La princesa de repuesto

Capítulo 29. La inocencia de una niña

La ciudad entera se puso de luto. Lo que antes era una población animada por la gran celebración de la batalla de los salvajes, pronto pasó a ser una atmósfera lúgubre, donde solo se veían caras abatidas por la inesperada noticia del fallecimiento de la princesa heredera.  
Sus cuerpos fueron hallados en un barranco y trasladados en ataúdes hasta el palacio. La princesa Jade anunció en un comunicado que ella misma confirmó su identidad, alegando que sería velada en el interior del palacio junto con su tío, el duque Tulio.  
Tal como sucedió con el funeral de la princesa Miriam, los nobles se sentían desconsolados. Pero el dolor era aún más intenso debido a que no solo se trataba de la heredera al trono sino, también, que era apenas una niña de tres años, quien todavía tenía mucho por vivir.  
A su vez, se sorprendieron de que el “asesino de príncipes” también sería velado, en lugar de arrojado a una fosa común por su mala reputación. Cuando le cuestionaron a Jade sobre el asunto, ella respondió:  
- Habrá sido un traidor que mató a mi esposo, pero sigue siendo mi tío. Además, me he percatado de que cuidó a mi sobrina. La única herida que encontré en ella fue la provocada por la caída, nada más. Estoy segura de que mi tío se lanzó con la intensión de salvarla, perdiendo así la vida en el proceso.  
Jade no lloró durante el velorio. Esos cuerpos pertenecían a dos completos desconocidos, quienes vestían las ropas que usaban la pequeña princesa y el duque esa noche de fuga. Supuso que el noble actuó de forma desesperada y entregó sus vestimentas a esos mendigos, con tal de escapar de su mira.  
Si bien la joven decidió anunciar al mundo su fallecimiento, sabía que todavía seguirían rondando por ahí. Así es que tenía que intentar rastrearlos para eliminarlos de una buena vez.  
Una vez enterrados los cuerpos, la princesa Jade se dirigió a la sala de conferencias situada en un sector público del palacio. Una gran cantidad de periodistas nacionales y extranjeros la apuntaban con sus cámaras y micrófonos, listos para registrar sus palabras y saber qué le depararía al reino sin su princesa heredera.  
La joven se aclaró la garganta y, con una voz ahogada, como si estuviera a punto de llorar, dijo:  
- Ciudadanos y ciudadanas del reino del Norte, en esta vida he perdido a las personas que más quería y mi corazón está a punto de reventar de la tristeza. Pero heme aquí, encarándolos para demostrar que estoy dispuesta a liderarlos, pese a mi dolor. No quiero su compasión, solo quiero su apoyo para que, juntos, llevemos adelante el desarrollo de esta nación.  
Los enemigos nos rodean y no sé bien en quién confiar. Es así como, en estos primeros meses, haré grandes cambios que espero sean aceptados por todos. Uno de ellos es la instauración de un toque de queda, tanto en la Capital como en las ciudades importantes del país.  
Nadie podrá salir de sus casas. Si alguien se atreve a siquiera asomar su cabeza por la ventana, será fusilado sin contemplaciones. Pero no será esa persona quien morirá, sino también toda su familia se verá afectada. Apelen a esa ley si quieren vivir en paz y demostrar su lealtad a la corona.  
Jade respiró hondo. Se imaginó que a los ex integrantes del grupo rebelde no les gustaría esta situación. Sabía que fueron ellos quienes ayudaron a la reina Abigail a infiltrarse en el palacio, por eso los tenía bien vigilados. Si bien era más sencillo aniquilarlos, pensó que lo mejor sería hacer que se pusieran de su lado poco a poco, instándoles a que dejen de lado a su madre para vivir en paz con sus familias.  
A los únicos a quienes torturó fueron a Theo y Jack, junto con la duquesa Elyasa. En esos momentos, estaban en las celdas, en la espera de ser sentenciados.  
Pensando en ellos, se le ocurrió una brillante idea.  
Días después del velorio, llamó a las familias de ambos jóvenes para que se presentaran en el trono. Los guardias los rodearon, pero no fueron dañados, ya que Jade deseaba negociar con ellos y llegar a un acuerdo para ponerlos de su lado.  
Los miró fijamente, pensando que los plebeyos en verdad podían llegar a tener familias numerosas. Dio un largo suspiro y les dijo:  
- En circunstancias normales, ustedes serían ajusticiados junto con los traidores de Theo y Jack. Pero mi padre me instó a darles una segunda oportunidad y, solo por él, les perdonaré la vida… bajo una condición.  
El grupo la miró, como si no pudieran dar crédito a sus palabras. La princesa Jade mostró una pequeña sonrisa amistosa y continuó:  
- Escuché rumores de que un hombre ruin y perverso le lavó el cerebro a una inocente niña para hacerle creer que es la princesa Leonor.  
