La Princesa Fugitiva

PRÓLOGO

Abate, Berlandia.

Tres años antes.

En la oficina de la directora de un orfanato, se encontró Christine. Hasta ese día, ella pensaba que se llamaba de tal forma, pero no, su nombre real era Christine Josephine Perthrep Brienne, al menos eso fue lo que le dijo Carlota, una mujer de casi cincuenta años, mujer que era la encargada de administrar el mencionado orfanato, mujer que también resultó serr una diseñadora de moda.

Un par de golpes en la puerta le sacó un suspiro a Christine.

Lady Christine, ese debe ser su prometido —le dijo Carlota. Entonces e lla se levantó y caminó hacia la puerta. Y su boca se abrió al ver al hombre que, sin ser autorizado, entró.

Hola princesa —saludó el hombre mencionado.

Christine quien seguía con su boca abierta por la sorpresa, no podía creer que Eduardo, un hombre de casi dos metros de altura, con cabello largo y bastante robusto, el mismo hombre que solía saludarla solo con una leve inclinación de cabeza, en ese momento le estaba hablando. Pero el asombro de la niña acabó al escuchar la forma en que fue llamada.

¿Princesa? Muy bien, señora directora, ya está. Me parece que su bromita ha ido demasiado lejos. ¿Ya se divirtió? Créame que yo sí me he divertido. Usted misma me escuchó que bastante me he reído. Incluso sigo ruborizada —ella le dio la espalda al extraño hombre que la había saludado y tocó sus rojizas mejillas—. Pero, el hecho de que pretenda hacerme creer que el señor Eduardo, un hombre que frecuenta este orfanato y que nunca antes se haya dirigido a mí, un hombre que justo ahora pretende hacerse pasar por mi prometido ya es pasarse yo le pido que...

—No soy tu prometido. Alteza, yo tengo la edad de tu padre. Y fue tu padre quien me envió, ya que, el día de hoy, he sido elegido para ser tu guardián personal. Entonces vine para llevarte a tu fiesta de cumpleaños —la interrumpió el hombre.

La niña cerró su boca y se acercó. Ella entendió que ese día todos en aquel orfanato se levantaron con su psique trastornado.

«Quizá aproveche la oportunidad para escapar de este lugar», pensaba Christine.

Ya es hora de salgas de este lugar, bella principessa. Su majestad la está esperando. Y la reina está feliz porque finalmente se reunirán después de cinco años.

¿Los reyes? Usted, señor, señora —susspiró una vez más y con su cabeza hizo un gesto afirmativo—... jamás pensé que durante mi undécimo cumpleaños me pasaran cosas extrañas. Oh mar, los reyes de esta nación resultaron ser mis padres. ¿Y no mencionaste que tengo un prometido? ¿Se trata de algún príncipe apuesto?

Apuesto sí, pero príncipe no —se escuchó y posteriormente un señor mayor entró, aprovechando que la puerta seguía abierta—. Princesa, yo soy tu prometido. No soy príncipe, solo un humilde duque que, en un futuro se convertirá en tu rey.

El parlamento no ha aprobado que tú seas rey —intervino Eduardo—. Solo serás el esposo de la futura reina.

Una vez más la princesa abrió su boca. Tanta barbaridad, aunque mucha risa le había sacado, en aquel momento empezó a asustarla. ¿Acaso se encontraba en un lugar donde se vendían a las niñas huérfanas? ¿Y si el fin de cada niña que salía de aquel orfanato era casarse con viejos verdes?

Pensar en que aquel lugar era un sitio dedicado a la trata de persona la asustó. Todo rastro de sonrisa desapareció del rostro de Christine, sus sentidos entraron en modo alerta, ella lo supo, supo que de aquel lugar debía escapar. Ella aprovecharía la oportunidad que se le estaba presentando. Pues resultó ser que, debido a que, aquellos dos hombres empezaron una discusión, aparentemente ella dejó de ser el centro de atención.

¿Acaso debía quedarse Christine para seguir escuchando las insólitas locuras de tres personas, tres personas que pronto estarían encerradas en un hogar geriátrico?

Christine caminó lentamente hacia la puerta, pero justo al llegar a la mencionada puerta, abandonó con gran velocidad aquella oficina. Ella corrió, corrió hacia la gran puerta de acero que impedía la salida de quienes deseaban salir y controlaba el acceso de quienes querían entrar allí.

La chica logró llegar a la puerta, pero obviamente se encontraba cerrada. Christine comenzó a pensar en múltiples formas que le permitirían escapar, pero nada se le ocurriría. Y pronto sus pensamientos fueron interrumpidos por las manos que la sujetaron y tiraron de ella.

¿Adónde se dirige, alteza? —escuchó y, aunque empezó a temblar, ella se llenó de valor y observó fijamente a la persona que la había atrapado.

No es su problema, señor.

¿Señor? Soy tu prometido y...

¿Prometido? Prefiero morir antes que usted, un anciano con problemas mentales se atreva a obligarme a hacer algo tan asqueroso como un matrimonio arreglado. ¡Monstruo repugnante!

Yo voy a enseñarte modales, mocosa.

El duque apretó fuertemente los brazos de Christine y ella no pudo ocultar el dolor que le estaba causando a aquel despreciable sujeto.

¡Suélteme! —gritó Cristina.

Pero aquel hombre no la soltó. Él rasgó el vestido de Christine y el terror se apoderó de ella. Todo su cuerpo se paralizó cuando entendió que el anciano pretendía desnudarla y, además, él también pretendía besarla.

Y cuando la niña empezaba a pensar en lo peor, aquel hombre repentinamente cayó a sus pies. Él había perdido el conocimiento. Entonces la Christine levantó su mirada y vio a Eduardo quien le hizo una señal de silencio y después le mostró una puerta que estaba abierta en dirección opuesta. La directora del orfanato era quien mantenía abierta la mencionada puerta y le indicaba mediante gestos que debía salir.




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