Fue el aura de misterio que envolvía al castillo y su montaña lo que capturó el interés de un joven Vandor, el hada del albergue Rivoor cuya apariencia singular y atuendo curioso lo diferenciaban de las demás personas del reino. Sus rasgos, eran tan finos y hermosos que revelaban parte de su naturaleza como criatura de el mundo feérico, intrigando a quienes lo observaban, despertando incluso la fascinación y el deseo de los mismos gigantes.
Tampoco pasó desapercibido para algunos humanos jóvenes, quienes, seducidos por su gran belleza y aura misteriosa intentaron acercarse, creyendo que se trataba de una inocente doncella en plena flor de la madurez. Hasta algunas personas le habían apodado como la dama del cabello dorado, un título que solo suscitaba risas entre sus compañeras en el albergue Rivoor. Sin embargo, a él no le causaba gracia alguna y estaba más que cansado ante aquellos intentos de seducción, sobre todo por parte de los meirill más viejos.
Aquel día en que Nhorhassan salió de su torre junto a su conejo por primera vez, Vandor se había aventurado hacia la montaña del castillo Nhorin, desafiando la prohibición de Lynari, pues la curiosidad podía más que él y estaba decidido a hallar algo interesante para variar un poco en su monótona vida. Lamentablemente, el viento gélido y la nieve que caían en esa ocasión le impidieron escuchar cualquier sonido fuera de lo común. No obstante, desde lo alto de la montaña, a medio camino, pudo observar a lo lejos cómo una oscura niebla, surgida de la nada, envolvía de repente una parte de la ciudad.
Ver esa clase de niebla roja no era nada nuevo en Camavelia, ya había pasado antes en contadas ocasiones, pero nunca tenían una explicación verdadera de dónde y porque aparecía esto. Vandor sospechaba que este fenómeno tenía que ver de alguna manera con las inexplicables desapariciones de criaturas mágicas en el reino, ya que estas no eran vuelta a ser vistas justamente días antes de cada niebla. Lleno de intriga, se encaminó hacia allí, sin imaginar que lo que sucedería después cambiaría su vida irremediablemente.
Quizás fue la conciencia la que lo llevó hasta aquel lugar, o tal vez fue el destino mismo quien lo guió hacia el encuentro con la princesa Nhorhassan. Quizás fue el poder del universo tejiendo los hilos de sus vidas, preparando el escenario para un encuentro que cambiaría el curso de sus historias para siempre.
Me sumergí en el recuerdo del día en que ambos se encontraron, en el momento en que él la llevó a su hogar para brindarle tratamiento luego de que ella se desmayara a causa de su enfermedad. Esperaba que así este viaje mental me llevara de vuelta al lugar donde Bram podría encontrarme más fácilmente, donde me había dejado.
Cuando terminé de recordar la escena de la bóveda del anciano meirill, chasqueé los dedos con ambas manos. Aunque no vi el cambio de escenario porque tenía los ojos cerrados para una mayor concentración, pude sentirlo. Era como si todo girara a mi alrededor, tan rápido que se asemejaba a estar dentro de una enorme licuadora donde todo se mezclaba, excepto yo, que permanecía quieta e inmune a los cambios.
Sin embargo, mis intentos de aparentar inteligencia, a pesar de que el miedo aún me acechaba, resultaron en un total fracaso. Había terminado en lugares muy diferentes a los que pretendía llegar, haciéndome sentir como una completa idiota. Cada intento fue peor que el anterior: terminé en un río, en una cantina, en los baños de un cuartel con puros hombres, en el techo de una casa y hasta sobre el mástil de una bandera, ¡y eso estaba muy alto! Tuve que abrazarme con fuerza para no caer al vacío, olvidando por completo mi inmunidad a las caídas en este plano.
No sé cuántos intentos más hice hasta que finalmente lo logré, o bueno, casi. Porque si bien regresé a Rivoor, ¡acabé en un salón comedor otra vez! ¡Qué coincidencia más ridícula! Parecía que el universo estaba decidido a que tenga una cita con las mesas y sillas en lugar de con Bram. En serio, ¿no podía simplemente aparecer en el lugar correcto por una vez?
Aquí, la decoración exhibía una enorme salamandra de fuego que brillaba como un foco en el marco de la ventana, como si su sola presencia bloqueara la entrada del frío exterior. Aunque la nevada ya había cesado, el día seguía más nublado que nunca, recordándome brevemente aquellos días fríos y melancólicos en la residencia Lasterlon, cuando solía sentarme junto a una ventana, disfrutando de un café caliente o sumergiéndome en la lectura de un libro, aunque no siempre con el permiso correspondiente.
Las mesas del comedor de Rivoor eran pequeñas en comparación con la del castillo, mostraban estragos del tiempo y el uso constante. Los asientos estaban desgarrados y descoloridos, y las patas les cojeaban sobre el suelo irregular. En sus paredes no habia objetos lujosos ni decoraciones ostentosas; pero en su lugar estaban adornadas con dibujos infantiles y colgantes improvisados, transmitiendo la creatividad y el ingenio de los pequeños habitantes.
A pesar de la pobreza que rodeaba el ambiente, un atisbo de alegría y camaradería se respiraba en Rivoor. Los niños, con sus rostros iluminados por sonrisas traviesas, compartían risas y juegos en medio de la modestia del lugar.
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Editado: 18.03.2024