La princesa y el guardaespaldas

8. Daphne.

Que tan estúpida había podido ser para creer que nadie me reconocería al venir aqui?  Tal  parece que mantenerme en las sombras no iba a ser tan sencillo como había pensado y  tendría que haber dado por hecho que  la gente me reconocería así me pusiera una careta para camuflar mí identidad, lo cual era triste y desesperante.

 ¿Cómo podía ser una chica común y corriente si había gente por ahí pululando a mí alrededor con conocimiento de causa? Honestamente, no me sorprendería que esa chica  fuese una adicta a las revistas de chismes, por los ojos de loca apostaba a qué si.

 Por suerte para mí traía mis gafas de sol, las cuales me calce en cuanto me fui de la cafetería dejando mí café a medio tomar y a Matthew con una pregunta sin responder.

Una  carcajada se me escapó al recorrer la acera en dirección a la farmacia, una tan fuerte como para llamar la atención de la mujer que pasaba a mí lado paseando a su Yorkie y que se quedó unos segundos observándome como si me hubiese vuelto loca. Y probablemente fuera asi.

La sanidad no había sido nunca mí fuerte. Y creer que este artefacto que cargaba sobre mis párpados serían útiles lo demostraban, ni i que estos estúpidos pedazos de plástico actuasen como la  capa de invisibilidad de Harry Potter… Pero, hey! Eran prada y eran una de las pocas pertenencias que había podido recuperar de mamá.

La característica señal de la cruz roja en los cartel de neon resplandecia e indicaba que ya había llegado a destino.

Recorrí los pasillos angostos en busca del tinte adecuado y perfecto. Tenía que serlo si quería ocultar a mí antigua yo , dos metros bajo tierra. O más.

Mí cabeza se sintió confundida con la cantidad de opciones que se desplegaban frente a mi. Era como si tuviera un arcoiris a mí disposición.

Por cual tendría que ir? Rubio? Negro? Castaño? Debo admitir que el rosa chicle era muy tentador y sería complejo que alguien pudiera saber que se trataba de la princesa… perdón de la futura Reina de Dinamarca.

Nadie se esperaría algo así. Mucho menos mí padre.

Finalmente decidí ir por un camino más tradicional, amaba los riesgos aún así no me apetecía lucir como un condenado cono de algodón de azúcar cuando la humedad, que ya empezaba a hacer estragos con mí cabello, hiciera de las suyas.

-Llevare esto- dije con una sonrisa a la mujer que tenía del otro lado del mostrador.

Mí madre siempre me aseguró que la mejor carta de presentación era la simpatía y la estaba usando, rogando en mí interior que me jugase a favor.

Sus ojos saltones evidenciaron que su vista no estaba en perfectas condiciones y la manera en la que me evaluo sin dejar un solo rincón de mí cuerpo sin recorrer, me dio la sospecha de que ella tenía muy en claro a quien estaba atendiendo.

-E…Eres… Eres la princesa?

Mí corazón se paralizó un instante en mí pecho. Dos personas ya me habían identificado, cuánto tiempo pasaría para que él mundo entero supiera de mí estadía aquí?

-No- respondí, mis labios retrayendose y convirtiéndose en una fina línea que mostraban mí descontento.

-Estas segura? Luces igualita, igualita a ella- insistió.

Tomé una profunda respiración y me obligue a mí misma a conservar la calma. Por supuesto que estaba segura de quién era yo. Y era cansador. Acaso así se sentían las superestrellas? Ahora entendía porque paseaban por las calles camuflados con ridículos atuendos e invertían un dineral en operaciones estéticas.

-Lo estoy- afirme con un asentimiento - Me cobrará o que? Tengo que estar en un sitio- fingí chequear mí reloj, incrustado en diminutos diamantes Swarosky.

-Son 15 dolares- masculló, afectada por mí cambio de actitud de la niña dulce y tierna a la borde maleducada e impaciente.

Le pase tres billetes de 5. O que? Pensaron que pagaría con mí tarjeta? Era tonta, sin embargo no a ese punto. Obviamente que si lo hacía ella apreciaría escrito en ella mí nombre y tendría que darle la razón.

-Algo más?

Hice un rápido escaneo por los productos expuestos en las góndolas.

-Si. Una caja de condones- hice una pausa y el prejuicio en su cara me dio motivos para vivr- Jumbo. Y un tubo grande de lubricante.

Si quería hablar de mí, le daría material. Al fin y al cabo nadie esperaría que alguien de la realeza fuese una promiscua.

Si. Efectivamente, sería el orgullo del rey.

👸👸👸

Media hora más tarde me encontraba en mí cuarto, el cual todavía era para mí sola, con mí cabello lleno de producto capilar que tendría que que tenía que transformarlo.

La pantalla de mí laptop que estaba en suspenso se encendió y dándole la bienvenida a mí padre, su imagen titilando, casi forzandome a coger la llamada.

Me acerque sin mas remedio, con la resignación calando profundo en mis huesos.

-Ahi está mí pequeña- exclamó en cuanto me tuvo en primer plano - Cuéntame cómo estás? Cómo la vas llevando?

-Hola-contesté con cierto recelo- Muy bien por suerte.

-Oh vamos- se quejo- Hace cuánto que no te se nada de ti o tengo contacto contigo. Podrías mostrarte más entusiasmada.

-Se que no es la primera vez que hemos estado tanto alejados- retruque- Estás acostumbrado a ello- añadí, el resentimiento instalándose en medio de los dos.

-Que tal tu vida académica ? La adaptación?

Vaya, iba directo al grano y ni siquiera mostró un mínimo de decencia para disculparse por haber estando ausente en mis momentos más importantes.

-Bien- comenté y mis ánimos de conversar eran notorios- Tengo clases bastantes interesantes y hasta me dan dado ya mí primer tarea. 

-Cual es esa? - inquirió, la curiosidad impresa en su voz.

-Tengo que cuidar de una naranja. E inmortalizar su descomposicion sobre un lienzo. En cuánto a la adaptación no hay mucho que informar , no llego ni a las 24 horas en este lugar.

-La gente es amable?

-Mmmm… si

-Wow, eso suena… Interesante. Por cierto. Tu madre te manda saludos .




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