Richard salió de la posada rumbo a su reunión con el gremio, buscando obtener la información que necesitaba para Elysia. Llegó a una modesta tienda de hierbas medicinales y, entrando por la parte trasera, se encontró con sus hombres y los encargados del gremio en ese pueblo. Los saludó y, respetuosos ante su presencia, ellos le informaron que ya tenían un cochero dispuesto para la noche. Sin embargo, le mencionaron que el cochero originalmente asignado para el viaje estaba desaparecido; curiosamente, ese hombre era el informante que el anterior conde de Derby había contratado a través del gremio de mercenarios.
Extrañado, Richard les pidió que investigaran la situación. Entonces, Randall, el capitán del gremio en ese pueblo y un leal amigo de Richard desde hacía años, se acercó para hablarle en privado. La confianza entre ambos permitía ese tipo de intercambio confidencial, y Randall había sido testigo de las múltiples misiones y conflictos que Richard había enfrentado en el pasado. Sin embargo, el tema que tocó esta vez sorprendió a Richard.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar buscando a la princesa? —preguntó Randall en tono serio.
Richard lo miró, confundido.
—¿Cómo te enteraste de eso? —respondió, frunciendo el ceño.
Randall soltó una carcajada breve y amarga.
—Raynold, el “tirano”, ha decapitado ya a diez de sus propios informantes por no traerle noticias sobre el paradero de la princesa Elysia. La capital está en revuelo y los rumores no han tardado en llegar aquí, especialmente con la carrera de sucesión en juego.
—¿Qué tiene que ver la sucesión aquí? —inquirió Richard, intrigado.
—No podrás mantenerlo en secreto por mucho tiempo —respondió Randall con una sonrisa.
—¿Me lo vas a explicar o te vas a hacer el tonto? —replicó Richard, ya impaciente.
—¿De verdad no lo sabes? —dijo Randall, sorprendido—. ¿Sobre la carrera de sucesión? ¿Aún no te han informado?
—¿Informado de qué? ¿Para qué tengo un gremio de mercenarios si ni siquiera son capaces de mantenerme al tanto de estos asuntos? ¿Qué es la carrera de sucesión? —preguntó Richard, extrañado, sabiendo que, como princesa, Elysia también tenía un rol en la sucesión.
—El emperador Alfonso, en un arrebato de ira por la falta de noticias sobre el paradero de Elysia, declaró que el hermano que lograra encontrar a su hermana sería el sucesor al trono. Si tú la encuentras, ella se convertiría en la heredera y te casarías con ella, y ambos se sentarían en el trono. Pero si Elysia hubiera escapado de sus responsabilidades, sería descartada como heredera.
Richard, con la mirada perdida y una expresión de disgusto, intentó procesar la información. ¿Heredera? ¿Cómo? ¿Cómo puede Alfonso decidir algo así? ¿Y si Raynold la encuentra primero? Ese tirano no es apto para el trono. Entonces, se dio cuenta: él había encontrado a Elysia... y ella había huido.Su mente procesando las implicaciones de aquellas palabras. Sabía que, en su imperio, el linaje real determinaba el rol en el trono. Quien tenía la sangre imperial —en este caso, Elysia— era quien ostentaba el verdadero poder. Aunque él no tuviera el derecho de sangre, el matrimonio con Elysia lo convertiría en el hombre más poderoso junto a ella, aunque sin el control absoluto.
—Entonces... —murmuró, tratando de ordenar sus pensamientos—. ¿Si ella se convierte en emperatriz, yo sería emperador consorte? ¿Sin poder real?
Randall asintió.
—Exacto. Elysia, como portadora de la sangre imperial, sería la emperatriz con todos los derechos de gobernante. Tú, al ser su consorte, obtendrías un poder significativo, pero siempre dependería de ella. Es una inversión de roles en la que, aunque tú seas un aliado importante, ella sería la autoridad máxima. Y en caso de que Elysia hubiera huido por voluntad propia, sería descartada de la sucesión.
Richard tragó saliva. En su mente, imágenes y dudas empezaron a acumularse. Él sabía que Elysia había escapado, pero la razón aún era incierta. Su deber era protegerla, pero ahora también estaba ligado a un juego de poder que él nunca había pedido. Lo último que quería era estar envuelto en esa pugna.
—Sé que no te interesa el poder ni las mujeres, pero ¿no te parece demasiado? —dijo Randall, tratando de comprender—. Después de todo, serías el hombre más poderoso del imperio al casarte con Elysia.
Richard lo miró, irritado.
—No me interesa el trono ni la política. Pero no puedo ignorar la situación. Si Raynold la encuentra, todo esto cambiará. Ese tirano no es adecuado para gobernar.
—¿Tienes información sobre el paradero de los hermanos de Elysia? —preguntó Richard, tratando de enfocarse en el aspecto práctico.
—No —respondió Randall—. Nuestro informante que llevaba el dispositivo mágico perdió contacto hace aproximadamente dos horas.
—Está bien. Mándame al cochero a la posada esta noche, y en cuanto sepan exactamente cuándo murió el conde de Derby, infórmenmelo.
Mientras Randall asentía y se retiraba para cumplir las órdenes, Richard quedó solo con sus pensamientos. Había oído que el conde de Derby había fallecido hace apenas una semana, pero Elysia no sabía nada al respecto, y en el pueblo algunos decían que había muerto hacía más tiempo. Había algo turbio en todo esto, algo que no encajaba.
Algo oscuro parecía moverse en las sombras. Richard lo sentía. Las piezas estaban ahí, conectadas de alguna manera: la repentina carrera de sucesión, el revuelo en el condado de Derby, y la implicación de los hermanos de Elysia, la desaparición de Edric, la desaparición de su informante, un hombre clave para los secretos que el anterior conde de Derby había compartido con el gremio, sólo añadía más intriga.
Richard pensó en ella, la princesa a quien ahora el emperador había convertido en pieza central de una intrincada red de poder. Aunque era consciente de la gravedad del juego que se estaba desarrollando, su mayor preocupación no era quién llegaría al trono o cómo podría afectarlo personalmente. Lo que realmente lo inquietaba era saber qué deseaba Elysia.
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Editado: 13.11.2024