La princesa de repuesto

Capítulo 30. El retorno al campamento

Desde que anunciaron el fallecimiento de la princesa Leonor y el duque Tulio, ambos reyes se sumergieron en una profunda tristeza. Recordaban que la misma Jade les informó de la noticia, asegurándoles que hizo todo lo posible por mantener su promesa. Pero no hay poder humano que pueda controlar a la naturaleza.  
- Les garantizo que honraré el nombre de mi pequeña sobrina – les dijo Jade, una y otra vez – estoy completamente preparada para llevar adelante esta nación, así es que ustedes dos podrán descansar. Descuiden, siempre los recordaré y tendré presente a la hija de mi hermana.  
Ninguno de los dos le dirigió la palabra. A la reina Abigail le dolía el corazón de solo pensar que perdió a su hija y a su nieta. Al rey Marco le causaba pesar el saber que su hermano pereció sin siquiera tener una oportunidad de limpiar su nombre. Y con el fallecimiento de la princesa Leonor, ya no había ninguna razón para seguir luchando.  
El día del traslado llegó. Los soldados les vendaron los ojos y los condujeron por un largo pasillo. Abigail, quien conocía cada rincón del palacio, intuyó saber hacia dónde los llevaban. En el subsuelo había un largo túnel de “escape de emergencia” que, en tiempos antiguos, se usaba para ocultarse de los enemigos. Aunque dejó de usarse para ese propósito, cada tanto solían hacer pasar ahí a los prisioneros condenados a cadena perpetua de muy avanzada edad. La idea era dejarlos a su suerte en el bosque para que las bestias carnívoras se hicieran cargo. Así, ahorraban en fosas comunes y liberaban espacio para el ingreso de nuevos prisioneros.  
Solo que ellos, en lugar de ser llevados al bosque, los hicieron subirse a un carro estacionado al final del camino.  
El motor arrancó. Ambos reyes fueron colocados con cuidado en los asientos traseros, lado a lado, ajustándolos los cinturones para que no se golpearan por el movimiento.  
En un momento, escucharon al chofer decirles:  
- Lo lamento tanto, sus majestades.  
El vehículo se movió. Al principio fue lento y, luego, aceleró poco a poco.  
A Abigail le pareció escuchar, en algún punto del camino, que se acercaba otro coche, mientras que el que iban tomaba un desvío. Eso le extrañó ya que, hasta donde recordaba, esa zona estaba completamente aislada. Lo único que se podía encontrar ahí eran animales salvajes, en su mayoría carnívoros, por lo que solo a un loco se le ocurriría pasar por ahí en sus viajes.  
El trayecto duró varias horas. De vez en cuando, el conductor los hacía bajar, ayudados por los guardias, para que hicieran sus necesidades. Luego, les daba un poco de agua y, una vez saciados, retornaban el viaje.  
Y así anduvieron hasta bien entrada a la noche, cuando el chofer se detuvo y les dijo:  
- Ya pueden sacarse los vendajes. Llegamos.  
Tanto Abigail como Marco así lo hicieron y, lo que vieron, les sorprendió.  
Delante de ellos se levantaba un campamento bien formado. Las carpas eran lo suficientemente grandes como para entrar a ellas de pie. También vieron a varios soldados que se habían retirado del ejército real, haciendo ronda y vigilando los perímetros con unas armas bastante anticuadas, debido a que no disparaban rayos láser, sino balas de plomo. La reina pensó que podrían haber sido contratados por algún duque que, por motivos económicos, no pudo proveerles de equipamiento avanzado.  
Y mientras contemplaban el campamento, escucharon al chofer decirles desde el coche:  
- La princesa Jade se ha pasado esta vez, pero ahora ya no le tenemos miedo. Tienen suerte de que tengan personas dispuestas a apoyarlos y un amigo lo suficientemente influyente como para instar al pueblo a hacerle frente.  
El rey Marco se dio la vuelta y le preguntó:  
- ¿Y qué pasará contigo, muchacho?  
