– ¡Aarón despertarte! –
– ¡Hey deja de gritar! –
Mario, uno de los compañeros de cuarto de Aarón Ohlin estaba zamarreando a este último, abrazando a la almohada, en posición fetal y con el rostro transpirado
– ¿Otra vez las pesadillas? – pregunto Mario
–Sí, cada día son más recurrentes y terroríficas– respondió agitado su compañero
Aarón se sentó sobre el colchón de su cama. Dormía en la parte superior de una litera en el cuarto trescientos ocho del orfanato "Padre Irazábal", ubicado en el área oeste de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Aarón bajo los 3 escalones que lo devolvían al suelo, tratando de ignorar la cara de pocos amigos del resto de sus compañeros, quienes estaban hartos de no poder dormir bien gracias a los constantes gritos nocturnos de Ohlin, quien fue en silencio al baño para ducharse y sacarse el olor a transpiración, al salir parecía otra persona. Su piel blanca papel, junto con su pelo lacio castaño oscuro estaban en mucho mejor estado, y sus ojos marrones estaban cambiantes, pero a decir verdad esto no le extrañaba, siempre que era un día lluvioso su color original se manchaba de un verde jade. Aaron era un chico delgado, de 1.80 y uno de los pocos en conservar todos los dientes, pero a nadie le importaba eso, casi ninguno no lo aguantaba de hecho, Mario era el único a quien podía considerar su amigo. Era la decima vez de sus años allí que lo cambiaban de habitación por pedido de sus compañeros al no aguantar sus vociferaciones nocturnas, que no eran más que gritos y llanto, y no era sorpresa si cualquier día ocurría el cambio once. El joven siempre creyó que fue eso lo que hizo que no lo adoptaran, y ya a su edad era muy difícil que eso ocurriese ya que solo le quedaban tres años para que el orfanato no tuviera la obligación de darle un alojamiento. Todos esos pensamientos y reflexiones diarias acompañaban aquel adolescente casi todas las mañanas, como una constante tortura mental de auto culpa, sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos estrepitosamente.
– Todos en fila ¡¡AHORA!! – grito una ronca voz de mujer
Los cinco compañeros, seis de hecho contando a Aarón se pusieron frente a la nueva Abadesa (madre superiora) del orfanato: Sor María de Ágreda. La nueva madre superiora era considerada directora del orfanato, y a diferencia de su antecesora Clara de Arbimen, quien era puro amor y comprensión con los niños, esta nueva madre era todo lo contrario, le gustaba imponerse a través del miedo y el extremo orden, más que monja parecía militar, la nueva directora reivindicaba antiguos y abolidos tratos de las monjas hacia los niños, entre los cuales estaba el uso de ropas en escalas de grises, el trabajo forzado a los niños y castigos corporales, entre los más comunes, azotar las manos de los niños con una fina vara o un cinturón. Al lado de ella Aarón era un angelito inocente
– Vístanse ahora mismo, tienen diez minutos para arreglar el cuarto, bajar a desayunar y luego van a barrer y trapear el gran salón comedor ¡vamos, muévanse! – ordeno de muy mala manera Sor María
Aarón y sus compañeros hicieron sus camas, limpiaron el baño y guardaron sus pijamas en el ropero y una vez puesto su engamada vestimenta del día a día, zapatos negros; pantalones de vestir grises, camisa blanca; y un saco gris oscuro, y con un marcado gesto de desagrado y reprobación salieron de su cuarto, el cual daba a un pasillo largo, con piso de madera y paredes de cemento blanco con polvo, donde estaban circulando en una misma dirección el resto de sus compañeros, que casi como habiéndose complotado, todos tenían la misma cara amargada. A nadie le gustaba Sor María, muchos chicos terminaban llorando a gritos pelados después de los azotes. Muchos de los cuales no superaban los 6 años de edad, y eran castigados por cosas como por no limpiar bien el comedor, alguna oficina o tardarse mucho en hacerlo, o atreverse a cuestionar alguna orden de la madre superiora. Todos los chicos llenaron el gran salón comedor, que constaba con dos mesas largas y asientos de igual largo que la mesa, los chicos desayunaron lo mismo que todos los días desde que Sor María era directora: mate cocido frio y pan duro. Aaron tomo asiento en el mismo asiento de todos los días y mientras intentaba cortar el pan más duro que la misma mesa un pensamiento cayó en su mente como roca dentro del agua.
– ¡Hay no! – se le escapo al joven sin querer.
– ¿Qué pasa? – inquirió asustado Agustín, otro compañero de cuarto.
Pero Aaron se quedo callado, aunque su rostro hablaba, era de preocupación, como un gran peso que recaía en su cuello, y que lo comprimía, y ese silencio preocupo más a sus compañeros.
-¿Que...?- intento preguntarle Mario, quien estaba frente a él, pero Aaron lo interrumpió
-Tengo que ir al cuarto y volver, después les cuento - dijo ansioso Aaron
-¿Qué? ¿Estás loco? – Contesto Agustín – No podes hacer eso, ya es hora de limpiar, si descubren que no estás agárrate-
-Ya sé, pero tengo que ir- respondió con firmeza Aaron