La Promesa de los 18 Años

El Prometido

Samantha caminaba por el pasillo del colegio, con el sonido de sus propios pasos resonando en sus oídos mientras el eco de las conversaciones de los demás se desvanecía. Todo parecía más lejano de lo que realmente era. El peso de lo que acababa de presenciar, el encuentro con él, la idea de que su vida, en ese mismo instante, comenzaba a cambiar de una manera irreversible, la tenía atrapada en sus propios pensamientos.

El chico del que le habían hablado tanto. El que sería su prometido, el que la familia había escogido para ella. Alexander Belmont. Un apellido que resonaba en su mente con fuerza, pero que, al mismo tiempo, no significaba nada para ella más allá de un compromiso forzado. No podía dejar de pensar en esa mirada intensa, ese gesto confiado, como si él ya supiera que estaba todo decidido.

Cuando sus ojos se encontraron, el mundo a su alrededor desapareció por un instante. ¿Qué pasaba si realmente tenía razón? ¿Qué pasaba si esto era el principio de algo que no podría detenerse?

—¿Te pasa algo? —la voz de Valeria la sacó de sus pensamientos.

Samantha se giró rápidamente hacia su amiga, intentando disimular la inquietud que sentía.

—Nada, solo… estoy cansada —respondió, con una media sonrisa que no convenció a nadie.

—No me lo creo —dijo Valeria, ladeando la cabeza mientras la observaba—. ¿Has visto ya al famoso prometido?

Antes de que Samantha pudiera responder, la figura de Alexander apareció ante ellas, como si el destino lo hubiera traído hasta allí.

Valeria lo vio acercarse, y en un suspiro dramático, comentó:

—Es guapo.

Samantha no dijo nada, pero no pudo evitar notar que la presencia de él era imponente, como si todo en su ser estuviera hecho para llamar la atención. Su altura, su porte elegante y la forma en que caminaba como si estuviera en control de todo lo que lo rodeaba la hacían sentirse como si fuera una marioneta en sus manos.

—Samantha Mora —dijo él, deteniéndose frente a ellas, sus ojos fijos en los de ella con una sonrisa ligeramente arrogante.

Samantha lo miró, manteniendo su postura erguida. No pensaba dejarse intimidar.

—Sí, soy yo —respondió con frialdad, sin dar demasiados detalles.

—¿Así que finalmente nos conocemos? —preguntó Alexander, su voz grave resonando en el aire como si ya hubiera sido testigo de ese momento muchas veces antes.

Samantha sintió una punzada de incomodidad. ¿Nos conocemos? No. No realmente. No más allá de lo que sus padres decidieron para ellos.

—No creo que haya nada que conocer —dijo con firmeza, aunque algo en su interior le decía que ese encuentro no sería tan sencillo.

Alexander pareció divertido por la respuesta, su sonrisa se hizo más amplia.

—Supongo que a nadie le gusta que le digan lo que debe hacer —comentó, inclinándose ligeramente hacia ella, su mirada fija en la de Samantha, evaluándola.

Samantha no se inmutó, aunque una pequeña chispa de rabia la recorrió por dentro.

—No lo digas tan seguro —dijo, ahora más firme que antes.

Valeria observaba la escena con atención, sin perder detalle de cada gesto entre ellos.

—Tienes razón —dijo él, como si la situación fuera un simple juego para él—. Pero en fin, aquí estamos. Nos veremos mucho más, así que ¿por qué no intentar que esto sea algo menos incómodo?

Samantha apretó los dientes. No quería hablar con él, no quería hacer de esto algo “amistoso”. No tenía interés en ser su amiga, ni mucho menos su prometida.

—No me interesa ser tu amiga —respondió sin rodeos, alzando una ceja—. Y tampoco creo que este matrimonio sea algo que nos beneficie a ninguno de los dos.

Alexander la miró con una expresión que oscilaba entre la sorpresa y el interés.

—Vaya, creo que este va a ser un desafío interesante —murmuró, dándole una última mirada antes de girarse y alejarse.

Samantha se quedó en el pasillo, mirando cómo se alejaba, su corazón latiendo con más fuerza de lo que le gustaría admitir. Esto apenas comenzaba.

Valeria, por su parte, la observó con una sonrisa traviesa.

—Te lo dije. Te va a gustar.

Samantha la fulminó con la mirada, pero no respondió. Sabía que Valeria tenía razón en un punto. Alexander Belmont sería un desafío, pero ella no lo iba a dejar ganar tan fácilmente.




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