La prisionera del comandante

Capítulo 6

Al bajar de mi habitación, encontré a los hombres Austin discutiendo entre ellos con el semblante ensombrecido.

—¿Sucede algo malo? —pregunté ya preocupada, aunque no sabía qué estaba ocurriendo.

El señor Austin enderezó la espalda y fingió una sonrisa que no hubiera engañado ni a un niño. En cambio, Tom no hizo el menor intento por ocultar su mal humor.

—Nada que nosotros podamos remediar, Lea —me dijo el panadero.

—Claro que se puede remediar... —farfulló Tom con enojo.

—Basta —le ordenó su padre con el ceño fruncido.

Me quedé de pie en el último peldaño de la escalera, intrigada por el inusual disgusto entre padre e hijo. Al ver mi confusión, Tom decidió sacarme de dudas.

—Llegaron rumores acerca de un grupo rezagado de sobrevivientes del que no se tenía conocimiento. Al parecer son gente de Esavalle que intentaron buscar refugio en Dranberg, pero no lograron llegar a su objetivo y han estado huyendo de los Pors durante años... el rey le dio permiso al comandante Gil para salir de Encenard para buscar a esas personas y traerlas al reino. Dadas las características actuales de la guardia de Encenard, esta será insuficiente para la misión por lo que se están reclutando voluntarios que deseen ir con el comandante a rescatar a esas personas. Será un escuadrón especial cuya única misión será...

—Salir de Encenard hacia su propia muerte —interrumpió el señor Austin con la voz tensa.

En ese momento su conflicto me quedó claro: Tom deseaba formar parte del escuadrón de rescate y su padre se oponía tajantemente.

Mi mente de inmediato pensó en el comandante Gil, ¿y si le sucedía algo malo durante la misión? Me reprendí a mí misma en cuanto caí en cuenta de que estaba preocupada por un desconocido y no por Tom que siempre era gentil conmigo.

—No podemos quedarnos de brazos cruzados, la vida de gente inocente está en juego —protestó Tom–. Es una cobardía darles la espalda solo porque no deseamos perder nuestras comodidades.

—No son comodidades, Tom, es arriesgar la vida —le recordó el señor Austin—. Entiendo el deseo de ayudar a otros, en verdad que sí, pero me rehúso a poner a mi único hijo en riesgo en una misión suicida.

—¡Esta no es tu decisión, es mía! —se quejó Tom.

Entendía a ambos. Por una parte, Tom deseaba probar su valentía y hacer algo por los demás, mientras que al señor Austin le aterraba la idea de perder lo único que le quedaba en el mundo.

—¡Muchacho insensato! —exclamó el señor Austin con evidente enojo y salió disparado de la panadería.

En cuanto se azotó la puerta, Tom resopló de forma sonora. Lo miré de reojo, considerando si era prudente decir algo.

Antes de que yo me decidiera, él tomó la palabra.

—¿Puedes creer lo egoísta que es? —preguntó señalando hacia la puerta.

—Entiéndelo, tiene miedo de perderte... eres lo más preciado que tiene —le recordé, esperando que no se molestara conmigo.

Tom torció la boca, era la primera vez desde mi llegada que no lo veía portando una sonrisa amable.

—Yo debo de ayudar. Hemos sido muy afortunados en poder construir una nueva vida aquí en Encenard, lo mínimo que puedo hacer es ayudar a más gente a hacer lo mismo.

Apreté mis labios entre ellos, lo que Tom pretendía me parecía muy loable, pero la renuencia de su padre a dejarlo ir era perfectamente comprensible.

Se hizo un silencio entre nosotros, yo pensaba en una posible salida a esto que dejara a ambos contentos; Tom, no sé.

—¿Puedes ir por mi padre? Cuando está molesto le da por caminar y caminar, pero no debe estar muy lejos —me pidió Tom—. Iría yo, pero temo que solo lograré que volvamos a discutir. Además, debo preparar una nueva tanda de tartas.

—Yo lo busco, no te apures.

La campanilla volvió a sonar cuando crucé la puerta. Primero empecé a buscar al señor Austin por la avenida principal, pero llegué casi a la entrada del castillo que se encontraba al finalizar la avenida sin dar con él. Decidí aventurarme a las calles aledañas, Encenard no era tan grande, así que me sentía confiada de que encontrar al señor Austin no me tomaría mucho tiempo.

Las calles inmediatas a la avenida estaban algo transitadas, pero entre más me alejaba, más empezaba a escasear la gente hasta el punto en que algunas ya estaban prácticamente desiertas. Empecé a exasperarme un poco, pues no había rastro del señor Austin.

Después de un rato pensé que posiblemente en lugar de caminar el señor Austin se había ido directo a casa, así que decidí volver a la panadería.

En cuanto me giré sobre mis talones me topé de lleno con la última persona con la que deseaba encontrarme.

—¿Qué hace este suculento panecillo lejos de su aparador? —preguntó Norton con una sonrisa torcida que llenaba de arrugas las comisuras de sus labios.

—Disculpe, se me hace tarde —dije con la voz tensa e intenté esquivarlo para seguir mi camino, pero Norton dio una zancada para cortarme el paso.

—¿A dónde con tanta prisa? Me parece que esta sería una buena oportunidad para conocernos más a fondo, ¿no crees? —dijo inclinándose hacia mí—. Dime, Lea, ¿sigues renuente a aceptar mi ofrecimiento? Resulta bastante testarudo de tu parte. Me parece una pena que una mujercita tan atractiva como tú desperdicie sus días barriendo pisos...




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