- No se preocupe por mí, majestad – respondió el chofer – yo solo soy un humilde conductor que quedó encantado por aquella pequeña a quien considero la verdadera autoridad. Nunca creí que conocería a una niña tan encantadora y sabia a la vez, estoy seguro de que querrán conocerla.  
Y sin añadir nada más, se marchó.  
Los guardias que los acompañaron, de inmediato se arrodillaron ante ellos y dijeron  
- Lamentamos todo esto, majestades.  
- No tuvimos opción. La princesa Jade tiene ojos por todas partes.  
- Solo queríamos proteger a nuestras familias.  
- Pero ella no cumple con su palabra.  
Abigail extendió las manos, a modo de tranquilizarlos, y les dijo:  
- En verdad que mi hija les ha puesto en un buen aprieto. Pero ahora estoy aquí, junto a mi esposo, deseosos de conocer a la niña que mencionó ese chofer.  
- Sí, majestad – dijo uno de los guardias, levantándose de inmediato – solo síganme y lo verán por ustedes mismos.  
El grupo comenzó a moverse. Abigail notó a las personas que rondaban por los alrededores. Casi todos eran del grupo rebelde, pero también vio caras nuevas. Un niño la señaló y todos giraron sus cabezas para mirarla, sorprendidos.  
Marco, por su parte, se sentía fuera de lugar. Al pasar casi toda su vida conviviendo con los nobles y miembros de la realeza, nunca antes interactuó por completo con los plebeyos. Si bien era amable con los sirvientes, estos mantenían siempre el protocolo y tomaban distancia.  
Abigail, por su parte, lucía bastante cómoda. Ella ya había convivido con los integrantes del campamento, así es que conseguía amoldarse al ambiente con facilidad, como si fuese uno de ellos.  
Los guardias los condujeron hasta una carpa más grande, en donde había un par de guardias custodiando la entrada. Estos, al verlos, los dejaron pasar.  
El interior lucía bastante amplio para ser una carpa. Había una mesa de madera con cuatro sillas, un baúl de armas y otro de ropas. También encontraron un refrigerador, conectado a un panel solar y eólico que captaba el viento y los rayos del sol para generar energía. De esa forma, conservaban los alimentos bien frescos para la persona que residía en ese lugar.  
Al otro extremo de la carpa, dividida por una cortina, se encontraban las camas. En una de ellas vieron acostada a una pequeña niña, vestida con un vestido blanco de encaje y una mantilla de lana delgada. Como ya se acercaban los días cálidos, la nieve había desaparecido por completo y el viento se volvía más agradable.  
La niña, al verlos, bajó de su cama y fue corriendo directo hacia ellos, diciendo:  
- ¡Abuelita! ¡Abuelito!  
Así, Abigail y Marco vieron que la princesa Leonor seguía viva. Y, lo mejor, que el grupo rebelde la protegía como el mejor de sus tesoros, demostrando así ser leales a la reina.  
Ambos reyes abrazaron a su nieta, entre risas y lágrimas. Creyeron que era un ángel, pero era su nieta sana y salva, sin ninguna herida en su cuerpo y sin esa mirada de tristeza que siempre le caracterizaba.  
- Creí que no lo conseguiríamos, pero veo que ese chofer si cumplió con su palabra – dijo una voz, a sus espaldas.  
El rey Marco se dio la vuelta y se encontró con el duque Tulio, quien lucía agotado, pero feliz, de verlos a salvo.  
Ambos hermanos se dieron un fuerte abrazo. Marco comenzó a llorar, debido a que extrañó a Tulio y pensaba que en verdad había muerto. Tulio, por su parte, lamentó por todo lo que tuvo que pasar su hermano mayor tras intentar detener las acciones de su hija. al menos, ya estaban todos juntos y se sentían listos para hacerle pagar a la princesa regente por todo el daño que les hizo.  
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Tanto el rey Marco como la princesa Leonor se quedaron dormidos en las camas. El rey, tras un largo periodo en las celdas y debido al traslado extenso, se sentía muy débil. La princesa, por estar jugando casi todo el día y negarse a cerrar los ojos hasta ver a sus abuelos, agotó todas sus energías.  
