Samantha no pudo dejar de pensar en las palabras de Rubí después de la fiesta. Mientras Alexander seguía con su fachada de chico perfecto, había algo en él que no terminaba de encajar. La imagen que tenía de él se desmoronaba lentamente, como si estuviera viendo la realidad a través de una niebla espesa. ¿De verdad era tan interesado en ella como aseguraban? ¿O había algo más detrás de todo esto?
El encuentro con Vladimir, sin embargo, fue diferente. A pesar de todo lo que estaba pasando, de la presión constante de su familia y el compromiso con Alexander que la acechaba, Vladimir parecía ser un respiro en medio de tanto caos. Cuando lo vio en el pasillo de su escuela, algo dentro de ella hizo clic, como si finalmente pudiera ver algo claro entre tantas sombras.
Vladimir no estaba allí para impresionar a nadie. No se mostró distante ni forzado. Era genuino, relajado, como si estuviera dispuesto a mostrarse tal como era, sin pretensiones. Su mirada era franca, pero en sus ojos había una amabilidad que no podía evitar notar. Había algo en su actitud que contrastaba con el protocolo que siempre rodeaba a las personas de su círculo social.
—Hola, Samantha —dijo Vladimir con una sonrisa cálida al verla, como si no hubiera pasado tiempo desde su primer encuentro.
—Hola, Vladimir —respondió Samantha, intentando mantener la calma. No quería parecer demasiado ansiosa, pero algo en su interior la atraía hacia él.
La conversación fluyó fácilmente, sin presiones ni expectativas. Vladimir parecía ser diferente de todo lo que había conocido hasta ahora. Mientras ella compartía sus inquietudes sobre las expectativas familiares y su futuro, Vladimir escuchaba atentamente, sin interrumpir, pero con esa mirada comprensiva que solo se encuentra en las personas genuinas.
—Samantha, sé que las cosas pueden ser complicadas —dijo Vladimir, su voz sincera y calmada—. La gente a veces tiene muchas expectativas sobre lo que deberíamos hacer, sobre cómo debemos vivir, pero tú tienes derecho a decidir por ti misma lo que quieres para tu vida.
Samantha se quedó en silencio. Las palabras de Vladimir resonaron en su mente, como un faro que la guiaba en medio de la tormenta de dudas que había estado viviendo. No recordaba cuándo fue la última vez que alguien la había escuchado de esa manera.
—A veces parece que todos esperan que sigamos un guion —dijo Vladimir, su tono más bajo, casi en un susurro—. Pero tú no tienes que seguir ese guion. Si no te sientes bien con algo, tienes todo el derecho de cambiarlo.
Samantha lo miró, sorprendida por su forma de pensar. Era algo que nunca le había oído a nadie más. ¿Por qué nadie más hablaba así? Todos parecían centrarse en lo que ella debía hacer, en lo que era correcto según las reglas. Pero Vladimir le daba una sensación de libertad, de elección.
En ese momento, se dio cuenta de que Vladimir no era solo un chico más, era alguien que la entendía de una manera que nadie más lo hacía. Él no la veía como una pieza en un juego de ajedrez, como Alexander o su familia. Vladimir la veía como una persona, con pensamientos y sentimientos propios.
Samantha sabía que esto complicaría aún más las cosas. Rubí le había advertido que Vladimir no era como los demás, pero de una forma en que ella no había esperado. Vladimir no solo se mostraba amable, también parecía sincero en sus intenciones.
La conversación continuó por unos minutos más, y antes de despedirse, Vladimir le sonrió nuevamente.
—Si alguna vez necesitas hablar o simplemente desconectar, sabes dónde encontrarme.
Samantha asintió, sintiendo que algo importante se estaba formando entre ellos, algo que no podía controlar, pero que no quería dejar escapar.
Cuando regresó a casa esa tarde, Samantha no podía dejar de pensar en Vladimir. El conflicto con Alexander seguía latente, pero ahora, en su corazón, también había un espacio para alguien más. Alguien que, aunque no la conocía como su familia lo hacía, parecía entenderla mejor que nadie.
Mientras sus padres discutían sobre las últimas noticias de la fiesta, ella se perdió en sus pensamientos, preguntándose si Vladimir podría ser una opción, alguien a quien podría confiarle sus sentimientos sin miedo a ser juzgada. La relación con Alexander, aunque aparentemente perfecta en los ojos de su familia, se sentía vacía. Quizás, en algún rincón de su corazón, Samantha deseaba más que solo cumplir con las expectativas de los demás.
La pregunta que se repetía en su mente era clara: ¿Debería seguir el camino que su familia había planeado para ella o tomar el riesgo de seguir su propio destino, uno en el que Vladimir pudiera estar a su lado?