“EL CAOS ES MI ALIADO, Y EN EL JUEGO DE LA VIDA, SIEMPRE HAY MÁS DE LO QUE PARECE.” — LOKI DE MARVEL.
Desde aquel encuentro en el callejón, el tiempo había tejido un hilo invisible entre ellos. Ahora, con apenas doce años, la joven yacía en una cama de hospital, frágil y vulnerable, su cuerpo debilitado por una enfermedad que los médicos no lograban comprender.
La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por el leve sonido de los monitores que marcaban el ritmo de su corazón. La luz tenue de la luna se filtraba por la ventana, iluminando su cabello rojizo, ahora opaco y desordenado sobre la almohada. Su rostro pálido reflejaba la debilidad de su condición, como si la vida se le escapara de las manos.
En ese instante, el príncipe de las sombras apareció en la habitación. Su llegada fue silenciosa, como la capa de sombras que lo envolvían y que se mezclaban con la luz tenue de la habitación. Se acercó lentamente, observándola con una intensidad que rompía la calma del lugar. Sus ojos, siempre astutos y calculadores, se nublaron por un instante. Una sensación extraña lo invadió, como si algo en su interior se resistiera a aceptar lo que veía: preocupación. Él, el Príncipe de las Sombras, no se preocupaba por nadie. Y sin embargo, allí estaba, sintiendo un peso en el pecho que no podía ignorar
—Mira quién está aquí —murmuró con una voz suave como el roce de las sombras, deteniéndose junto a la cama—. La pequeña ladrona que una vez intentó robarme en un callejón oscuro. ¿Recuerdas aquel encuentro? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella, como si esperara una respuesta que sabía que no llegaría.
La joven yacía inmóvil, adormecida por la medicación y sumida en un sueño profundo. Su respiración era superficial, casi imperceptible, y su rostro a pesar de todo, mostraba paz. Crowley extendió una mano y, con un gesto casi tierno, colocó su mano sobre su pecho. En ese instante, algo inesperado sucedió. Una sensación extraña, casi olvidada, recorrió su ser. Era algo que no experimentaba desde hacía siglos: cálida, frágil y profundamente conmovedora. Un destello de humanidad.
Se detuvo por un momento, sorprendido por la sensación, retirando su mano con lentitud, como si temiera romper algo delicado. Observó a la joven dormida, y su expresión, normalmente imperturbable, se suavizó.
—Interesante —murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro en la calma del hospital—. ¿Qué eres tú para despertar algo en mí que creí perdido hace eones?
Se alejó de la cama con cuidado, como si no quisiera perturbar su descanso. Sin embargo, antes de desaparecer en las sombras, se detuvo y la miró una vez más.
—Puede que haya más en ti de lo que inicialmente creí —añadió en voz baja, con una mezcla de fascinación y una sombra de emoción que rara vez permitía que se viera en su rostro demoníaco—. Descansa, pequeña. Nuestro juego aún no ha terminado.
Se desvaneció en las sombras, tan silencioso como había llegado, dejando tras de sí solo el eco de su presencia y la incógnita de qué significará este nuevo encuentro en el gran juego de los destinos entrelazados.
La condición de Morrigan no mejoró con el paso de los años. Permaneció en coma, su cuerpo conectado a máquinas que mantenían sus signos vitales estables, pero sin señales de que despertaría pronto. Su cuerpo frágil y su mente atrapada en un limbo del que parecía no haber salida. Había vivido una vida solitaria en las calles, invisible para la mayoría, pero ahora, en ese hospital, su existencia parecía aún más insignificante para el mundo exterior. Nadie preguntaba por ella, nadie la extrañaba. Excepto, quizás, alguien que no era del todo humano.
Mientras tanto, en los oscuros rincones de su dominio infernal, Crowley reflexionaba sobre la situación de Morrigan con una seriedad que rara vez mostraba. Sentado en su trono de obsidiana, una estructura imponente que parecía absorber la luz, observaba a través de las sombras que le permitían verla en su cama de hospital, sintiendo una mezcla de curiosidad y algo que podía confundirse con preocupación.
—Interesante desarrollo —murmuró para sí mismo, apoyando su mentón en una mano—. Parece que incluso los seres como nosotros enfrentamos desafíos que van más allá de nuestra comprensión.
Con un gesto de su mano, invocó a su consejero más confiable, un antiguo demonio de gran conocimiento.
—Investiga —ordenó con voz autoritaria pero impregnada de una rareza emocional—. Descubre qué es lo que ella necesita. Hay algo más en juego aquí, algo que no puedo ignorar.
El demonio asintió con una reverencia y desapareció en un remolino de sombras, dejándolo solo con sus pensamientos. Por primera vez en siglos, se sentía intrigado por algo que no involucraba poder, manipulación o caos. Morrigan, con su fragilidad y su misterio, había tocado algo en él que no podía explicar.
En su rostro, apenas perceptible para los mortales, se dibujó una expresión de preocupación atenuada por un sentimiento que no podía definir: un extraño afecto por la joven que había desafiado su comprensión y despertado un interés inusual en él.
Crowley regresó al hospital, acercándose nuevamente a la cama. La habitación estaba en silencio, excepto por el sonido constante de los monitores que marcaban el ritmo de su vida.
—Tan frágil y vulnerable —murmuró para sí mismo, sintiendo una conexión inusual con esta joven que había desafiado su perspectiva sobre la humanidad—. A pesar de todo, hay algo en ti que me obliga a actuar.
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Editado: 16.02.2025