Días habían pasado desde la desaparición de Elysia, y el emperador, cada vez más afligido, enfrentaba la creciente presión de la nobleza. Los nobles exigían una reunión para discutir los próximos pasos, en especial después de la decisión unilateral del emperador sobre la carrera de sucesión. Entre los que más insistían estaba el duque Alaric Aderlyn, un hombre ambicioso que buscaba asegurar su influencia en el imperio a cualquier costo.
Sin embargo, el emperador no planeaba dejarles el camino libre para que se dividieran en facciones. La carrera de sucesión también motivaba a los nobles a colaborar en la búsqueda de Elysia, cada uno apoyando a su propio candidato. Para mantener el control, convocó a los tres príncipes a la reunión, y en ese momento, agradecía el carácter impredecible de Raynold. La temida reputación de su hijo menor lograba un efecto disuasivo en la sala: los duques, sabiendo que no se podía razonar con él, evitaban provocarlo y mantenían las discusiones dentro de ciertos límites. Raynold, sin saberlo, era el equilibrio perfecto.
Diez minutos antes de que la reunión comenzara, Raynold, Cassian, y Dimitri estaban afuera del salón, intercambiando palabras tensas.
—¿Richard no se presentará? —preguntó Raynold, algo intrigado.
—No lo sé —contestó Cassian, encogiéndose de hombros—. Según padre, perdió contacto con Richard hace un par de días. Supongo que está yendo de pueblo en pueblo buscándola.
Dimitri soltó una risa burlona.
—Ese loco está enamorado de las órdenes de padre.
—¿No estará enamorado de Elysia? —añadió Cassian—. Dicen que fue él quien pidió permiso para cortejarla.
—No digas tonterías —respondió Raynold, con un tono arisco—. Richard solo quiere el poder, ser el emperador junto a la princesa.
Cassian alzó las manos, divertido.
—No te pongas a la defensiva, solo bromeo. Lo importante es encontrar a Elysia. Y además, con lo de la sucesión resuelto, no hay por qué preocuparse.
Raynold no respondió, pero su mirada oscura no disimulaba la irritación.
—Últimamente estás de muy mal humor —observó Dimitri con una sonrisa maliciosa.
—Estoy rodeado de inoperantes, eso es lo que pasa.
—¿Ya va en diecisiete tu cuenta personal? —rió Cassian, refiriéndose a los informantes que Raynold había hecho ejecutar.
—¿Quién diría que el amable Cassian se burlaría de los “sacrificios” de su hermano menor?—Se burló Dimitri.
—Sirven mejor como abono, eso es todo. Pero las cosas se están volviendo extrañas con la facción del duque Alaric. Hay rumores de comunicación con el imperio de Aetheria, aunque no tengo pruebas por lo que no puedo actuar. Por otro lado padre quiere castigarme por mi “comportamiento” y quiere que vaya a la frontera de la cual Richard se ocupaba antes.
Poco a poco comenzaron a llegar los nobles a la sala. Entre ellos, el duque Alaric Aderlyn encabezaba el grupo, caminando con una actitud firme y ambiciosa que no se molestaba en disimular. Tras él iban el conde Soren Vandrell, conocido por su habilidad para tejer alianzas a conveniencia, y la marquesa Eveline Faulkner, cuya presencia siempre traía consigo rumores y secretos en susurros.
—Buenos días, príncipes —saludó Alaric, inclinando ligeramente la cabeza con una cortesía bien ensayada—. La situación en la que estamos es bastante complicada. Espero que en la reunión podamos llegar a un consenso.
Raynold lo miró con desdén, sus ojos afilados y hostiles.
—¿Un consenso sobre qué, duque Alaric?
Alaric mantuvo su expresión impasible, pero una leve sonrisa se asomó en sus labios.
—Sobre el tema de la sucesión, alteza. La idea de su padre, el emperador, de convertirlo en una carrera... no soy quien para juzgar, pero podría poner en peligro a la princesa Elysia.
Cassian, manteniendo la calma que Raynold había perdido, intervino con un tono de respeto controlado.
—¿A qué se refiere exactamente, duque Alaric?
—Verán, príncipes, todos sabemos que hay nobles que apoyan a quienes creen más aptos para el trono. Pero, entre esos nobles, podría haber quienes carezcan de escrúpulos. En su afán por asegurar a su propio candidato, podrían usar a la princesa como arma de desprestigio, o incluso...— hizo una pausa, midiendo cada palabra—...quitarla de en medio para descartarla como heredera.
Dimitri, generalmente más callado y observador, sintió cómo se tensaban sus músculos ante las palabras de Alaric. Aquel discurso le parecía preparado, casi como si el duque hubiera ideado él mismo un plan semejante.
—Pareciera como si ya lo tuviera todo planeado —respondió Dimitri, con una dureza poco característica.
Alaric levantó las manos en un gesto de inocencia fingida.
—No, por favor, príncipe Dimitri. Tengo más inteligencia que eso; nunca caería en semejantes bajezas.
Raynold avanzó un paso, sus ojos encendidos de ira.
—¿Lo debería considerar una amenaza? —preguntó con voz afilada, casi como si desafiara al duque a admitir sus intenciones.
—¡Dios no! —respondió Alaric, retrocediendo ligeramente, sin dejar de sonreír—. Saben que mi lealtad es absoluta y constante.
—A la avaricia será —soltó Raynold con un tono mordaz antes de girarse bruscamente para entrar en la sala, sin molestarse en mirar atrás.
Alaric refunfuñó entre dientes, con el rostro enrojecido por la rabia contenida.
—Definitivamente no es apto para ser heredero... mocoso malcriado —murmuró, aunque Cassian y Dimitri ya se dirigían al salón, ignorando sus palabras.
Era bien sabido que la enemistad entre el príncipe Raynold y el duque Alaric iba mucho más allá de las típicas tensiones políticas. Todo el reino recordaba el incidente que había desencadenado esta rivalidad. En su intento de asegurar una alianza con la familia real, Alaric había intentado emparejar a su hija, la bella Lady Seraphina, con Raynold. Lady Seraphina, obedeciendo las ambiciones de su padre, había decidido acercarse a Raynold en una ocasión, buscando seducirlo con una sonrisa encantadora y palabras bien elegidas.
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Editado: 13.11.2024