Elysia Silverleaf pasó todo el día preparándose para el banquete de esa noche. Como primogénita del emperador, debía mantenerse digna y bella. Después de tantas horas de trabajo, el resultado fue una imagen deslumbrante de ella en un vestido blanco. Sus ojos de un claro tono celeste observaban con atención la situación que acababa de suceder. Ella ya había soportado demasiado, tanto la tortura que implicaban las preparaciones para el banquete como el aterrador espectáculo de su familia, que se sumía en un baño de sangre a su alrededor.
—¿No sería mejor venir con un vestido rojo? —pensó para sí misma, ya que de alguna manera siempre terminaban manchados con vino o sangre. Ese tipo de situaciones era relativamente común. Siempre ocurrían intentos de asesinato hacia la realeza, se encontraban traidores políticos en los banquetes más concurridos, o incluso el terrible temperamento de su preciado hermano menor.
Mientras escuchaba toda la conmoción, los gritos de los asistentes a la fiesta, y la guardia imperial arrestando a los traidores, un pensamiento fugaz pasó por su mente, un pensamiento ilógico para una princesa de su calibre. Ella era la única princesa, hija del emperador Alfonso Silverleaf, la mujer más codiciada del imperio de Nivara, el mejor partido de la actualidad. Una mujer bella, agradable y, sobre todo, obediente, con un único problema: estaba rodeada de sangre.
—¿Y si... me voy? —murmuró para sí misma, sintiendo la tentación de escapar de aquel caos. La idea, sin pies ni cabeza, empezaba a parecerle cada vez más factible. ¿Ese fue el comienzo? ¿La primera vez que desobedeció? Miró a su padre sentado en el trono, a su hermano deleitándose con una copa de vino, y observó los cadáveres alrededor del salón. Simplemente, como si algo la poseyera, dio media vuelta y se dirigió a sus aposentos. Después de caminar sola por aquel frío palacio, llegó a su habitación. Enseguida, su sirvienta personal tocó a su puerta.
—Su majestad Elysia, vine antes del término del banquete. ¿Sucedió algo?
—Mataron a Privet, era el espía del imperio Aetheria —respondió Elysia.
—¿No era Javier el espía? Al que juzgaron la semana pasada —respondió su sirvienta personal.
—No lo sé, quizás no era culpable, pero ya está muerto, asesinado por Ray —respondió Elysia, sin saber bien qué más decir.
Elena, la sirvienta personal de Elysia, sin cruzar la línea, le respondió:
—Le traeré una taza de leche para que logre dormir bien.
—Gracias —respondió Elysia, sintiendo aún una desconexión con su realidad. A pesar de la normalidad que intentaba mantener, algo dentro de ella se sentía fuera de lugar, como si el mundo a su alrededor ya no perteneciera a la misma lógica que había conocido toda su vida.
Esa noche, Elysia se quedó pensando en cuál era la dinámica actual de su vida, qué le esperaba en el futuro, cuál era su misión y qué es lo que realmente quería hacer. Tenía una vida llena de lujos que, a pesar de todo, no la llenaban. Podrían considerarla una niña mimada que no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, o una loca que se queja de tenerlo todo. Sin embargo, su sensación de incomodidad solo crecía mientras intentaba seguir con su vida.
Finalmente, el cansancio la venció, y se quedó dormida con la mente llena de inquietudes.
Al día siguiente, Elysia fue despertada por Elena.
—Su majestad, debe prepararse. Su padre, el emperador Alfonso, la ha llamado a la sala de reuniones de manera urgente —anunció la sirvienta.
Aún un poco aturdida por haber despertado, Elysia supuso que la convocatoria era por haberse retirado temprano del banquete sin solicitar permiso.
Con mucho cuidado fue preparada; su belleza era inigualable, pero su mirada triste y fría le daban un aura melancólica.
—Asegúrese de sonreír, fue una solicitud de su majestad Alfonso —le informó Elena.
Mientras se miraba al espejo, notó algo peculiar.
—Elena, ¿por qué me estás arreglando con tanto detalle el cabello? ¿Y por qué un vestido tan elegante para un día sin eventos en el palacio?
—No lo sé —respondió Elena—. Fueron órdenes del emperador. Quizá viene algún invitado.
Elysia frunció el ceño, sintiendo que el aire a su alrededor se volvía más pesado con cada respuesta. La inquietud crecía en su interior mientras se preparaba para lo desconocido.
A pasos seguros pero tranquilos, Elysia se acercaba a la sala de reuniones. Cuando estaba a punto de abrir la puerta, tuvo un pensamiento fugaz, casi tan efímero como el de ayer: “No me intentará casar, ¿verdad?” Se recordó a sí misma que ya estaba en edad para casarse desde hacía tiempo, pero jamás la presionaron con ello. Además, ya había comentado con su padre, Alfonso, que no tenía intenciones de contraer matrimonio y vivir como la típica mujer de un hombre ansioso de poder, utilizada como un escalón político.
Elysia empujó la puerta, entró y saludó al imponente emperador de Nivara.
—Buenos días, padre. Me presento como fue solicitado.
—Elysia, ¿no te sientes bien? —preguntó su padre con un tono serio.
—Me siento perfectamente bien —respondió Elysia, seca y cortante.
—Ayer te fuiste antes del término del banquete —replicó su padre.
Al escuchar esa respuesta, su corazón se alivió un poco, sintiéndose tranquila de que el tema de conversación no fuera el matrimonio y que tampoco había ningún invitado en la habitación.
—El banquete fue aburrido, quería dormir —le dijo a su padre, un poco consciente de que podría ser regañada por no seguir la etiqueta real de ese día, la cual incluía permanecer hasta el final del banquete, observando cómo los invitados se retiraban, y en muchos casos, algunos en camillas con sábanas blancas cubriéndolos.
—Yo también estaba aburrido, deberíamos cambiar esa regla —contestó Alfonso en un tono sarcástico.
—¿Es esto todo lo que me quiere decir en la reunión de hoy? —preguntó Elysia, deseando que fuera el único tema. Una especie de ansiedad e incomodidad llenaba el ambiente, cosa que su padre también notó.
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Editado: 13.11.2024