La prometida de mi hermano

CAPÍTULO 2

 

EL HOMBRE DEL CASINO

"El amor, cual sigiloso ladrón, se cuela en los rincones más inesperados de nuestra alma, recordándonos que, incluso en la más profunda oscuridad, siempre encuentra un resquicio por donde brillar".

Kaia reprime un bostezo, se agarra de toda su fuerza de voluntad y lo transforma en una sonrisa cálida y profesional.

—Buena suerte, caballeros —dice a los dos hombres sentados en la mesa de la ruleta que ella maneja.

El cansancio se apodera de su cuerpo como una ola debilitadora. Sus músculos están tensos y sus párpados pesados. Se pregunta cuándo volverá a dormir las horas necesarias. Sabe que debe estar agradecida por tener ese trabajo, aunque esté agotando todas sus energías y esté acabando con su sensibilidad.

Pero necesita el dinero.

Lo necesita muchísimo.

Lo que gana como archivadora en esa empresa de cosméticos no le alcanza para cubrir todos los gastos. Tiene que pagar los servicios, el alquiler, el transporte diario; sobre todo, necesita dinero para el tratamiento de su hermana y las medicinas que requiere para mantenerse estable.

Así que, no tiene más opción. Ella haría eso y mucho más de ser necesario. Incluso…

La imagen de Corban irrumpe de inmediato en su mente.

Corban y su dinero podrían facilitarlo todo. Durante unos tentadores segundos, se permite soñar despierta… realmente, todo sería muy fácil. La idea de liberarse de esa constante presión financiera es demasiado seductora.

Pero no debe permitirse ese tipo de pensamientos. No puede depender de nada ni nadie, solo de ella misma. La amarga experiencia del pasado le enseñó que no puede confiar en nadie, y aunque Corban ha demostrado ser una buena persona, cuyas intenciones parecen honorables, ella sigue teniendo algunas reservas.

Así que, por mucho que lo desee, no puede hacerse ilusiones con ello. No puede contar con Corban. A menos que lo que dijo de la propuesta de matrimonio sea verdad, y… Sacude la cabeza de un lado al otro, alejando esas ideas.

Se obliga a centrarse en los dos empresarios que tiene frente a ella. Ambos están bebiendo de sus vasos de whisky, conversando sobre negocios y aún no hacen la siguiente apuesta.

Mira su reloj de pulsera: es poco más de medianoche, falta poco para que termine su turno. ¡Gracias al cielo! Esa noche no le ha tocado bailar, solo atender la mesa de juego. Sin embargo, el cansancio es igual que todos los días y le hace cerrar los ojos por unos segundos. Cuando los abre de nuevo, algo capta de inmediato su atención.

Alguien acaba de entrar en esa parte de la sala de juegos del casino, y sobresale de entre todas las demás personas.

Es un hombre extremadamente atractivo. Su porte es seguro e imponente, característico de las personas que son muy adineradas. El aire parece cargarse de electricidad y Kaia siente una sacudida en el estómago, al no poder dejar de mirar ese esbelto y musculoso cuerpo de más de un metro ochenta y cinco de altura, sus largas piernas y la gracia felina de sus movimientos.

Kaia se obliga a respirar hondo, y a mantener la compostura. Entonces, nota con extrañeza que tiene un aspecto sorprendentemente parecido al de Corban. Además de una elegancia innata que no se puede fingir, desborda una masculinidad tan intensa y atrayente que le resulta difícil de ignorar.

Corban le inspira cariño, amistad, sosiego, mientras que este hombre que se acerca a ella es el tipo más irresistible que Kaia ha visto en su vida. Sus rasgos faciales están perfectamente esculpidos y posee unos preciosos ojos azules que la observan de manera indescifrable.

El nudo en el estómago se le retuerce, y su garganta se seca al comprender que jamás había visto a un hombre como él.

Enfadada consigo misma, aparta la mirada. Al fin y al cabo, solo es un jugador más en ese lujoso casino. Observa cómo el administrador se acerca al recién llegado para saludarlo, visiblemente encantado de tener a un cliente tan rico como él en su sala.

De pronto, una mano dura que la toma por el brazo, la regresa a la realidad.

—Me apetece bailar —le dice uno de los dos hombres que están en la mesa.

Kaia da un pequeño respingo y de inmediato se esfuerza por sonreír y ocultar su repulsión.

—Señor Pappas, sabe que no cumplo esas funciones —responde Kaia con la mayor amabilidad posible, mientras los dedos calientes y sudorosos del cliente se aferran a su muñeca.

—Tonterías, muchacha —se ríe con descaro.

Es un hombre bajo, obeso, de ojos lascivos y manos húmedas que a Kaia le resulta sencillamente repugnante.

—Estas mujercitas siempre se las dan de muy dignas —dice el otro sujeto, mucho más ebrio que el que sujeta a Kaia—. Llénale el escote con un fajo de billetes y verás lo fácil que se le bajan las bragas.

Ambos hombres estallan en una risa cruel y lujuriosa.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 23.06.2024

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