La Profecía de los Elementos (los Hijos de los Dioses #1)

11. Sueño

Se sumergió de nuevo y se dio impulso. La cadencia, siempre la misma: inspiración, brazada, brazada, brazada. Inspiración, brazada, brazada...

Últimamente, nadar le relajaba más que cualquier cosa. Aunque estuvieran en diciembre. El contacto con el agua le hacía sentirse vivo; no en vano, desde hacía dos meses, ÉL era el Agua.

Marco llegó al otro lado de la piscina casi sin darse cuenta, y sacó la cabeza para coger aire. Pero casi se ahoga al verla a ella sentada junto al borde, con las piernas cruzadas.

—¡Cora! —boqueó para recuperar el aliento—. ¿Qué haces aquí? Creí que no te gustaba el Agua.

La frase iba con doble sentido, y además con cierta mala intención. Marco observó cómo Cora notaba el matiz, pero se hacía la tonta, mientras jugueteaba con el dedo sobre la arena del bordillo.

—Estoy lejos aún —argumentó ella.

El chico la observó de reojo, inseguro. Aquella actitud no era la habitual en ella. Pero prefirió no darle importancia; así que, encogiéndose de hombros, se impulsó con los brazos sobre el borde y giró acto seguido, para sentarse con las piernas aún dentro del agua. Cora, por su parte, continuaba mirando el suelo con atención. Marco la ignoró deliberadamente y se tendió sobre la arena, cerrando los ojos con un suspiro de placer bajo el sol del atardecer. Las gotas que cubrían su cuerpo se deslizaron en pequeños regueros de vuelta hacia la piscina, y quedó seco en pocos minutos durante los cuáles la chica no dijo ni una palabra. Él abrió los ojos y la volvió a mirar de reojo, intrigado. Sus miradas se cruzaron un segundo, y todo pareció aún más raro: ¿qué hacía Cora allí? Pero como al parecer no iba a decírselo de buenas a primeras, el joven optó por romper el hielo.

—Está bien, Cora. Me rindo —alzó las manos y se incorporó hasta que su cabeza quedó a la misma altura que la de su compañera—. ¿Qué quieres?

Ella se removió incómoda un segundo antes de contestar.

—Desde que llegamos aquí no me hablas apenas —musitó, mientras volvía a mirarse el regazo.

Él, por su parte, desvió la mirada hacia el agua, tratando de ignorar la oleada de dolor que había desatado aquella frase en su corazón. Sí, aunque ella no lo supiera, o no quisiera saberlo, le estaba costando su esfuerzo. Pero después de la discusión en el comedor...

—¿Y?

Trató de sonar neutral, y Cora ladeó la cabeza en su dirección con gesto curioso, pero no respondió enseguida; parecía indecisa por algo. Él continuó sin mirarla, dándole tiempo.

—Marco...

—¿Qué? —replicó él enseguida.

Sin embargo, había sonado más brusco de lo que pretendía, y al parecer a Cora le molestó, porque su rostro cambió inmediatamente. Su mandíbula estaba súbitamente tensa, y sus ojos chispeaban.

—Nada, es igual —murmuró ella con desgana, levantándose de golpe.

Marco se volvió para mirarla, incrédulo.

—¿Nada?

Se levantó a su vez, dispuesto a conseguir una explicación, pero ella hizo algo que no esperaba. Alzó la mano, envuelta en un destello rojizo, y dirigió la palma hacia él.

—Sí. Nada —rechinó, a escasos diez centímetros de su cara.

Y un segundo después, Marco se vio empujado violentamente hacia el agua por una bola de fuego. Cayó de espaldas, y se sumergió un metro antes de poder volver a salir a la superficie. Para entonces, Cora había desaparecido. El joven lo lamentaba profundamente; parecía que el hecho de hacerse el duro no estaba dando resultado. Y era ella la que se había acercado aquella vez. Se maldijo por idiota, y la maldijo a ella por tenerle tan confuso. Con un suspiro, se miró el pecho: allí donde el rayo de fuego había impactado, el agua de la piscina se arremolinaba suavemente, y al cabo de unos segundos ya no había ninguna herida. No se sorprendió, hacía dos meses que había descubierto aquel poder de curación; especialmente, después de entrenar con Cora. Suspiró de nuevo y nadó para salir de la piscina, mientras un pensamiento revoloteaba insidioso por su mente. Cuando estaba a punto de alcanzar la puerta de la mansión, llegó a una dolorosa conclusión: quizá era el momento de olvidarse de Cora de una vez por todas.


***

Cora entró por la primera puerta que encontró abierta y vio una pequeña sala de estar. Enfurecida, cerró de un portazo y se acurrucó en la esquina de un sofá de cuero, respirando agitadamente. La cabeza le daba vueltas, pero se obligó a pararse un segundo a pensar fríamente en lo que había hecho: había lanzado una bola de fuego a Marco. Le había atacado, había usado su poder contra él. Palideció de pronto al pensar que, posiblemente, le habría herido, y se tapó la boca con las manos, recordando la lección en que Layla les explicó que ningún mago que se preciase usaba su poder sin motivo para hacer daño a otro, salvo los oscuros. Cora enterró la cara entre los dedos, mareada. ¿En qué estaba pensando? Una cosa es que no quisiera a Marco ni cobrando por ello, pero otra muy distinta era que quisiera hacerle daño. Sin poder evitarlo, se echó a llorar.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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