La promesa de un te quiero bajo la lluvia

Capitulo III

Siento los ojos tan pesados, que estaba segura de que si no fuera por el café que había tomado hace diez minutos probablemente ya estaría plácidamente dormida sobre la mesa de la cafetería de la gran preparatoria Hilton. Repaso una y otra vez los papeles que tenía en la mano y muerdo mi labio intentando memorizar el nuevo horario, a primera hora tenía ciencias, luego matemáticas…hago una mueca, las primeras tres materias me darían un dolor de cabeza terrible y el mal humor aumentaría.

Con un gruñido guardo la hoja en un folder y luego saco mi sándwich de queso.

Hoy había despertado con más estrés que otros días, tanto que tardé más de cinco minutos haciéndome la corbata.

—¡Suéltame, Thomas! —dirijo mi mirada a la entrada de la cafetería.

—¡Tú has empezado! —cuando veo como los dos empiezan a forcejear me acerco con cara de pocos amigos.

—Están haciendo un escándalo ¿pueden comportarse? —los dos dejan de gritar y se paran derechos—. Gracias. Ahora, díganme que ha pasado.

—¡Thomas…! —Diana deja de gritar cuando le lanzo una mala mirada— Thomas me ha tirado jugo en la camiseta —habla más tranquila.

—Ha sido un accidente ¿vale? Luego Diana me ha quitado mi sándwich y le ha dado una mordida y sabes que me da asco comer cosas así, por lo que la he perseguido por toda la preparatoria —murmura Thomas enfadado.

—Vaya problema de niños. Ya no es secundaria lo saben ¿no? Hilton es estricto y agradezcan que los haya encontrado yo y no el director —murmuro cruzada de brazos.

Los mellizos, mis maravillosos hermanos, intercambian una mirada de odio.

—Lo entendemos.

—De acuerdo. Diana, tengo una camisa extra, ven conmigo y Thomas —extiendo el sándwich de queso sin probar y el lo toma con una sonrisa—. Ahora, háganme el favor de comportarse, no quiero problemas el primer día.

—Si señora —mi hermano ahora habla muy contento.

—Vamos Diana.

Empiezo a caminar y mi hermana me sigue dando saltitos. A veces olvidaba que ella apenas iba a cumplir dieciséis y que siempre ha sido mucho más niña que yo, que cuando papá nos regañaba yo podía aguantarme y Diana corría a llorar a mi habitación, que cuando llovía y mamá ya no estaba con nosotras se refugiaba en mis brazos y yo le cantaba algo hasta que se quedase dormida.

Diana y Tom eran mi vida entera.

Voy a mi casillero y saco la camiseta.

—Ten. Y por favor, cuídala con tu vida Diana, no puedes ir por ahí con el uniforme hecho un desastre ¿entiendes?

Ella asiente y veo como sus ojos celestes, casi grises, me miran con algo que no supe descifrar. 

—¿Estarás bien? —pregunta.

La veo con confusión y entonces entiendo.

—Oh —susurro y luego aclaro mi garganta—. Si, estoy acostumbrada, ya sabes.

—Vale.

—¿Tu estarás bien? —Diana deja de mecerse de un lado a otro y asiente con una sonrisa.

—Tengo a Thomas y te tengo a ti, no estoy sola.

—No, no lo estas —le aseguro dándole un apretón en el hombro.

Thomas viene por ella luego de un rato y yo me quedo completamente sola. Solía venir una hora antes para estar a tiempo en todo, por lo que tenía tiempo de sobre para hacer lo que quisiera hasta que iniciaran las clases o llegara alguno de mis amigos.

Empiezo a caminar intentado distraerme y que el tiempo pase más rápido de lo normal. Entonces llego a la única clase que siempre he disfrutado. La clase de Arte. Entro al ver que no hay nadie cerca e inhalo el aroma a pintura, pinceles y lienzos sin usar

Paso mi mano por cada uno de los pinceles y tomo uno al azar. Estaban todos en un estado no tan perfecto y eso me encantó, porque era lo único que no fingía. Mi madre decía algo sobre que el arte siempre se demostraba tal y como era y así, la gente lo amaba o incluso si no les llegaba a gustar, no podían apartar la mirada, porque sin querer transmitía mucho sin decir nada. Ella era una artista demasiado buena, varias de sus pinturas están en algunos museos y otras lograron venderse en tiempo récord. Yo deseaba que alguna de mis pinturas pudiera llegar a tener el mismo éxito.

Estaba tan distraída que cuando escuché el ruido de algo tocando la puerta pegué un salto y tiré el pincel al piso.

—Ups, lo siento. ¿Sabes dónde está la clase A05 de ciencias? —volteo para responder, pero las palabras se quedan atoradas en mi garganta al ver quien era.

Por la luz que reflejaba la ventana lo podía ver mejor. Era más alto de lo que pensaba, traía la corbata medio desarmada y el cabello castaño un poco desordenado. La luz del sol le pegaba justo en el rostro provocando que sus ojos color miel resaltaran mucho más y…un momento, ¿Por qué me fijaba en eso?

—Ah, tu —saluda sonriendo.

—Si, yo, supongo —susurro.

—Al menos esta vez no te he casi atropellado —deja caer su hombro sobre el marco de la puerta.

—Por suerte —dejo el pincel donde estaba y sacudo mi falda.




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