La princesa del país perdido

Capítulo 15: La chica y el búho.

(MERRICK)

El cuerpo hecho cenizas de aquella joven seguía ahí, tirado sobre el polvoriento suelo del comedor, a menos de un metro de donde estaba sentada Hendrika. La reina se apoyó nuevamente en la mesa, cubriendo su rostro con las manos, mostrando signos evidentes de estrés por la situación. Después de unos segundos, bajó las palmas a la altura de su nariz, dejando sus ojos al descubierto, con la mirada perdida mientras reflexionaba sobre cómo afrontar su vida una vez que el rey regresara de su largo viaje. 

   Tener que soportar aquellos besos y caricias de él le provocaban un gran asco y miedo. Sabía que volvería a ser sometida y maltratada por aquel ser violento que la obligaba a cumplir cada orden relacionada con los asuntos del reino sin margen de error, soportando las consecuencias terribles en caso de fallar. Además, Hendrika se veía forzada a ingerir en secreto una alta dosis de hierbas anticonceptivas, todas mezcladas y aplastadas que ponían en riesgo su salud, para evitar quedar embarazada cada vez que el rey abusaba de ella. A causa de esto, Hendrika no amó inicialmente a su hija, ya que Nhorhassan era el resultado de una violación.

   En Camavelia, la mayoría de la población consideraba el uso de métodos anticonceptivos como un tabú, asociándolo con mala suerte y una posible invocación a espíritus inmundos de las sombras. Para Hendrika, tales creencias eran simplemente cuentos tontos. Poco después del nacimiento de su hija, comenzó a investigar secretamente, oculta bajo el disfraz de Neuvirinia, en los burdeles y en las afueras de la ciudad, buscando métodos para evitar la maternidad y creando así su propia versión. Todo con el fin de frustrar los planes de Arunas de engendrar una descendencia de sangre pura solo con ella.

   Me sorprendió lo sencillo que resultó para "Neuvirinia" persuadir a los ciudadanos mediante un falso rumor difundido de boca en boca. Sugiriendo que ella, o más precisamente, Hendrika, quedó incapacitada para procrear después de su primer y único parto. Este rumor fue suficiente para que los allegados del rey Arunas buscaran una excusa para apartarla del camino, ofreciendo a sus hijas en beneficio propio.

   Con una profunda bocanada de aire, la reina cerró sus ya cansados ojos. Mientras exploraba sus múltiples bolsillos secretos en busca de un pequeño objeto guardado en su vestido, la sorpresa la invadió al no encontrarlo. Se levantó bruscamente de la mesa, derribando la silla detrás de ella, mientras se rebuscaba con desesperación entre las telas con ambas manos. Su rostro mostró una expresión de miedo al darse cuenta de que el objeto no estaba donde debería estar.

  — No, no, no. ¿Dónde se ha metido? ¡Era el único tesoro que me dejó mi mamá! — murmuró para sí misma. Pero luego... — ¡NO PUEDE SER! — exclamó angustiada — ¡Lo llevaba conmigo todo el tiempo! ¡¿Cómo pude perderlo?! ¡¿En qué momento pasó?!

   Cogió una de las velas encendidas y miró por debajo de la mesa, pero nada. Entonces, muy enojada, lanzó la vela contra la pared, apagándola de inmediato, mientras se regañaba en voz alta.

   — ¡Ay, no puede ser! ¿En serio, cómo pude ser tan despistada? — se lamentó, buscando frenéticamente en los rincones de la habitación consiguiendo levantar únicamente mucho polvo.

   El pánico la invadía, y sus pensamientos eran un enredo de autoacusaciones y preocupaciones. Finalmente, dejó escapar un suspiro derrotado y con una voz casi quebrada se dijo entre lágrimas para sí misma: "Esto no puede estar pasando... E-Es imposible, no se suponía que debía extraviarlo."

   En un arrebato de frustración, giró bruscamente y, sin percatarse, golpeó con su manga izquierda el borde de la mesa. Sintió un pequeño impacto y, al revisar, su revelación la dejó atónita por un momento antes de que una mezcla de alegría y asombro iluminara su rostro.

   Sin perder tiempo, se metió la mano en la tela interior de la manga donde tenía otro bolsillo secreto y, al tocar la superficie de lo que tanto buscaba, sopló aliviada.

  — ¡Ahí estabas, casi muero del susto! — se dijo a sí misma con una lágrima en el ojo.

  Ella sonreía, olvidándose del espeluznante escenario al frente suyo mientras sostenía aquel valioso objeto en su mano: una bola de cristal. Yo me preguntaba desde mi asiento como esta no había percibido que el peso en una de sus muñecas era mayor que en la otra cuando buscaba desesperada. Es una pregunta personal a la que no tengo, ni tendré al parecer, una respuesta concreta. Así que solo me consuelo imaginándome que Hendrika lo había olvidado completamente debido al miedo que sintió durante la conversación con la joven poseída.

  Pero ahora, con la esfera de cristal reposando en la palma de su mano, la reina se sentía poderosa y su miedo de hace poco iba descendiendo como si el mero contacto con la bola de cristal hubiera destilado una magia reconfortante en su ser. La tensión que antes marcaba sus facciones cedió, y sus hombros, que estaban tensos, se relajaron. Observó la esfera con atención, lista para decir algo como si encontrara en ella un anclaje para su tranquilidad.

Ojo de la magia mía
que vive detrás de mí.
Te invoco en esta noche
para recobrar mi poder ancestral.

Que los ojos de mis enemigos
se vuelvan los míos,
para poder siempre
adelantarme a sus pasos.

  El comedor parecía resonar con la energía de las palabras, pero la bola de cristal permanecía inerte. En dos segundos, el silencio volvió a llenar el lugar mientras Hendrika aguardaba con los ojos cerrados, esperando que la esfera respondiera con alguna señal mística. Sin embargo, solo obtuvo un tintineo suave, como si dicho objeto estuviera burlándose de ella en complicidad silenciosa. 




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