Todos abrieron la boca de la sorpresa, preguntándose de dónde salió esa información ya que, por lo general, los rumores solían surgir entre los encuentros de nobles o en el mercado principal. La joven continuó como si nada:  
- Ese hombre es un vil traidor y ha soñado con apoderarse del reino para gobernarlo como un tirano. Lo que necesito de ustedes es que localicen a ese hombre y a la niña y me digan de inmediato en dónde la encontraron. También pueden preguntárselo a sus amigos o parientes que vivan en otros pueblos. Si encuentran alguna novedad, aunque les resulte insignificante, acudan a mí de inmediato. No importa la hora, este caso es mi prioridad. Si cumplen esta orden, liberaré a Theo y Jack y los absolveré de todos sus crímenes. ¿Entendido?  
- ¡Sí, majestad! ¡Cumpliremos tu voluntad! – dijeron todos, al unísono.  
Una vez que terminó de hablar con ellos, fue a su oficina con Montse para planificar el traslado de los reyes al sitio más lejano del reino del Norte.  
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Los que permanecieron en el campamento, quedaron consternados por los últimos acontecimientos. No sabían bien qué sucedió con la reina Abigail y cómo se retorció todo. Pero de lo que estaban seguros es que perdieron la última esperanza que tenían de derrocar a la tiránica princesa y hacerle pagar por todos sus pecados.  
Fue así que recibieron una visita inesperada.  
A las afueras del campamento, vieron que se acercaba un hombre con una pequeña niña en brazos. Ambos iban con vestidos harapientos, pero por la postura erguida del visitante dedujeron que no se trataba de un mendigo. Intuyeron que podría ser algún burgués o incluso un noble de baja categoría, que cayó en desgracia.  
Unos cuantos se acercaron. No portaban armas y lucían inofensivos. El visitante los miró y les dijo:  
- Vengo de parte de la reina Abigail. Tengo noticias que darles.  
Esto despertó aún más el interés en el grupo y los llevaron directo a la fogata, para que se refugiaran del frío. Una mujer se ofreció a cargar a la niña, pero la pequeña se negaba a separarse del hombre y se aferró aún más a él, como si de eso dependiera su vida.  
- Descuiden, estaremos bien – dijo el visitante – solo quiero explicarles lo que sé, pero primero, escucharé sus propias versiones. Quiero ver si sería necesario o no dar los detalles.  
Un muchacho se acercó y le dijo:  
- Los que regresaron a la Capital con sus familias nos contaron que la reina Abigail entró al palacio… y no salió más de él. Creemos que su hija la retuvo a la fuerza en algún lugar y, casualmente, el rey Marco cayó enfermo ese día.  
- Sí. Fue todo tan extraño – dijo una muchacha, quien también se acercó – pero más extraño fue que, días después, anunciaron el fallecimiento de la princesa Leonor y el duque Tulio. Nunca mostraron la transmisión del velatorio, como lo hicieron en su momento con la princesa Miriam y el príncipe Rogelio.  
“¡Lo sabía!”, pensó Tulio. “Sabía que Jade tomaría a esos mendigos y los haría pasar por mí y mi sobrina. No me sorprende que, si me atrevo a presentarme ahora mismo ante el palacio, nos señalaría como fraudes y seríamos ajusticiados. ¡Astuta mujer!”  
- Yo no creo que ellos sean los verdaderos – volvió a hablar el muchacho - ¡Qué conveniente que la princesa heredera haya fallecido un poco después de la repentina desaparición de la reina Abigail en busca de recuperar su trono! Hasta que no veamos sus caras, no creeré nada.  
La niña que estaba con el hombre se soltó y bajó hasta el suelo. Parecía bastante débil, pero en ningún momento pidió por ayuda. En su lugar, se incorporó lentamente hasta lograr apoyarse con sus delgadas piernas. Se sacudió los cabellos y los llevó hasta atrás para revelar su rostro. Luego, miró al muchacho y le dijo:  
- No morí. Soy Leonor y él es mi tío – señaló al hombre que la había cargado – Vivíamos juntos en el palacio, pero escapamos cuando la bruja de pelo verde mató a mi papá.  
Todos se quedaron asombrados. No entendían qué clase de juego era este y estuvieron a punto de lanzar un grito al cielo, hasta que la pequeña levantó una de sus manos y mostró un anillo de oro que llevaba en el anular. Al dorso estaban grabadas las iniciales “P.L” que demostraban su identidad.  
La niña, ante los incrédulos ojos de los rebeldes, continuó:  
- Soy la princesa Leonor. Este anillo lo comprueba. Si no es suficiente, me pueden hacer examen de ADN.  
