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Cada cierto tiempo, tengo una pesadilla que se repite una y otra vez, en la cuál me encuentro completamente inmóvil. Me veo encerrada en un ataúd, aprisionada bajo capas de tierra que me sepultan. Mis ojos son las únicas partes de mí que responden, ya que no puedo mover la boca para emitir sonido alguno.
En la negritud que me rodea, escucho una voz que no reconozco, hablando en un idioma desconocido para mí. Su eco retumba en mi mente, aumentando mi angustia.
Aquel sujeto remueve la tierra y levanta la tapa de mi ataúd con brusquedad, rompiéndola en el acto. Afuera, la noche llora con fuerza, envolviéndolo todo en un manto azul oscuro. Apenas puedo discernir mi propio rostro, cubierto de rizos rojos, mientras me doy cuenta de que visto un vestido blanco, aunque desconozco cómo o por qué. La figura que me observa desde el umbral es una sombra, apenas una silueta más oscura que la noche misma. Sus ojos brillan con una luz maligna, como los de una bestia acechante. En su mano, una hoz reluce con una malévola promesa.
El horror se apodera de mi ser cuando la figura se abalanza hacia mí con su arma, pero justo antes de que su filo toque mi piel, despierto de golpe, gritando y bañada en lágrimas, con la certeza de que la pesadilla no ha terminado aún.
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En el pasado, la oscuridad inexplicablemente me provocaba un enorme terror. Desde que tengo memoria, siempre le he temido profundamente; mi mente me hacía creer que había algo o alguien escondido dentro de ella, esperando un movimiento en falso mío para atraparme con sus siniestras garras y llevarme al más allá.
Lo mismo me sucedía con las tormentas, que me hacían correr y esconderme en la cama, cubriéndome hasta la cabeza con la sábana mientras me encogía, abrazándome el cuerpo con gran temblor. Esos sonidos me robaban el sueño; creía que el cielo se estaba partiendo y que uno de esos rayos impactaría directamente sobre mí, destrozando el techo de la casa para abrirse camino.
Henry, por el contrario, no mostraba ese tipo de miedos. Él prefería estar casi siempre oculto del sol y ni siquiera mostraba interés en encender las luces de su habitación cuando llegaba la noche; aún así, lograba escribir largos textos en sus cuadernos como si pudiera ver en la sombra. Siendo apenas un niño de primaria, Henry ya tenía conocimientos sobre el mundo esotérico, lo que sorprendía tanto a su familia como a sus profesores cuando debatía sobre antiguos rituales de invocación, entidades malignas que acechaban en la oscuridad y hasta la misma magia negra.
Por otro lado, mi madre no consolaba mis miedos de la infancia; era muy distante conmigo, parecía casi extraña. No hablábamos ni compartíamos momentos memorables juntas, y las veces que traté de acercarme a ella, me evitaba a propósito. Mamá parecía tener miedo de mí y yo no entendía por qué, ya que nunca me porté mal con ella o con nadie más.
Fue mi mismo amigo quien me ayudó a controlar un poco esos temores, y siempre le estaré agradecida por eso. Sin él, mi mundo se habría limitado únicamente a ser la ayudante de mamá en su trabajo por cada una de las casas de la familia Lasterlon según la estación del año; pero claro, Henry lo hizo con el propósito de comenzar a llevarme a sus alocadas aventuras lejos de casa sin permiso de su padre.
Recuerdo aquella primera vez cuando Henry abrió la puerta principal con la llave robada y cruzamos por ella; la ansiedad me invadió, el mundo de la noche parecía demasiado grande y peligroso para que nosotros anduviéramos por ahí. Éramos tan solo un par de niños de no más de ocho años, caminando a paso veloz bajo una lluvia tormentosa, llevando enormes mochilas cargadas de artilugios extraños sobre nuestras espaldas.
— Si tu padre se da cuenta de que no estamos en casa, se pondrá como loco y nos castigará cuando volvamos. A ti más que a mí. —le susurré mientras él cerraba la puerta muy despacio.
Esa noche estaba muy nerviosa y quería volver adentro, a la seguridad y calidez de la casa. Respiraba hondo mientras Henry me tomaba de la mano izquierda para tranquilizarme. Rodeó sus dedos con los míos y sentí que me invadía una sensación de calma como por arte de magia.
— No te preocupes por él, no tardaremos mucho. —me dijo con una sonrisa reconfortante— Desde aquí empieza nuestra historia de origen en esta otra cara del mundo. No olvides que estamos dedicando esto a todos aquellos que saben que los monstruos y la magia existe, pero que se niegan a creerles.
Acumulé vigor y le devolví el gesto. A pesar del misterio que se cernía sobre nosotros, esa sensación de complicidad y camaradería nos impulsaba hacia adelante, hacia lo desconocido. Creía que juntos éramos más fuertes, más valientes, y en ese momento, me sentí agradecida por tener a Henry a mi lado, compartiendo cada paso de esta inesperada aventura nocturna.
Al final, ahora años después él siempre tuvo razón, los monstruos si existen...
El bosque del Rumity Mundi no era el primero al que nos adentrábamos, pues en todo el tiempo que crecimos juntos ya habíamos hecho algunos recorridos antes en los bosques de Rhode Island. Siempre tomábamos diferentes rutas en cada partida, dejando un rastro al puro estilo de Hansel y Gretel para no perdernos a pesar de no adentrarnos mucho.
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Editado: 18.03.2024