La princesa del país perdido

Capítulo 14: Bram Fuller (parte 2)

La lluvia seguía cayendo contra el suelo enfangado, aunque ya no con tanta fuerza como al principio cuando salí de mi habitación. Durante mi trayecto hacia las ruinas, mis botas se hundieron un poco en el lodo, y las ramas de los árboles crujían, agitadas por un viento furioso. No había señal alguna de los gatos, así que imaginé que también habían corrido a refugiarse bajo un techo; y, ¿qué mejor techo que aquellas ruinas de esa nave semi enterrada?

  La persona a la que visitaba era ermitaña y hermética, un explorador del universo no físico que apenas despertaba en su cuerpo terrenal. Se sumergía en dimensiones inexploradas, alejándose sin la necesidad de drogas, descubriendo lugares imposibles de retratar para cualquier artista. En sus travesías, vió espíritus malignos, dragones colosales, reinos ancestrales, gremios secretos, héroes legendarios y diosas hermosas en un festín de maravillas digno de las más cautivadoras novelas. Entre esos planos de ensueño, se entretejían relatos donde coexistían seres a los que muchos jóvenes del siglo XXI conocían como los semi-humanos o humanos bestia, figuras que también se encontraban presentes en la televisión y manga.

  Aquí quiero destacar algo importante: para nosotros, los viajeros "astrales"(como algunos nos llaman), y es que existe un hilo, una especie de conexión que une nuestro cuerpo espiritual con el cuerpo físico. Este vínculo nos permite regresar y nos protege de entidades oscuras mientras exploramos otros planos. Pero, si este lazo llegara a romperse, las consecuencias serían extremadamente graves para nuestra existencia.

  La ruptura de este cordón sugiere la posibilidad de que algo más pudiera tomar control de nuestro cuerpo como una posesión demoniaca o, peor aún, enfrentarnos a una muerte repentina de nuestra envoltura física. No obstante, con el sistema caído del plano superior, era evidente que mi anfitrión también había regresado a su cuerpo, lo que implicaba que podría encontrarlo en su estado de vigilia y entablar una conversación. Sin embargo, la idea fugaz de que tal vez no hubiera logrado despertar, y que su cuerpo astral estuviera atrapado o perdido en algún rincón de ese vasto universo, me aterró por un momento consiguiendo acelerar mis pasos.

  En el camino, me encontré con algunos árboles que ese muchacho, Henry, había marcado previamente con pintura para no perderse, lo que me hizo soltar un resoplido de frustración. Ningún gato parlante se había molestado siquiera en intentar limpiar esas manchas para evitar que otro curioso se adentrara y siguiera ese rastro. A mitad de camino, alguna persona acabaría viendo las múltiples estatuas erosionadas de los gnomos que yacían semi enterradas en ese punto, cometiendo el grandísimo error de llevarse una a casa. Quien lo hacía terminaba llevándose consigo la maldición de la mala fortuna o a su posible verdugo.

  No importaba cuántas veces los sepultara bajo metros y metros de tierra, siempre encontraban el modo de salir al cabo de unas horas sin mover un músculo. Arrojarlos al océano tampoco era opción, ya que por razones que aún desconozco, el agua no los llevaba mar adentro ni los alejaba de la costa, por más que hubiera fuerte oleaje. Trasladarlos a otro lugar era la opción más coherente, pero esa maldición, la mala fortuna, afectaba a cualquier ser vivo, sin importar qué tan poderoso fuera, y eso no era un tema a la ligera.

  Estas estatuas malditas eran, en realidad seres vivos que habían entrado en un estado de hiper sueño, donde se les había formado una capa de roca gris en todo su cuerpo, dándoles así el aspecto de estatuas a simple vista. Por culpa de algunas personas que robaron a unos cuantos en el pasado, hay uno de estos en Nueva Orleans, otro en los Cárpatos y el último en la montaña de Montserrat. Sobre los otros nueve, su paradero me es desconocido, aunque tengo ligeras sospechas de que algunos están ocultos en el Amazonas debido a ciertos sucesos "especiales" ocurridos allá.

  Tanto los gatos como mi anfitrión y yo, al ser sobrevivientes del país perdido, sabemos que estas criaturas, aunque parezcan gnomos, no lo son. En el antiguo continente de Venrumia, eran conocidos al principio bajo el nombre de ADUON-VOR, y como raza solo existen treinta de ellos en todo el mundo. Sin embargo, cuando se fundó el reino, fueron titulados como la Guardia Astrellia por la primera pareja de reyes en ese entonces, los primeros Nhorin, ancestros de Nhorhassan.

  Cuando era joven, mi primer maestro, Velio, me contó durante el receso de una lección de magia una historia de origen sobre estos seres. Resultó que Astrellia era el nombre de una de las tantas deidades lunares que murió a causa del Destructor y cuyo cuerpo, a diferencia de sus hermanas, estalló como el cristal. Algunos de sus restos fueron recogidos apresuradamente en medio del caos por un niño que pertenecía a la especie de los meirill, un antepasado de mi maestro. Esta persona era un escultor, y mucho tiempo después, cuando se construyó Camavelia dentro de Venrumia aquel meirill lamentablemente ya era anciano. En una noche, embriagado, cometió una locura utilizando rituales místicos y sus fórmulas secretas para moldear esos restos atesorados de la diosa Astrellia que se habían petrificado. Así fabricó, en una sola noche, toda una tropa de pequeños soldados, inspirándose en la imagen de sus nuevos amigos, los seres elementales del bosque.

  Lamentablemente, su obra maestra sería robada por los monarcas, y utilizando un macabro ritual de sangre, les otorgarían la vida.

  La guardia Astrellia lleva consigo una doble maldición. La primera priva su libre albedrío al estar marcados por la sangre de los Nhorin, convirtiéndolos en esclavos absolutos de la voluntad de estos. La segunda, como consecuencia de enfrentarse a los Kryshfleim durante el cataclismo, lo que terminó contaminando y perturbando sus mentes con visiones y susurros del mismísimo infierno. Entre la servidumbre y la locura, la guardia Astrellia es prisionera de un destino terrorífico que se despliega en las sombras de su existencia.




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