- Yo la creo – dijo la mujer que habló antes – es muy extraño que una niña tan pequeña tenga un vocabulario amplio.  
- ¡Cierto! – dijo un hombre que estaba bien al fondo – Dice cosas muy extrañas. Pero… ¿Qué es un “ADN”? ¡Las princesas sí que tienen una educación a otro nivel!  
La niña se sintió algo cohibida por lograr llamar la atención, pero el duque le puso una mano al hombro y la animó:  
- Hazlo, querida. Todos confiamos en ti.  
La princesa Leonor asumió con la cabeza, se señaló las ropas y dijo:  
- Llevaba un lindo vestido, pero me encontré con una niña pobre y se lo di porque las niñas deben ser bonitas. Pero ella quiso regalarme su ropa como intercambio y como me enseñaron a no rechazar los regalos, acepté. Me dijeron que mi destino era ser reina y siempre odié eso, porque nunca podía salir fuera del palacio y me cargaban de tareas aburridas, sin darme tiempo para jugar. Luego, mi papá murió por la bruja de cabellos verdes y mi tío me rescató. Me llevó a conocer un lindo lugar y me cuidó una nana que me trató como si fuera su propia hija. También conocí a más personas y a más niños con quienes jugar. Todos fueron amables conmigo y querían saber más sobre mí, pero yo deseaba conocer más de ellos. Por eso, mi deseo cambió y ahora quiero ser la reina, para que los niños y las niñas sean felices y todos se sientan queridos y amados.  
Aun cuando el vocabulario de la princesa Leonor era bastante amplio para ser una niña de tres años, todavía seguía manteniendo la inocencia propia de su edad. Hasta el duque Tulio quedó sorprendido por sus palabras, debido a que, hasta hace poco, ella solo pensaba en vengarse de la cruel bruja de pelo verde que le arrebató la vida a su padre.  
Recordó a la sirvienta que la cuidó y al guardia que los vigilaba. Ellos la trataron bien, aunque a veces solían olvidar su situación y mantenían su protocolo. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando, un día, apareció en el templo un grupo familiar con varios niños. Los más pequeños se quedaron afuera, ya que podrían aburrirse durante el rezo y comenzar a hacer ruido. Y mientras esperaban a sus padres, empezaron a jugar.  
Leonor, al principio, los miro de lejos. Pero al ver cómo se divertían, decidió acercarse y les preguntó:  
- ¿Puedo jugar?  
Uno de los niños la miró de pies a cabeza y le preguntó, alzando una ceja:  
- ¿Quién eres?  
A Leonor le impactó su pregunta directa y poco educada, ya que los sirvientes del palacio solían tratarla con mucho decoro, como si fuese de cristal. De todas formas, decidió responderle:  
- Soy Leonor. ¿Y tú?  
- ¡Ah! ¡Como la princesa Leonor! – dijo una niña que estaba en el grupo, interrumpiendo la conversación - ¡Incluso luce igualita! Pero eso no es posible, porque las princesas no salen de sus palacios.  
- Siempre hay una primera vez – dijo Leonor, quien pronto se sintió molesta.  
- Ok, como sea – dijo el niño – estoy aburrido de jugar a las carreras. ¿Y si jugamos a la pelota?  
- Pero somos cinco – dijo la niña – no podemos formar equipos.  
- Leonor juega – dijo el niño, señalado a la princesa.  
- ¿Puedo? – preguntó Leonor.  
- ¡Claro! – dijo el niño – así seremos seis y podemos formar dos equipos. ¿Qué esperas? ¡Ven con nosotros!  
Esa fue la primera vez que Leonor conoció y jugó con niños. El duque Tulio, quien la contemplaba desde lejos, se sorprendió con la familiaridad con que fue aceptada en el grupo, pese a que en un principio actuaron con recelo al tomarla como una hija de nobles. Cuando la conoció en el palacio, era una niña bastante tímida y su único amigo era el robot bailarín. Al ser una princesa, su instructora, los nobles y Jade actuaban de forma estricta con ella, forzándola a leer montañas de libros y mantener siempre una actitud serena, propia de una futura reina.  
“La pequeña Leonor sufrió mucho, pero el amor la salvó”, pensó Tulio, mientras abrazaba a la niña tras dar ese motivo discurso. “Estoy seguro de que el príncipe Rogelio se sentirá en paz al verla más decidida y feliz, dispuesta a todo para proteger a su pueblo”.  
Mientras pensaba, vio que varios de los integrantes del campamento se arrodillaron ante la princesa, como signo de respeto. Pese a su inocencia, la reconocieron como una figura de autoridad y la vieron como la esperanza que buscaban para luchar por un futuro mejor.  
Leonor, ante esto, sonrió y les dijo:  
- Confíe en mí y, juntos, seremos felices para siempre.  
 




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