El olor a quemado me llegó mientras fregaba el piso.
—¡Tom, el horno! —grité al alzar la cabeza y ver el humo que salía de la cocina.
Mientras él remediaba su error, yo corrí a abrir la puerta principal para disipar el humo. Aún no abríamos la panadería, apenas nos estábamos preparando para comenzar el día y Tom ya había quemado dos tandas. El humo me hizo toser un poco, agité mi mano para ayudarlo a salir más de prisa, luego caminé hacia la cocina.
—Ya verás que tu padre se pondrá bien. El doctor dijo que lo peor ya pasó, que es cuestión de tiempo —dije para animarlo.
Desde el colapso del señor Austin hacía tres días, Tom se encontraba distraído y cabizbajo; la preocupación por la salud de su padre lo consumía.
Según nos explicó el doctor Moss, el señor Austin sufría del corazón y era importante que evitara los esfuerzos físicos y los enojos durante algún tiempo, así que él se encontraba recuperándose en casa mientras nosotros nos encargábamos del negocio.
—Lo siento, no sé dónde tengo la cabeza —se disculpó él, haciendo a un lado la bandeja con los panes estropeados.
—Yo lamento no poder quedarme sola a atender la panadería… así podrías estar más tiempo con tu padre —dije con expresión de pena.
—Ya haces suficiente estando aquí, sin tu ayuda no podría —dijo él, intentando ser amable.
—Si te deja más tranquilo, puedo visitar a tu padre en unas horas, cerciorarme de que tenga todo lo que necesita —me ofrecí.
—Te lo agradecería mucho, Lea.
Mi ofrecimiento hizo sentir mejor a Tom y comenzamos el día como cualquier otro, atendiendo clientes y horneando.
Al medio día me hice un tiempo para visitar al señor Austin, quien se encontraba en cama, pero con mucho mejor semblante.
Le preparé una sopa para el almuerzo y luego me encaminé de vuelta a la panadería. A medio camino me topé con Vilma, quien venía portando una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué te tiene tan contenta? —pregunté de inmediato.
Vilma se sonrojó y soltó un chillido de emoción mientras caminaba a mi lado cargando la bolsa de las compras del mercado.
—Se supone que no debo decir, pero… ¡ay, qué va! Conocí a alguien el otro día que vine de compras. Alguien grandioso —dijo con expresión acaramelada.
No pude evitar acompañarla en la sonrisa. Me alegraba saber que le había agradado Tom tanto como él a ella. Harían una muy linda pareja si esa atracción fructificaba.
—No me digas… —dije haciéndome la loca.
—Ay, sí. Estoy tan emocionada, Lea. Jamás me había sentido de esta forma, no te puedo decir quién es, pero si lo vieras… —dijo soltando un suspiro de amor—. Es tan misterioso, sus ojos son magnéticos, hay algo sumamente hipnótico en ellos. Al principio me daba desconfianza, pero vaya que supo ganarme.
Arrugué la frente sin que Vilma se diera cuenta, misterioso o magnético no sería la forma en la que yo describiría a Tom Austin, pero preferí guardarme mis opiniones, sobre todo tomando en cuenta que se suponía que yo no sabía de quién estaba hablando. Además, cada quien percibía a otros de forma distinta y unos ojos enamorados tendían a exagerar las cualidades.
—Me alegra verte feliz —expresé con sinceridad—. ¿Vas de vuelta al orfanato?
—Oh, no. Antes me encontraré con él, pero no te puedo decir más, pues es un secreto. Él me pidió discreción... quiere que este amor sea solo nuestro, al menos durante algún tiempo —me dijo antes de alejarse agitando su mano a modo de despedida—. Adiós, Lea. ¡En cuanto pueda te daré más detalles!
Ladeé la cabeza a un costado, sin entender por qué el secretismo. Tom me había contado abiertamente sobre su encuentro con Vilma, o al menos eso creí; tal vez era más tímido de lo que yo suponía… también me sorprendía el hecho de que Tom tuviera cabeza para acordar una cita con Vilma cuando parecía que la preocupación por su padre lo tenía consumido. Llevé mi mano a mi barbilla, preguntándome qué estaba pasado.
Mientras andaba se me ocurrió que tal vez Tom no era el hombre al que se refería Vilma. Eso explicaría la extraña forma de describirlo y el hecho de que decía que iba a encontrarse con él encaminándose en dirección opuesta a la panadería.
Llegué a la panadería sintiéndome un poco desanimada. Tom estaba acomodando unas tartas de fresa en la vitrina. Al verlo sentí una punzada de pena. La chica que le gustaba iba a encontrarse con alguien más.
—La panadería está bien surtida, creo que me tomaré un descanso, ¿te importa si me ausento un rato? —me preguntó al tiempo que limpiaba sus manos en su delantal blanco.
Escucharlo hizo que mi rostro se iluminara. Así que sí era él quien iba a encontrarse con Vilma. Con razón había preferido que fuera yo a ver a su padre, Tom ya tenía otros planes.
—Claro, tómate el tiempo que gustes —respondí con una sonrisa de complicidad.
—Gracias, Lea. Intentaré no demorarme —dijo antes de salir.
Tom no mencionó ni una palabra de su encuentro con Vilma al volver y yo preferí no hacer preguntas. Por alguna razón él quería mantenerlo en secreto por el momento y a mí solo me quedaba respetar su privacidad. Continué como si nada hasta acabar el día.