La prisionera del comandante

Capítulo 5

Una risa estridente me hizo alzar la vista de golpe. La pareja que entró a la panadería era sin duda atractiva. A ella la reconocí al instante, su nombre era Violeta. Un par de años mayor que yo, nuestras madres solían frecuentar el mismo círculo social, por lo que la había visto varias veces en fiestas y reuniones. Odiaba encontrarme con gente de Adenabridge, mi antiguo reino, me recordaba todo lo que había perdido.

—Señor Muller, qué gusto verlo, no esperaba que viniera en su día libre —saludó el señor Austin al gallardo acompañante de Violeta; alto, rubio, varonil y de expresión engreída, ella debía estar fascinada.

—Lo sé, solo vengo rápidamente a verificar cómo va todo, ¿han tenido más problemas de saqueos? —preguntó el hombre acercándose al mostrador sin siquiera reparar en mí, la insignificante empleada sosteniendo una escoba en la esquina.

—Por fortuna no. Aunque creo que encontré el lugar por donde entraron los bandidos la vez anterior —respondió el señor Austin—. Venga, le enseño.

—Espérame un momento, querida —le dijo el hombre a Violeta antes de seguir al señor Austin al exterior.

Violeta lo miró salir con ojos embelesados.

—Es un sueño, ¿no? —dijo en un suspiro—. Su nombre es Rodric y es uno de los hombres más allegados al rey. Al parecer lo va a nombrar regente de la capital pronto, pues él no desea encargarse de asuntos mundanos, prefiere poner a un hombre de confianza y ha elegido a Rodric para ello, ¿te imaginas lo rico que se va a hacer? ¡Mis padres están encantados!

Así que la familia de Violeta había sobrevivido entera… por eso ella ahora podía estar en una cita con un hombre de futuro prometedor mientras que yo estaba barriendo la panadería.

Me reprendí a mí misma por esa chispa de envidia que nacía en mi interior. No era culpa de Violeta que yo hubiera perdido todo, lo único que debía sentir por ella era alegría de que su vida no hubiera culminado en tragedia. Ojalá existieran más historias como las de Violeta y menos como la mía.

—Es bastante apuesto —comenté con una sonrisa.

—Va a pedirme matrimonio en cualquier momento, puedo sentirlo —me confió emocionada—. Mamá y yo ya estamos pensando en la clase de boda que tendré. Me voy a encargar de dejar a todo Encenard boquiabierto.

Le sonreí a pesar de que ella estaba mirando hacia el techo con expresión soñadora, era claro que su posible matrimonio la llenaba de ilusión.

—Tal vez nos contrates para hacerte el pastel de bodas. Los Austin son grandes reposteros —sugerí.

Violeta clavó sus ojos en mí y asintió. Parecía apenas estar cayendo en cuenta de lo mucho que nuestras circunstancias habían cambiado desde nuestra antigua vida. Antes ambas éramos iguales, dos hijas de familias adineradas, ahora yo era la empleada detrás del aparador. Violeta había empezado a hablar solo porque se había encontrado un rostro familiar, sin percatarse de que ese rostro ahora pertenecía a una persona en una situación completamente distinta a la suya.

Una sonrisa tristona apareció en sus labios, supe de inmediato que se debía a una mezcla de lástima por mi destino y alivio por no haber perdido a su familia como yo.

—Esa es una buena idea, sin duda lo tendré en cuenta, Lea. ¿Tú también haces pasteles? —preguntó en tono condescendiente.

—Por ahora estoy ayudando principalmente con la limpieza y con cuestiones sencillas. El señor Austin prometió enseñarme poco a poco —admití intentando que la pena en su mirada no lograra irritarme, pues entendía que no lo hacía con malas intenciones y que era un sentimiento genuino.

La campanilla de la entrada volvió a sonar. Sentí un escalofrío en todo el cuerpo en cuanto Rupert Norton entró a la panadería. Con una sonrisa torcida y los ojos fijos en mí, caminó hacia el aparador con movimientos felinos.

—Buenos días, panecillo… eres toda una delicia para la vista, ¿lo sabías? —dijo mirándome como si quisiera devorarme de un bocado.

Aferré mis manos al palo de la escoba, deseando poder molerlo a golpes con él.

Sin siquiera hacer el intento de disimular, Violeta le volteó la cara al recién llegado con desaire, dejándole claro su rechazo. Rupert Norton ni siquiera se percató de ella, él solo me estaba viendo a mí.

—¿Qué puedo ofrecerle? —pregunté con los nudillos blancos de lo fuerte que me aferraba a la escoba.

—Creí que ya te lo había dejado claro durante nuestro primer encuentro, pero acércate y te enseño —dijo con una sonrisa desagradable que acrecentó mis deseos de agarrarlo a escobazos.

—Pregunto en serio, tengo trabajo que hacer, señor —dije entre dientes.

Un extraño tic apareció en su ojo derecho, solo unos segundos y luego desapareció.

—Dije que te acerques —repitió en voz de comando señalando el aparador.

Con el estómago revuelto, lo obedecí para que me indicara lo que quería.

—Eso se ve muy suculento —dijo señalando un pan azucarado, pero mirándome de reojo.

Introduje el pan a la bolsa, Norton aprovechó para tomar un mechón de mi cabello y llevarlo a su nariz.

—Me encanta el aroma de este lugar —susurró en voz baja para que solo yo pudiera escucharlo.




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