“LAS SOMBRAS SON MIS ALIADAS, Y EL CAOS ES MI HOGAR.” — CROWLEY DE SUPERNATURAL.
El callejón estaba sumido en una oscuridad densa, como si las sombras cobraran vida, entrelazándose con el aire frío de la noche. El olor a humedad y metal oxidado impregnaba el lugar. En el centro de aquel lugar desolado, Crowley, el Príncipe de las Tinieblas, destacaba con su figura imponente y sofisticada. Sus ojos, castaños bajo la luz del día, ahora brillaban con un rojo intenso bajo la luna menguante, como brasas encendidas en la oscuridad. Observaba el entorno con una mezcla de aburrimiento y curiosidad, como si el mundo fuera un tablero de ajedrez y él, el jugador que ya había previsto todos los movimientos. Vestía un traje oscuro, tan negro que parecía tejido con las propias sombras que lo rodeaban, y el anillo demoníaco en su mano brillaba tenuemente, un recordatorio silencioso de su origen infernal.
De repente, una figura pequeña y ágil apareció de la oscuridad, deslizándose sigilosamente hacia él. Era Morrigan, una joven de cabello rojizo y ojos verdes, cuya presencia desafiaba la lógica de los mundos humano y demoníaco. Con movimientos rápidos y decididos, intentó arrebatarle la cartera al mismísimo Príncipe de las Tinieblas.
Crowley no se inmutó. En lugar de reaccionar con violencia, dejó escapar una risa suave y retorcida.
—¿Intentas robarme, pequeña criatura? —murmuró con un tono de diversión, sus ojos rojos brillando con intriga mientras la observaba—. Qué audaz por tu parte.
La carcajada que siguió se escuchó en el callejón como un eco infernal. Con un movimiento rápido, la levantó del suelo, sintiendo la lucha de la joven por resistir. Podía percibir el aura demoníaca que ella no podía ocultar, una energía que despertaba su curiosidad.
—Oh, pero qué encanto tienes, querida —respondió con una voz suave pero cargada de peligro—. ¿No sabes quién soy? Robarme a mí, el Príncipe de las Mentiras y el Engaño, es un desafío interesante. No muchos se atreven a mirarme a los ojos, y menos aún a intentar robarme.
Con un gesto de su mano, el aire se espesó, cargado de una energía demoníaca que parecía aplastar todo a su alrededor. Sin embargo, Morrigan logró soltarse de su agarre, haciendo que cayera al suelo con un movimiento rápido e inesperado. Su magia, por alguna razón, no funcionaba del todo con ella.
El Príncipe de las Tinieblas se levantó con elegancia, limpiándose el polvo imaginario de su impecable atuendo con un gesto tranquilo. Sus ojos, sin embargo, brillaban con una chispa de admiración.
—Interesante — murmuró, evaluándola con curiosidad—. Tienes más fuerza de la que aparentas, querida. Aunque mi magia no te afecte del todo, ¿qué te hace pensar que puedes enfrentarte a mí? ¿O es que acaso no temes las consecuencias de desafiar a un demonio de mi calibre?
La joven lo miró con frialdad, sus ojos verdes brillando con una determinación que contrastaba con la oscuridad del callejón. Cada palabra suya era un desafío, una negación a someterse a su poder.
—¿Quién dijo que me enfrentaría a un anciano como tú? No me interesa el poder. No eres interesante para mí — replicó con un tono cortante, aunque una sonrisa jugueteaba en sus labios—. Solo quería ver si eras tan hábil como dicen. Parece que... no tanto.
Crowley, impresionado por su comportamiento desafiante, dejó escapar una risa baja. Sentía una mezcla de admiración y frustración; era raro que alguien, lo sorprendiera tanto
—Tienes un espíritu libre, eso es innegable —respondió con una mirada divertida—. Parece que has decidido no jugar en mi arena. Pero te advierto, las decisiones rápidas pueden tener consecuencias inesperadas. Y yo, querida, soy el maestro de lo inesperado.
Se ajustó el cuello de su camisa con elegancia, observándola con una mezcla de admiración y resentimiento.
—Pero dime, pequeña criatura, ¿qué es lo que realmente quieres? Seguro que no es solo sobrevivir en las calles —preguntó con una curiosidad genuina, aunque su tono insinuaba cautela —. Alguien con tu... peculiaridad no está destinado a una vida tan mundana.
Lo miró con desconfianza, como si evaluara si valía la pena responder, como si la magia hipnótica de Crowley estuviera influyendo en ella. Sin embargo, se encogió de hombros, evadiendo una respuesta clara.
—Dime tú, ¿qué intereses tienes? —replicó, desviando la pregunta —. No creo que un demonio como tú pierda el tiempo en callejones oscuros sin una razón. ¿Qué buscas aquí?
Con su comportamiento astuto y enigmático, la miró con el ceño fundido y le reveló sus planes ocultos.
—Mis intereses, querida, son tan vastos como los abismos más profundos del infierno —respondió con voz suave pero llena de significado—. La manipulación de las almas perdidas, la danza de las intrigas entre las cortes infernales, y el juego eterno de poder y ambición… todo eso me interesa.
Se acercó hacia ella pero manteniendo cierta distancia, su presencia envuelta en un aura de oscuridad y misterio.
—Pero también me fascina lo desconocido, lo impredecible —continuó, mirándola fijamente—. Y tú, Morrigan, eres definitivamente algo inesperado.
—¿Y cómo pretendes actuar, Diablo? Ya besaste el suelo una vez — dijo con una sonrisa sarcástica, cruzando los brazos sobre su pecho.
Crowley mantuvo su compostura, aunque una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios.
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Editado: 16.02.2025