La princesa de repuesto

Capítulo 26. La osadía de la reina

Justo un día antes del gran evento, el rey cayó enfermo. Así es que todos los asuntos pendientes y las reuniones agendadas fueron pasados a otras fechas.

En esos momentos, los miembros de la corte se sintieron preocupados. Si bien les impresionó la notable mejora que tuvo el monarca, pensaron que se había sobre exigido demasiado para sintetizar tres años de ausencia en apenas un mes. No lo habían visto descansar ni un solo segundo, por lo que temían que colapsara en cualquier momento.

Montse, quien hacía su paseo habitual por los pasillos del palacio, escuchó algunos comentarios de los nobles simpatizantes del rey, llevándose una gran sorpresa. Entre las cosas que dijeron fue:

- Odio admitirlo, pero el rey cometió un error al destituir a su hija por lo sucedido con la heredera al trono.

- Sí. Aunque se notaba a leguas que quería controlarnos, ahora mismo la ex princesa Jade es nuestra ÚNICA opción.

- Pero… ¿Y si la reina…?

- Desengáñate, señora. La reina Abigail es historia. Lástima que el rey no quiere verlo así, pero tendrá que aceptar la realidad tarde o temprano si aun quiere mantenerse en el puesto.

Montse fue corriendo de inmediato hacia los aposentos de Jade y le contó todo lo que había escuchado. La joven, quien ya se había enterado del estado de su padre por otros medios, sonrió y dijo:

- Esto si es un extraño giro de acontecimientos. ¡Sí! ¡Es la oportunidad perfecta para recuperar mi título! Por ahora, centrémonos en el evento de mañana. Todo tiene que salir perfecto.

- Sí, señora. Así se hará.

Cuando Montse se marchó, Jade tomó un papel y un bolígrafo y comenzó a escribirle una carta a su padre, solicitándole su aprobación para que la propia corte le restaurara su puesto. Le dio varios motivos para reconsiderarlo y finalizó el escrito con estas frases:

Mientras la princesa Leonor no aparezca, tendrá que confiar en mí. La corte quiere respuestas y, por ahora, me consideran la única opción viable. Piensa en la nación, en el futuro del reino del Norte y en nuestro virreinato. No arruines lo que hemos logrado, padre. El futuro es hoy y depende de nosotros que sea próspero y glorioso.

Una vez terminada la nota, la firmó con su sello, activó su comunicador y envió un escaneado al dispositivo instalado en los aposentos del rey Marco.

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El día del evento llegó. Las calles estaban agitadas, los vendedores ambulantes iban y venían con rostros resplandecientes debido a las ganancias, había bailes y actuaciones al aire libre para los que no podían o no querían ir al torneo de combates. Incluso se instalaron ferias en las plazas, donde los burgueses dueños de negocios mostraban sus mejores productos a precios reducidos.

El rey Marco, quien tuvo una decaída el día anterior, veía todo lo sucedido en la ciudad desde un proyector de pantalla de larga distancia conectado a algunas de las cámaras de vigilancia. Si bien ese día se sentía mejor, prefirió permanecer en su habitación por dos motivos: primero, deseaba prepararse para recriminar a su hija por la atrevida nota que le envió durante la noche “como si fuera que estiraría la pata”. Y, segundo, acordó encontrarse ahí con una persona especial.

Tras varios meses de mucha planificación, al fin llegó ese día que nunca creyó que llegaría. Miles de emociones se le vinieron a la mente y no sabía cómo reaccionar cuando la viera.

Pero, también, le generaba miedo el pensar que su hija les habría descubierto y tendido una trampa. Ya había escuchado que ella podía ser capaz de enviar a sus mejores espías para desmantelar cualquier grupo opositor desde adentro. ¿Y si con él no haría ninguna excepción?

Y fue así que escuchó tres golpes en la puerta. luego, otro par de toques más, pero de seguido. Y de vuelta otros tres, pero más pausados.

- Adelante.

La puerta se abrió y sus hijos temblaron de la emoción al ver, frente suyo, a la reina Abigail.

La monarca, sin decir ni una palabra, se acerco al rey Marco, extendió sus brazos y le dio un fuerte abrazo. Luego, comenzó a llorar sobre su hombro. El rey también lloró, pero pronto se serenó, ya que aun estaban lejos de pasar un tiempo de calidad juntos tras esos largos años de distanciamiento.

- Esposa mía, debiste pasar por mucho para poder regresar – le dijo el rey Marco, mientras tomaba a Abigail por la cara con ambas manos y le secaba las lágrimas con los pulgares – por eso mismo, no estoy seguro de si deba contarte esta gran revelación. Ya tu corazón se encuentra roto y no quiero ser yo quien termine haciéndole trizas hasta convertirlo en polvo.

- Descuida, no me molestaré si me dices que te has enamorado de otra mujer – dijo Abigail, mostrándole una sonrisa amistosa – fueron tres largos años. ¿No es así? Entenderé si te ha faltado el afecto femenino tras mi ausencia.

El rey soltó una ligera risa y meneó con la cabeza. En esos tres años, postrado en cama, jamás pensó en otra cosa más que en recuperarse. Incluso ignoró a las sirvientas que trabajaban a su servicio y que, en más de una ocasión, notó que mantenían distancia como si temieran “que las tocara”. Tampoco prestó atención a las cortesanas que solían frecuentar en el palacio a brindar alegría y relajar tensiones. Lo único que él deseaba era cuidar de su nieta, proteger a su yerno y darle un alto a las ambiciones de su hija.

Respiró un par de veces y, señalándole el robot que descansaba a un costado de su cama, le dijo:

- Nuestra hija, Miriam, dejó un mensaje grabado en esa maquina antes de morir.

- ¿Y qué decía? – preguntó la reina, dirigiendo su mirada al robot bailarín.

- Dijo que fue Jade quien planeó el asalto aquel día de tu “desaparición”.

- ¿Qué?

Abigail dio un salto de la sorpresa. Por más cosas malas que escuchó sobre Jade, jamás se imaginó que en verdad ella sería capaz de atentar contra su propia madre. El rey hizo gestos de silencio con la mano para que no gritara y continuó con su explicación.




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