La Profecía de los Elementos (los Hijos de los Dioses #1)

9. Lazos de sangre

El sol ya había superado su cenit hacía rato, y hacía brillar los edificios lejanos de la ciudad, aunque también destacaba la boina perenne de contaminación que la cubría de punta a punta. Jake caminaba despacio entre los pinos, aspirando el suave frescor del bosque; cerca de la Escuela en Salem también tenían uno, grande y frondoso, pero era más húmedo, y algo más llano. En cambio, en la montaña se respiraba una paz especial.

—Hola, Jake.

El chico se volvió con calma, a tiempo de ver cómo Aldara aparecía por detrás de un elegante abeto. La joven le sonrió abiertamente. Y él la correspondió; tras presentarle a los Elementos, y estar unos minutos hablando con ellos, Layla se los había vuelto a llevar a la biblioteca y Jake le había pedido a Óscar que le dijese a Aldara, que la esperaba en el bosque exterior de la finca.

—No te he oído llegar —la acusó con cariño.

Aldara soltó una carcajada.

—Llevo explorando este bosque con Keira desde los doce años; así que, creo que tengo habilidad suficiente para acercarme a mis presas. Sin que me oigan, claro.

Jake no se ofendió por el calificativo, porque sabía que era broma. Cuando la bruja llegó a su altura le dio un beso en la mejilla, que él le devolvió. Hacía mucho tiempo que no se veían, casi desde que habían hecho el intercambio. Tras cruzar las frases de cortesía habituales, echaron a andar despacio por un pequeño sendero, permaneciendo en un silencio algo incómodo durante un buen rato. Jake sabía que para ella era igual de difícil que para él hablar del tema que les había reunido allí. En un momento dado, Aldara cogió una piña del suelo y empezó a darle vueltas entre las manos con aire inseguro.

—¿Cómo está tu gemela? —preguntó ella para romper el hielo.

Jake sabía a quién se refería, y mostró media sonrisa de las suyas. Habitualmente eran cautivadoras para cualquiera que se cruzara en su camino; pero en esta no había ni rastro de dulzura. Por el contrario, estaba cargada de amargura.

—No muy bien, como podrás imaginar.

"Los gemelos", era como llamaba todo el mundo a Jake y a su hermana dos años menor, Jessica, porque se parecían mucho. Tenían el mismo pelo castaño oscuro con destellos rojizos, y los mismos ojos verdes, aunque los de Jess eran más brillantes, como esmeraldas, y los de Jake más opacos, similares al jade. Sin embargo, Robert había sido diferente. El mayor de los tres, con el pelo de un negro brillante y los ojos de color azul hielo.

—¿Y tú cómo estás? —le preguntó él—. Supongo que lo de Marina también habrá sido un golpe muy duro.

Aldara hizo una mueca de dolor, pero asintió con serenidad.

—Marina siempre fue un apoyo para mí —admitió—, sobre todo cuando...

Jake lo comprendió aunque no terminase la frase.

—Cuando tus padres descubrieron lo que eras.

—¿Sabes lo que me dijo Marina el día que descubrió su poder? —le preguntó Aldara entonces. En su tono había cierta amargura que Jake no supo interpretar—. Que por fin había otra bruja en la familia —suspiró—. Es curioso que exista algún humano que quiera ser como nosotros —apostilló, pateando la piña hacia la espesura.

El joven americano la comprendía. Sus padres también eran humanos corrientes, y cuando descubrieron que Jacob desaparecía para hacer viajes en el tiempo, y que Jessica era capaz de hacer saltar una bombilla en cuanto cogía un berrinche, Robert fue el primero que les denunció; y los dos hermanos, estuvieron a punto de terminar metidos en una prisión de máxima seguridad del Gobierno. Sin embargo, Deborah recibió la noticia por medio de sus informadores antes que ningún agente federal, y se los llevó a Salem. Jake nunca podría olvidar el día en que, años después, el mismo Robert se presentó en la puerta de la Escuela, con los ojos desorbitados, tembloroso como una hoja, pálido y sin poder articular palabra. El día en que se transformó en el Agua.

Al cabo de un rato el bosque se abrió a un pequeño prado, desde el que se veía el tejado de la mansión. La luz del sol hacía brillar las tejas de pizarra negra. Aldara miró el reloj.

—Creo que deberíamos entrar —sugirió—, ya es casi la hora de almorzar.

Jake asintió, conforme, y se encaminaron hacia la casa.

—Creo que hay más humanos de los que parece que quieren ser como nosotros —comentó.

Intentaba inyectar algo de optimismo en su compañera, pero ella sacudió la cabeza sin convicción. El chico suspiró. La verdad es que cuando Robert asumió su condición, de repente todo había parecido mucho más sencillo; y Jake, que siempre había abogado por un acercamiento a los humanos, animado por la comprensión que había terminado demostrando Robert, albergaba la esperanza de que algún día los magos pudieran vivir sin tener que esconder lo que eran. Pero, en aquel momento, la esperanza se desvaneció ligeramente cuando vio cómo Aldara hacía una mueca de disgusto.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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