La reina Abigail y el duque Tulio los contempló por un momento. Luego, cerraron las cortinas y se sentaron alrededor de la mesa de madera. Ahí, un hombre desconocido los aguardaba. Era alto, musculoso, de piel oscura y cabellos rubios. Tenía una cicatriz que cruzaba su ojo izquierdo, el cual era de vidrio.  
Una vez que se sentaron los tres, el hombre se presentó:  
- Soy Jonás, un “salvaje”, como ustedes nos llaman, que sobrevivió a un naufragio y llegó hasta aquí por sus medios. Anduve subsistiendo en este bosque cazando a las bestias, hasta que me encontraron.  
- ¿No serás un amigo del tal “Dunga”? – le preguntó la reina Abigail – mi esposo me habló de él y de su intento por hundir un barco proveniente del virreinato.  
- Sí, así es – respondió Jonás – me tomaron por muerto, pero logré llegar hasta aquí con vida – en eso, miró al duque Tulio y continuó – este hombre me informó de la situación y ahora sé que quien autorizó la invasión de mis tierras no fue la líder original, sino una impostora – volvió a dirigir su mirada a Abigail y continuó – por eso, majestad, me gustaría apoyarla para que recupere su trono y, así, pueda proteger a mi tribu.  
- Lamento tanto lo que pasó con tus amigos y tu familia – dijo Abigail, mostrándose apenada – si me ayudas a recuperar mi trono, veré de retirar las tropas y dejarlos en paz.  
- No dije que quería eso – dijo Jonás – el virreinato ya ha calado hondo en nuestra gente, tanto que los niños se identifican más con los norteños que con la cultura de sus padres y abuelos. Si retira las tropas y desmantela las ciudades ya formadas, sería muy difícil para ellos readaptarse a la vida de antaño. Lo único que quiero es que respeten a los que decidimos ser libres de todo eso, no nos traten como si fuéramos monos a quienes pueden cazar y exhibir en los zoológicos. Tenemos derechos, somos seres humanos.  
La reina Abigail reflexionó lo dicho por Jonás. Si bien creía que lo mejor era retirar las tropas para dejar en paz a las tribus del “Viejo Mundo”, ya a esas alturas se había establecido todo un sistema social tras la inauguración del virreinato. Sería complicado incluso para su pueblo perder otra vez la vía por la cual lograron recuperarse de una larga crisis que afectó a todos por igual.  
Se fijó en el ojo sano del hombre y lo notó lleno de tristeza, como si ya no le importara más nada en la vida. Se preguntó si los integrantes de su tribu lucían de esa manera.  
Al final, dio un largo suspiro y le dijo:  
- El virreinato seguirá ahí, ya que muchos negocios y familias se establecieron con el sueño de buscar el paraíso perdido. Los que quieran unirse, serán bienvenidos. Los que no, los dejaremos en paz. La única condición es que no intenten atacar nuestras ciudades ni quieran desbaratar las rutas comerciales establecidas. El respeto mutuo entre enemigos es esencial para mantener la paz en las naciones. Solo así logramos que los cuatro reinos no se disputen en eternas guerras y nos mantengamos dentro de nuestros propios límites fronterizos.  
La reina Abigail se incorporó, se acercó a Jonás y le extendió la mano. El hombre la miró, sin comprender. El duque Tulio le susurró:  
- Estréchale la mano para cerrar el acuerdo.  
Como si comprendiera de pronto la situación, también se levantó y le estrechó la mano a la reina.  
Una vez cerrado el trato, el duque Tulio le preguntó:  
- ¿Qué haremos ahora? ¿Planificaremos otro ingreso al palacio?  
Abigail negó con la cabeza. Dio una rápida mirada hacia la entrada de su tienda y respondió:  
- Esta vez, atacaremos de frente. Jonás representará a los salvajes, así es que traeremos gente de ahí y, juntos, enfrentaremos a nuestra hija. Lo que hizo no tiene perdón y va a tener que someterse a la justicia… aunque terminemos causando la guerra.  
 




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