajes teniendo un duelo a muerte. Uno era alto, moderno y musculoso. El otro era de piel pálida y delgado, pero muy ágil.

Pronto, el hombre alto se agotó, ya que no conseguía atrapar a su rival. El más pequeño, por el contrario, seguía con mucha energía. Y de un solo movimiento, le cortó la cabeza con su espada.

— ¿¡Esto es increíble!

— ¡Los salvajes sí que van con todo!

— ¡Hace tiempo que no veía una pelea tan emocionante!

— Si esto es solo una demostración, no me quiero imaginar cómo será el espectáculo real.

Al borde de la arena estaba la ex princesa Jade, quien contemplaba la pelea con una discreta sonrisa. Su padre no la acompañaba, ya que él estaba a cargo del trono, pero no lo extrañaba porque era solo en esos momentos en que podía hacer lo que se le hiciera en gana.

Un sirviente se le acercó y le dijo:

— Alteza, el tesorero del evento, dijo que las apuestas de los espectadores se están incrementando.

Montse, quien estaba cerca, le preguntó a Jade:

— ¿Acaso la gente ya está apostando?

— Así es – dijo Jade – Es inevitable, todos tienen altas expectativas de los guerreros del “Viejo Mundo”. Y lo que acaban de presenciar los motivará aún más a apoyar a sus favoritos.

Una vez que terminó la demostración, Jade y Montse se dirigieron a las celdas donde tenían a los demás prisioneros. Al contrario que con Dunga, a ellos les dieron camas más cómodas y recibían mejores atenciones para mantener su salud. Además, si uno de ellos demostraba un buen comportamiento, le enviaban una prostituta para que pudiera aplacar sus instintos y, así, ayudarlos a aumentar su motivación a la hora de luchar en la arena para recuperar su libertad.

— Lo de Dunga me abrió los ojos – le explicó Jade a Montse – si no hubiera escuchado y tratado mejor, él no habría dudado ni por un segundo en volverse mi aliado. Es cierto que con los hombres debemos ser estrictas, pero también hay que saber cuándo ceder para que se aligeren con nosotras.

— Tienes razón, alteza – dijo Montse, escuchando a Jade con admiración – la verdad nunca se me hubiera ocurrido.

Jade dio un ligero suspiro y, cuando llegaron a la entrada de las celdas, murmuró:

— También cometí ese error con el príncipe Rogelio. Si lo hubiese mimado en lugar de ignorarlo, él se habría puesto de mi lado cuando regañaba a esa mocosa. ¡Imagínate! ¡Sería una delicia ver a un padre contrariando a su hija! Pero bueno, no es momento de lamentar el pasado, sino mirar el presente y tomar las lecciones para mejorar nuestro futuro.

Montse no sabía qué decir. Era la primera vez que Jade le hablaba de Rogelio y, por alguna razón, se sintió mal por haberlo matado. Por más que su amiga la encubriera, eso no quitaba el hecho de que le arrebató la vida a alguien y no estaba segura de si podría soportarlo. Aun así, apreciaba el esfuerzo de Jade y se contenía en revelar la verdad por el recargo de conciencia.

La joven, quien intuyó lo que pensaba su mano derecha, giró la cabeza para mirarla y le dijo:

— Solo quiero que sepas que todo esto es mi culpa. Si hubiese decidido perdonar a Rogelio por su agresión en lugar de castigarlo, no tendrías que cargar con este pecado. Por favor, deja que te siga protegiendo, es lo mínimo que puedo hacer en agradecimiento por jurarme lealtad y estar a mi lado a pesar de las circunstancias.

Montse asumió con la cabeza, en silencio. Y, juntas, entraron a las celdas para reunirse con los prisioneros y establecer los turnos de combate en el evento.

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Las calles lucían muy animadas después de la demostración del combate. Los que asistieron, describían con lujo de detalle la forma en que esos dos hombres de tierras lejanas se enfrentaron a muerte, como si fueran enemigos. Algunos exageraban en sus anécdotas, pero aun así lograban trasmitir la emoción del momento, mostrando altas expectativas por el evento que se realizaría a fin de mes.

Solo una persona estaba contrariada con esto. Era la duquesa Elyasa, quien contempló la demostración de combate desde la distancia. Para ella solo fue una inútil carnicería, donde no existían ganadores, sino seres sin alma que, con cada matanza, incrementaban su sed de sangre. Le recordaban los tiempos de guerra, en donde los guerreros enloquecían en aquellos instantes de paz por no hacer blandir sus espadas ni manchar sus armaduras con la sangre de sus enemigos.

— La reina Abigail estaría decepcionada de su hija – pensó Elyasa, con amargura – se supone que ella no debería organizar ni siquiera una fiesta de té tras su destitución por el mismo rey. ¿Por qué la deja seguir haciendo lo que le da la gana? ¿Qué pretende ese monarca con esto? Debo persuadirlo para que intervenga, o de lo contrario…

La duquesa se dirigió a su carro, donde el chofer estaba leyendo el periódico, dado que era su hora de descanso. Al llegar, le ordenó:

— Llévame al palacio.

El chofer dejó la lectura y se puso al volante. Elyasa se sentó en la parte trasera y le dio las instrucciones para llegar al lugar indicado.

Una vez ahí, pidió una audiencia urgente a la secretaria del palacio. Por suerte, no había demasiadas personas en la lista de espera, por lo que fue atendida de inmediato en el trono.

El rey Marco lucía bastante bien, a su parecer. Eso le llamó fuertemente la atención debido a que no se explicaba cómo logró recuperarse tras permanecer postrado en cama por casi cuatro años. Sin embargo, decidió ignorar ese detalle y centrarse a lo que iba.

— Majestad, desde ya me alegra verlo de vuelta en el trono – dijo Elyasa, dando una ligera reverencia – pero estoy un poco preocupada por las acciones de su hija, la ex princesa Jade. No es un secreto para nadie que ya no ostenta el título de princesa ni el rol de regencia, pero todavía le da espacio para organizar eventos desagradables como el combate del otro mundo. Quiero saber el porqué permite esto, si para la reina Abigail estas prácticas son propias de los tiempos lejanos, que llevaron a la rápida decadencia de la civilización humana.




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