Elysia abrió los ojos lentamente, su visión nublada y su mente confusa. Por un momento, creyó estar soñando. ¿Acaso no había sido rescatada? Recordaba claramente la cálida voz de su tío Ryan, el abrazo que la envolvió como un escudo protector. Pero al darse cuenta de que aún seguía en la fría y oscura celda, la esperanza se desvaneció de su corazón. Comenzó a temblar, las lágrimas brotando nuevamente, llenas de desesperación.
¿Qué había sucedido? ¿Acaso había sido solo un sueño, una ilusión creada por su mente para escapar del dolor? Intentó incorporarse, su cuerpo adolorido, temblando por el esfuerzo, pero de inmediato escuchó pasos acercándose. Se agazapó, sintiendo el miedo correr por sus venas como un veneno helado. Dos personas se acercaban. Reconoció las voces: una era la del hombre de avanzada edad, su torturador. La otra...
—Tío Ryan... —murmuró para sí misma, sintiendo una oleada de alivio y terror al mismo tiempo.
Cuando los dos hombres llegaron a la celda, Elysia levantó la vista. Allí estaba su torturador, con su misma expresión fría y despectiva. Y a su lado, estaba Ryan. Su tío, el hombre que la había abrazado antes, el único rostro amable que pensó haber visto en todo ese infierno. Pero su expresión era diferente ahora; había algo oscuro, una frialdad en sus ojos que nunca había visto antes.
—¡Tío! —gritó con angustia—. ¡Él es! ¡Él es quien me secuestró y me torturó! —Las palabras salieron apresuradas, desesperadas, mientras señalaba al hombre de avanzada edad.
Pero antes de que pudiera reaccionar, el torturador tomó un martillo y le golpeó el estómago con fuerza, lo suficiente para hacerla gritar de dolor, pero cuidando de no causarle un daño fatal. El impacto fue devastador; Elysia sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones, sus músculos contrayéndose violentamente. Vomitó en el suelo, sus lágrimas mezclándose con la bilis y el polvo.
Se incorporó como pudo, respirando con dificultad, y miró a Ryan. Su tío estaba allí, inmóvil, mirándola. Pero sus ojos... ya no eran los mismos. Eran ojos fríos, duros, llenos de desprecio.
—Tío... ¿por qué? —gimió Elysia, su voz rota, apenas un susurro entre sollozos. No entendía. No podía entenderlo. Ryan, quien siempre había sido su protector, el hombre que le había prometido estar a su lado... ¿por qué la miraba así? ¿Por qué no hacía nada para detener el sufrimiento que le estaban causando?
Ryan se agachó lentamente, mirándola desde arriba con una expresión de indiferencia que le heló el alma.
—Oh, Elysia... Eres un monstruo, lo sabes ¿Verdad?—susurró con voz suave, casi paternal.
Elysia se encontraba tirada en el suelo, jadeando de dolor y de incredulidad. La figura de su tío Ryan, siempre la había visto como un pilar de fuerza y amor, y ahora estaba ahí, observándola con una expresión helada y distante. Se sentía como si todo su mundo se estuviera derrumbando a su alrededor, y el dolor emocional superaba al físico.
—¿De qué estás hablando, tío? ¡¿Por qué me haces esto?! —gritó con la voz temblorosa, las lágrimas rodando por sus mejillas. Sus palabras eran un intento desesperado de encontrar algo, cualquier cosa, en el rostro de Ryan que le devolviera la esperanza. ¿Cómo podía él estar haciendo esto?
Ryan soltó una risa seca, amarga, que resonó en la fría celda como una bofetada. Dio unos pasos hacia ella, agachándose para mirarla de cerca. Su rostro no mostraba la más mínima empatía; al contrario, era una expresión de desdén, como si estuviera mirando a un insecto aplastado.
—¿Qué es lo que quieres? —sollozó Elysia. No entendía nada. Todo lo que quería era que esto acabara, despertar de esta pesadilla, abrazar a su tío y encontrar consuelo en él como siempre lo había hecho.
—Bueno, aún tenemos tiempo, ¿verdad? —dijo Ryan, mirando al hombre encargado de torturarla—. Tristan no ha llegado aún; quiere ser él quien la acabe.
—¿Tristan? ¿Tristan Aderlyn? —respondió Elysia, sorprendida.
—Oh, cariño, no hagas preguntas —interrumpió Ryan. El torturador, sin esperar más, levantó su mano para golpearla, pero Ryan lo detuvo de inmediato—. Déjame a solas... con ella, por favor.
El hombre mayor la miró por un momento, comprendiendo perfectamente lo que Ryan planeaba hacer, antes de retirarse en silencio. Apenas la puerta se cerró, Ryan se abalanzó contra Elysia, sujetándola con fuerza.
—Hizo bien en no golpearte el rostro —murmuró con voz suave—. Bueno, al final saldrás muerta de aquí, así que no importa lo que te suceda ahora.
—¿Q-qué estás haciendo, tío? —Elysia apenas podía articular las palabras, el terror la estaba consumiendo.
Ryan no respondió. Se acercó aún más a ella, deslizando su nariz por su cuello, inhalando su aroma como si lo disfrutara. Elysia empezó a sollozar, intentando alejarse, pero no tenía a dónde ir.
—Ay, Elysia... deja de moverte, por favor, o te dolerá más —dijo Ryan en un susurro, acariciándole el rostro con una expresión perversa.
—¡No, por favor! No me hagas esto, por favor —suplicó ella, con el llanto desbordándose de sus ojos. No podía creer lo que estaba ocurriendo, no podía comprender cómo alguien que había sido como un segundo padre para ella pudiera traicionarla así.
En medio de su terror, Elysia recordó algo que le hizo estremecerse aún más. Pensó en su familia, en los días que pasó en el palacio. Aunque todos ellos eran tiranos y estaban locos, jamás le hubieran faltado el respeto de esta forma. Sintió una punzada de nostalgia al añorar aquellos días. Ella misma se había excusado tantas veces, justificando su huida, pero ahora sabía que se había mentido a ella misma.
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Editado: 13.11.2024