El comandante subió al carruaje que lo esperaba junto a la panadería y este arrancó de inmediato. Lo seguí con la vista los primeros metros, pero luego el carruaje se perdió entre el río de gente.
Caminé dejándome llevar por el gentío. Sentía frío a pesar de que el sol brillaba con fuerza. La posibilidad de que el crimen contra Vilma llegara mucho más allá, que el señor Norton contara con el respaldo de otros personajes importantes, era desalentador. Más aún si se trataba del comandante Gil. Sabía que era hosco y grosero, pero ¿encubridor de asesinos? Mi cabeza no lograba hacerse a la idea.
El comandante era todo en lo que podía pensar mientras andaba. Él me había librado de las garras de Norton varias veces, había arriesgado su vida para salvar a muchas persona y también estaba el hecho de que hubiera llegado consternado a la panadería pensando que había sido yo el cuerpo encontrado en el bosque. Nada de eso indicaba que estuviera dispuesto a proteger a un asesino, pero la advertencia había salido de sus labios con toda claridad: por nada del mundo quería que buscara evidencia en contra de Rupert Norton. No deseaba que el verdadero culpable cayera. Entre más pensaba, menos sentido me hacía todo. Si estaba coludido con Norton, ¿por qué mostrar preocupación por mí? Los hechos se contradecían entre sí.
Al llegar a la plaza, mi incertidumbre se disipó un poco. Simplemente no podía aceptar que vivía en un lugar donde se le diera protección a un asesino. Me había apresurado a la conclusión incorrecta, nadie estaba encubriendo a Norton. Al menos eso esperaba.
El lugar estaba a reventar. Cientos de personas se arremolinaban en torno a la plaza, en donde se había colocado una carpa para que hiciera sombra del sol inclemente.
Odiaba estar apretujada, así que me quedé detrás del gentío, en donde tenía espacio, pero no lograba ver nada de lo que ocurría. Sabía que estaba la carpa porque la lograba vislumbrar sobre las cabezas de la gente, pero no tenía la menor idea de qué estaba ocurriendo dentro. Era la consecuencia de llegar tarde, no había ni qué hacerle. Venir había sido una pérdida de tiempo, no podría ver nada, había dejado al señor Austin solo en la panadería en vano.
Me planteé la posibilidad de darme la media vuelta y volver, hasta que su voz resonó en mi mente. “Manténte donde pueda verte”. Sentí el impulso de obedecer al comandante. No entendía por qué, ni sabía cuál había sido su intención al decirme aquello, pero algo en mí tenía la necesidad de hacerlo. Estaba hastiada de pensar sin llegar a ninguna parte, necesitaba acallar mi mente y seguir mis instintos. Sin darme tiempo de darle vueltas al asunto, me colé entre la gente, abriéndome paso a empujones y codazos hasta que logré llegar al frente.
Tomé una enorme bocanada de aire mientras contemplaba la escena. Dentro de la carpa se encontraban los miembros del escuadrón de rescate acompañados por su comandante, el único que no sonreía. Todos se encontraban de pie frente a dos elegantes sillas. Una estaba desocupada, en la otra se encontraba la princesa Morgana. Al lado de ella había una larga mesa con papeles y otros objetos que no logré identificar. Al fondo había una banda que tocaba una alegre melodía. En realidad no estaba ocurriendo nada interesante, daba la impresión de que estaban matando el tiempo esperando por algo.
Pasaron al menos diez minutos así, la banda seguía tocando más canciones. El escuadrón seguía de pie en su sitio y la princesa cada vez tenía peor cara de fastidio.
Después de un rato, un guardia llegó junto a la princesa y susurró algo a su oído. Nadie escuchó cuál fue el mensaje, solo pudimos ver su expresión de enojo.
—Esteldor no vendrá —especuló un hombre cerca de donde yo estaba—. Odia los eventos públicos, seguro mandó a decirle que se encargue ella.
—Oh, qué desafortunado, me habría gustado ver al rey —respondió otro hombre—. Su hermana es algo antipática, lo prefiero a él.
La música paró y la gente dejó de cuchichear en cuanto la princesa se levantó de su asiento. Ella se colocó justo al centro de la carpa e inhaló profundo.
—¡Gente de Encenard! —dijo a todo pulmón—. Estamos aquí para honrar a estos héroes que arriesgaron su vida por salvar a 170 desconocidos. Gracias a los valientes hombres que ven aquí, esas personas ahora tienen una nueva oportunidad de comenzar desde cero en un lugar seguro, a salvo de los enemigos que amenazan el Valle y sus reinos. Mi hermano y yo estamos seguros de que no solo nos ayudarán a honrar el heroísmo que mostró cada miembro del escuadrón de rescate, sino que también ayudarán a que los recién llegados se adapten a Encenard. Les agradezco mucho estar presentes en esta ceremonia, para que le demuestren al escuadrón lo mucho que apreciamos su hazaña. Como recompensa por el valor de estos hombres, nuestro rey, mi hermano, ha decidido que, además de la medalla de condecoración, cada uno recibirá tres hectáreas de tierra para que hagan con ellas lo que deseen.
Los miembros del escuadrón emitieron gestos de asombro y agradecimiento, que muchos en la concurrencia acompañaron. El único que se quedó impávido fue el comandante. Para él eso no debía de significar nada, él ya debía contar con muchas tierras, además, seguramente a él le tenían reservada una recompensa mucho mayor; esto solo era para los miembros de abajo, aquellos para los que el regalo tenía un gran valor.
—Ahora procederé a entregarles sus medallas...