Debido a la victoria de la comitiva del duque, la confesión dada por la baronesa Montse fue transmitida rápidamente en todo el continente. Sin embargo, eso no le importo a la princesa Jade, debido a que acababa de perder a su única amiga y no tenía más en quien apoyarse.
Algunos sirvientes intentaron calmarla, pero ella los despidió a todos y permaneció encerrada en su oficina. Quería dejarlo todo, pero su orgullo pudo mas y, en esos momentos, solo se le vino a la mente una sola cosa: destruir a su madre.
Así es que, desde la oficina, se grabo a ella misma y, por medio de drones, transmitió su mensaje hacia distintos rincones del reino. Lo único que dijo fue:
- Tú y yo, madre, en el campo abierto que linda con la Capital. Sin ejércitos, sin apoyo. Solo nosotras dos con nuestras armaduras y espadas, como en los viejos tiempos. Quien gana, se queda con el trono.
Algunas horas después, tal como lo previo, la reina Abigail respondió a ese mensaje a través de las pantallas holográficas, diciendo:
- Nos encontramos al amanecer. Nada de trucos.
Aquella noche antes del enfrentamiento, los nobles lucían agitados. Si bien Jade aventajaba a Abigail en juventud, tenía muy poca experiencia con los combates cuerpo a cuerpo. Le ensenaron lo suficiente para poder defenderse, pero hasta ahí. Si bien no estaba prohibido que una princesa supiera pelear, se prefería que se dedicara a la gestión y diplomacia, ya que su escolta seria quien se encargaría de protegerla y luchar por ella.
Pero como todo en la vida, siempre hay excepciones. Y la reina Abigail, durante su etapa de princesa, lucho y peleo como un soldado más en la época de las guerras.
“He sido dura con Montse y la presione”, pensó Jade, mientras pulía su espada. “Ahora es mi turno de vengar su muerte. Ella me acompaño hasta el final y pienso defender su buen nombre, sin importarme las consecuencias”
La noche paso rápidamente y, al alba, se vio a las dos mujeres en el campo de batalla.
No había soldado alguno por los alrededores, aunque el ejercito las supervisaba desde la distancia. Incluso los civiles estaban expectantes en sus casas, aguardando los resultados para saber quién sería la que terminaría sentándose en el trono como la legitima reina.
Tanto Abigail como Jade vestían armaduras plateadas. A simple vista no se las distinguían, salvo por sus cabellos blanco y castaño, que llevaban recogidos en coletas para pelear de forma más cómoda.
Se detuvieron y mantuvieron unos tres metros de distancia. Ambas extendieron sus espadas, señalándose mutuamente. El viento también se detuvo y solo podían sentir la tensión en el aire.
Tras eso, ambas movieron sus espadas al mismo tiempo, se acercaron rápidamente y las chocaron entre sí. Ninguna dijo nada. Estaban centradas en ese combate. En aquellos momentos, olvidaron que alguna vez fueron madre e hija. Solo eran dos contrincantes con un mismo objetivo: destruir a la otra y alzarse con la victoria.
El campo se llenó con el sonido de sus espadas chocando entre sí. A pesar de la edad, Abigail demostró tener bastante resistencia, por lo que podía contener a su hija gracias al entrenamiento duro que realizo en su juventud. Jade tampoco se quedó atrás, ya que había logrado entrenar un poco antes de ese día. Además, al ser más joven, podría durar más tiempo en pie y sus reflejos eran mejores.
En un momento dado, Abigail se distrajo y Jade la golpeo en el hombro, con su espada. Por suerte, la armadura la protegió, pero el golpe fue tan intenso que la reina predijo que, como mínimo, tendría algún moretón.
Un poco más tarde, a Jade se le resbalo la espada, por lo que Abigail aprovecho para acorralarla en el suelo. La joven la alejo de una entrada, rodo por el suelo y, de inmediato, volvió a tomar su arma.
Tras eso, hicieron una pausa. Ambas comenzaron a jadear, por lo que se sacaron los cascos para percibir el aire en sus camas. Pero a falta de viento, solo sintieron que el sudor se impregnaba más en el rostro, causando una sensación de ahogo y sed extrema.
Es ahí donde, por primera vez, Jade hablo:
- Ríndete, madre. No tienes ninguna oportunidad contra mí y lo sabes. Yo siempre debí ser la reina.
A lo que Abigail respondió:
- No me llames “madre” si te atreviste a dañar mi integridad y asesinar a tu propia hermana en pleno parto. Es más, a ella tampoco la considero mi hija. Lo único que tuve fueron dos víboras desagradecidas que traicionaron mi confianza.
- ¡Yo no asesine a mi hermana! - dijo Jade, con una voz chillona – Yo solo quería que abortara para que cayera en depresión y me cedieran el trono!
- ¡Eso es incluso peor! - dijo Abigail, volviendo a blandir su espada contra su hija, la cual logro bloquear el ataque con la suya – Pero has de saber que tu hermana tampoco fue una santa. ¡Maldigo el día en que las engendré y les di todo mi amor!
Jade no estaba entendiendo de que hablaba su madre, pero no le importaba. Acababa de escucharla admitiendo que se arrepentía de haberla parido, concluyendo así que jamás fue una hija deseada.
Ante ese profundo dolor en su corazón, sus fuerzas comenzaron a abandonarla poco a poco. Recordó su infancia, cuando ella y la princesa Miriam jugaban en el patio del palacio y sus padres las miraban. Luego, cuando comenzaron a trabajar en aquel proyecto para buscar tierras fértiles en el “Viejo Mundo”. Y como se desmorono todo cuando la reina Abigail se negó a colonizar las tierras recién descubiertas, tras saberse que alguien más las había ocupado desde hacía mucho tiempo.
Sus movimientos se volvieron cada vez más torpes, incluso Abigail lo noto. Pero en lugar de mostrar clemencia, arremetió con más fuerza y logro desarmarla al instante.
Jade, al darse cuenta de eso, volvió a rodar por el suelo y se arrastró hasta su espada. Pero Abigail se dio cuenta y la bloqueo, pisándole los dedos y mandándola lejos de ahí, de una patada.
Luego, tomo la espada de su hija y, con ambas armas en sus manos, se colocó encima de ella, clavando el suelo y acorralándola en ambos lados.
- Ríndete ahora, Jade – le dijo Abigail, con un tono de voz severo – nunca fue tu destino ser la reina. Y aunque fueras la única opción en este mundo JAMAS te daría mi trono.
- Eso duele, ¡madre! - dijo Jade, mientras sus ojos comenzaron a humedecerse – pero más me duele saber que, aunque nunca me quisiste, yo siempre te he amado.
En eso, saco un pequeño cuchillo oculto en la manga de su armadura y se lo clavo en un costado. Abigail retrocedió, ya que el puñal atravesó la apertura de su armadura y logro darle en la piel. En eso, Jade la derribo y la dejo boca arriba, recuperando su espada al instante.
- Ahora todo acabo, madre – dijo la joven, extendiendo su espada – no quería matarte, pero dada las circunstancias...
Todo paso rápido. Abigail, debido a su entrenamiento de soldado, reacciono por instinto para defenderse. Fue por eso que jamás previo que la espada le atravesaría el pecho a su hija, destruyendo la armadura que la protegía y provocando que la sangre la salpicara por completo.
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Editado: 16.02.2024