El palacio era conocido por ser una estructura hermosa, lujosa, brillante y acogedora, a pesar de todo su esplendor. Sin embargo, aún mantenía un aura de tristeza debido a la difunta emperatriz Carmelia.
A pesar de haber pasado toda su vida allí, Elysia no lo sentía como su hogar. Se sentía más bien perdida en su propio mundo, y quizás esa era la raíz de sus problemas y la razón de su comportamiento.
Con pasos firmes, caminó por el palacio, decidida a abandonarlo todo. Ni siquiera se preocupó por los guardias o las personas encargadas de custodiarla; fácilmente los esquivó, fácilmente los ignoró. Algún que otro guardia se preguntó por qué la princesa caminaba sola por el jardín, pero tampoco le prestaron mucha atención. Ella nunca había sido problemática, por lo que no había necesidad de vigilarla de cerca, a diferencia de su hermano Raynold, cuya furia incontrolable lo hacía imposible de manejar.
Elysia llegó a la entrada del palacio y pidió a los guardias que le abrieran la puerta.
—Abran —ordenó Elysia.
—¿A dónde va su majestad? No hemos recibido noticias de ninguna salida, ni la llegada de algún carruaje —respondió uno de los guardias.
—Debo acudir de manera urgente a una reunión con la familia Fitzroy, no tuve tiempo de preparar el carruaje —dijo Elysia con una seguridad tan convincente que, por un momento, la mentira parecía verdad.
—Permítame, su majestad, le prepararemos un carruaje de inmediato —dijo el guardia principal, mientras ordenaba a los ayudantes que buscaran el carruaje real de la princesa.
Elysia decidió esperar. Prefería no levantar sospechas sobre su salida; de alguna manera, encontraría la forma de deshacerse del cochero en algún punto del trayecto.
—Apresúrense —ordenó con impaciencia.
—Sí, su majestad —respondió uno de los guardias.
Pocos minutos después, llegó el carruaje con el cochero designado. Elysia, en realidad, no era consciente del caos que estaba a punto de desatar, ni de los malentendidos que surgirían a raíz de esa simple escapada, que muchos considerarían infantil. Pero, al fin y al cabo, ¿quién no se ha escapado de casa alguna vez?
Elysia, al bajarse del carruaje y dirigirse hacia la tienda bajo el pretexto de comprar un regalo, ya tiene clara la primera parte de su plan: perderse entre las calles de la ciudad. Convencer al cochero no fue difícil, pero ahora, al entrar en los pasadizos estrechos de la ciudad, comienza a sentir la adrenalina del peligro. No tiene un destino fijo, solo sabe que debe desaparecer lo antes posible.
Al entrar a la tienda de antigüedades, se encuentra con Karim, una joven plebeya de apariencia humilde pero mirada astuta. Elysia se da cuenta de que su cabello claro y su vestido lujoso atraen demasiadas miradas, por lo que, en su desesperación, improvisa una excusa.
—Te cambio mi vestido por el tuyo —le dice sin rodeos a Karim, con la urgencia de quien sabe que no tiene tiempo que perder—. Y necesito saber dónde puedo conseguir tinte para el cabello.
Karim, sorprendida y divertida por la propuesta, empieza a bombardearla con preguntas:
—¿Por qué necesitas cambiar tu ropa? ¿Para qué quieres teñirte el pelo? ¿No robaste ese vestido, verdad? ¿No me estás metiendo en problemas?
La energía y curiosidad de Karim contrastan con la naturaleza reservada de Elysia, pero eso, de alguna manera, genera un entendimiento entre ambas. Elysia, lejos de molestarse, se ríe ante la historia que Karim ha construido en su cabeza, y le responde:
—Es mejor que dudes antes de que alguien se aproveche de ti, pero no es mi intención hacerte daño. Solo necesito pasar desapercibida.
Esta interacción marca el inicio de una relación inusual entre las dos jóvenes, que, pese a venir de mundos diferentes, parecen encontrar en la otra algo que las intriga. Karim, intrigada por la naturaleza misteriosa de Elysia, acepta el trato, no sin antes pedirle que le invite una comida.
—Te ayudaré a teñirte el cabello —dijo Karim—, pero después me invitarás a comer algo decente. No todos los días se tiene una oportunidad así.
Elysia, riendo ante la franqueza de Karim, le responde:
—Primero lo del cabello, luego lo demás.
Karim la lleva a su modesta morada en un barrio pobre de la ciudad. La casa es pequeña pero acogedora, con muebles desgastados pero bien cuidados. Se nota que, pese a la precariedad, Karim se ha esforzado por hacer de ese lugar su refugio.
—Vivo sola —comienza Karim mientras busca las herramientas para teñir el cabello—. Mis padres murieron hace años, y mi tío me dio trabajo en la tienda de antigüedades. A veces no es fácil, pero es lo que hay. Ahora te toca a ti contar algo.
—Eres bastante curiosa, pero también es peligroso confiar tan fácilmente en alguien y dejarlo entrar a tu casa.
Karim, sin inmutarse, le responde mientras prepara el tinte:
—Tienes razón. Pero no lo hago por caridad. Quiero sacar algún provecho ayudándote, porque está claro que vienes de una familia noble. Lamento mis dobles intenciones, pero debo ganarme la vida.
Elysia se ríe con más sinceridad de lo que esperaba. La crudeza de Karim le resulta refrescante, y, en parte, le recuerda cuán protegida ha vivido toda su vida.
—Si me ayudas lo suficiente, tal vez te cuente todo —responde Elysia, sintiéndose cada vez más cómoda en su compañía.
Mientras Karim trabaja con el cabello de Elysia, la princesa empieza a relajarse. Por primera vez en mucho tiempo, siente que está lejos de las presiones del palacio, de las obligaciones, y de las expectativas. Karim, aunque directa, astuta y ambiciosa, le ofrece una amistad sin juicio, lo cual genera en Elysia una sensación de libertad.
Mientras tanto, en el palacio, la noticia de la desaparición de Elysia ya ha causado un gran revuelo. Los guardias, al no encontrarla en la tienda donde supuestamente fue a comprar el regalo, notifican rápidamente al emperador Alfonso. La primera suposición es que Elysia ha sido secuestrada, lo que genera una reacción de pánico en la corte.
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Editado: 13.11.2024