La princesa del país perdido

Capítulo 7: Hacia la libertad en el invierno

Con un simple chasquido de dedos, Bram transformó el escenario y el tiempo a nuestros alrededores. De esta forma, se nos transportó de vuelta a la torre de la princesa Nhorhassan, la cual ahora tenía once años. Sus muñecas de trapo yacían desmembradas sobre una mesa redonda, y junto a ellos, había muchos hilos de diferentes colores.

Fue gracias a la omnisciencia temporal que me dió el Akasha que pude entender más profundamente las acciones, pensamientos y deseos de la gente que alguna vez existió aquí. Con esta percepción, también se me hizo mucho más fácil de saber y leer todo lo que estaba viendo. Era como un montón de información descargándose en mi mente cada vez que cambiaba una escena. Esto me permitió darme cuenta de que la princesa misma había destrozado sus juguetes para usar sus partes, con el fin de construir otra muñeca más grande.

Ella tampoco estaba sola en la habitación, porque ahora tenía una mascota que le hacía compañía todos los días. Un pequeño regalo que había recibido por parte de su madre, un día después de su primer paseo nocturno por los puentes.

La niña iba taradeando una melodía triste para si misma mientras colocaba las piezas para la nueva muñeca en diferentes lugares de la mesa. También separó el relleno a un lado del cuál usaría más tarde, y comenzó a coser unos nuevos ojos y orejas en una cabeza con cabellos blancos. A continuación, unió la cabeza a un torso hecho con piezas de otros muñecos de trapo. Y finalmente, cosió los mejores brazos y piernas con zapatitos que encajaban a la perfección con la forma del cuerpo, aunque estos tuvieran distintos colores. Incluso usó uno de sus propios vestidos oscuros de cuando era más pequeña para poder vestirla, y de ese modo también escondía la desigualdad de los colores.

Por último le colocó encima una tela azul marino con pequeños dibujos de estrellas que sacó de su almohada, simulando así una capa. Pero durante todo el proceso ella no pudo evitar recibir más de un piquete con la aguja en los dedos, sin embargo, no se detuvo hasta el amanecer y los bostezos y cabeceadas por ello eran frecuentes.

La pequeña no habría sido capaz de hacer esto si su madre no le hubiera enseñado a coser desde hace mucho tiempo, por lo que, al ver su obra terminada, la princesa Nhorhassan procedió a peinar el hermoso cabello de la muñeca suavemente, para después trenzarlo a la perfección. A continuación, la alzó con ambas manos, la contempló por unos segundos antes de abrazarla con fuerza y romper repentinamente en llanto mientras decía: "Mamá, perdóname por lo que hice y dije, no lo volveré hacer... por favor... regresa."

Aquella muñeca estaba claramente personalizada a la imagen de la reina Hendrika, y esto era debido a que la extrañaba mucho porque ya no venía a visitarla como lo hacía antes. Cada vez sus llegadas eran más tardías comenzando por una vez cada tres días, luego cinco, doce, quince, veinte...hasta que finalmente no regresó y ella no entendía porque. Llegó incluso a pensar que su madre se había distanciado de ella porque le tenía miedo desde la última discusión que tuvieron sobre salir de nuevo. En donde por una negativa, la niña tuvo un ataque de ira e hizo explotar sorpresivamente todas las lámparas de éter al mismo tiempo en su habitación, siendo así que algunos pedazos que volaron por los aires lastimaron a su madre.

Las palabras que mejor recordaba aquel día, fueron: "Heredaste el poder de ese monstruo."

Y la niña no entendía a que se refería Hendrika con eso.

Lo poco que sabía sobre los monstruos era por sus historias de aventuras. Dónde se los describía como seres aterradores y feos, poseedores de una gran maldad que hacía temblar a muchos. Siendo asesinados al final por el protagonista.

La princesa llegó a preguntarse en voz baja si ella era también poseedora de la maldad por lo que había hecho, pero no indagó más en esto, porque sintió que algo la golpeó suavemente en su pierna y quería trepar por esta.

Intentando dejar de llorar, Nhorhassan miró hacia abajo para descubrir que se trataba de su pequeño conejito. Ella le sonrió entre lágrimas y colocó cuidadosamente su nueva muñeca sobre una silla cercana, para evitar macharla con su sangre en las mejías.

Se limpió el rostro con sus ocuras mangas marrones y levantó con delicadeza al animal. Contemplándolo por un rato, para luego darle un beso en la cabeza.

-- Gracias, a veces olvido que tú bajaste de la luna para estar aquí siempre conmigo. Ojalá fuéramos más grandes para poder abrir esa puerta. -- dijo clavando la mirada en la salida -- O más fuertes para echarla abajo.

De pronto, ella sintió un plurito en los ojos debido al pelo liberado de su mascota y se frotó la visión con el antebrazo tratando de quitárselos. Pero esa molesta sensación seguía ahí, así que se dirigió hacia su espejo de plata junto al conejo a un lado de la habitación. Se miró más de cerca los ojos, y con su mano izquierda se retiró las pelusas que la incomodaban a su vez notando como sus escleróticas seguían teñidas de rojo.

Ella no recordaba que algunos de sus personajes ficticios o su propia madre tuvieran los ojos así. Además fueron muy pocas veces en que Nhorhassan vió lagrimear a la reina por alguien llamado Kairik, y con eso se le sumaban varias diferencias más que tenían entre las dos. Como por ejemplo lo más notable; la estatura. A pesar de que Nhorhassan aún no había llegado a su mejor edad y todavía estaba en desarrollo, ni siquiera había alcanzado la mitad de la estatura de su mamá.

Lo segundo era el cabello; pues Hendrika lo tenía de color blanco cuál nieve, mientras que el de la niña era oscuro como la noche. Hendrika poseía hermosas facciones que hacían suspirar a muchas personas y una sonrisa con dentadura perfecta, además de sus característicos seis dedos en manos y pies propios de su raza; los Meirill.




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